Opinión | Entre el sol y la sal

Aquí se viene llorado de casa

Garamendi se emociona al recibir el apoyo en la asamblea de la CEOE tras sus palabras sobre los indultos

Garamendi se emociona al recibir el apoyo en la asamblea de la CEOE tras sus palabras sobre los indultos / CEOE

Garamendi solloza, qué le pasa a Garamendi. El presidente de la CEOE, ergo máximo representante de los empresarios españoles, se licuó en lágrimas durante una asamblea tras recibir los aplausos de apoyo de sus colegas por aquello que dijo, o no dijo, sobre los indultos. Para mí, lejos de despertar ternura, produjo vergüenza ajena y enfado a partes iguales porque hay cosas que van en el sueldo, y una de ellas es ser malinterpretado y criticado cuando, ante una pregunta directa, respondes medias verdades y quedas perdido en tierra de nadie por querer agradar a todo el mundo en vez de imponer tu criterio. Un presidente de la CEOE no puede cometer la torpeza de que el complejo venza a la integridad.

Si yo fuera empresario sentiría pavor al comprobar que quien debe luchar por mis intereses se derrite en zumo salado ante una adversidad artificial y maniquea. Derecho a llorar, lo que se dice llorar, lo tienen los pequeños empresarios que padecieron la pandemia y fueron ejecutados a ERTES, los que perdieron todos sus ahorros, los que sufrieron los caprichos de un gobierno desnortado, los que vieron desaparecer la obra de toda una vida, los que tuvieron que elegir entre hipotecarse o morir, los que echaron la persiana por última vez, los que sobrevivían al día sin saber que ese era el último, los que fueron abandonados a su suerte y los que se debatieron entre despedir o respirar; a los que, en definitiva, les quitaron hasta lo más sagrado: la dignidad de su trabajo y la ilusión por un futuro. Esos sí. Esos sí tienen derecho a llorar.

Y es que llorar se ha puesto de moda. Llora Busquets, llora Morata. Dos privilegiados de lo suyo. Aquí llora todo el mundo menos quien tiene verdaderas razones para ello. Bien parece que hubiera que estar justificándose y pidiendo perdón por todo en este país. Uno de los últimos un tal Chimy Ávila, jugador del Osasuna que suplicó indulgencia por vestir una camiseta de Vox. Fue un regalo, ni sé de política ni me interesa; dijo el lumbreras acosado. Puedes llevar camisetas de Fidel Castro, incluso de Sadam Hussein, pero como pienses, digas o exhibas algo que moleste al discurso social comunista serás señalado, date por jodido. Saldrán a la calle para lapidarte.

El Gobierno incrementa los impuestos de patrimonio y sucesiones con su nuevo ‘catastrazo’. La gasolina alcanza el precio más alto en siete años mientras la luz pulveriza su coste récord. Pero ahí no encontrarás a nadie rasgándose las vestiduras, tomando las calles, señalando culpables ni exigiendo responsabilidades. Se indulta al cobarde que ofende y no pide perdón. Se persigue a quien pide perdón por no ser valiente. Ese es el camino marcado.

Aquí solo hay dos opciones: La difícil, la del consecuente, la de ser íntegro contigo mismo y honesto con los demás; y la fácil, la de preferir el silencio cómplice que huye del compromiso y la lealtad. En ambos vas a llorar, y con motivo. En el primero habrás sido libre. En el segundo, por no ser, no habrás sido ni tú mismo.

«Dos caminos divergían en un bosque, yo elegí el menos transitado, y aquello es lo que cambió todo». El camino no elegido. Robert Frost (1874-1963).