Opinión | La calle a tragos

La mascarilla en su laberinto

Ha aterrizado el verano y, a juego con su despreocupado desnudo estacional, se le empieza a poner fin al ‘solsticio de mascarilla’. Quien lea estas líneas, en cualquier instante de este sábado de junio, posiblemente no la lleve puesta aunque sí tendrá en la boca la palabra ‘mascarilla’ porque ha llegado ‘el día D’. Todos hablaremos de lo mismo y repetiremos el término en cuestión hasta espachurrarlo porque ninguno de sus sinónimos queda bonito en una conversación. Ni siquiera en este artículo, al que ‘palabros’ como ‘tapabocas’ le practicarían el haraquiri si se le ocurre cruzar el charco desde la América hermana y parlante.

La mascarilla en su laberinto. Esta expresión, que podría valer para titular una novela de realismo mágico, quizás acote la ‘nueva realidad’ que acabamos de estrenar. Lo único que ha quedado claro es que en la calle ya no hace falta ponérsela. O sí. Es decir, no ha quedado del todo claro y la confrontación entre los políticos de siglas peleonas no está tampoco ayudando a asimilarlo. De repente, un consejero andaluz se va a embutir en el traje de ‘Pepito Grillo’ y se va a poner en plan ‘angelito bueno’ a recomendarnos por un oído que nos la calcemos también en los exteriores. Y, por la otra oreja, nos hablará un duende de La Moncloa para convencernos del favor social que está perpetrando y recordarnos el calor que hace para andar con el hocico escondido.

Cuando menos, habrá que llevarla a mano y más de una multa se puede escapar del bullicio del paseo marítimo para taparte la boca si el ‘comando aglomeraciones’ lo estima conveniente. A otros, como a mí mismo, quizás le convaliden su ‘máster en despistes’ por la universidad de ‘dónde estará’ y lo asciendan directamente a catedrático. O a buscador de tesoros quirúrgicos. Más de uno andará, como yo, maldiciendo que en el ropero no tenga tantas camisas con ‘bolsillito’ como creía. Esta prenda proliferará por si acaso. Por si un policía te dice algo poder enseñársela como el árbitro que saca una tarjeta amarilla. También nos volveremos sentimentales. Iremos por la calle contando los metros que faltan para llegar al espacio cerrado. Y, entonces, le susurraremos a la cuerdecita: ‘te echaba mucho de menos, cariño’.