Opinión | Entre el sol y la sal

Un poquito de por favor

Anda rulando estos días un meme con una frase mítica de Dostoyevski, más conocido como el tito Fiódor: La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles. Y esto me hace recordar una reciente entrevista en El País al músico, abogado y político Rubén Blades, quien echa de menos la Panamá de antes de que muriera la vergüenza, la Panamá en la que triunfaron totalitarismos y populismos por la desidia de la población.

Nos lo dicen con insistencia desde distintas generaciones: seguid sucumbiendo al relativismo, al todo es gris, al todo es opinable, y acabaréis adormecidos y ahogados por una mayoría inculta y vocinglera que impondrá su doctrina maniquea como único criterio válido para saber qué es eso de lo políticamente correcto. Hordas de odiadores, recuas de ociosos que se unirán al unísono para entonar el mantra de lo que se debe y no se debe, lo que se puede o no se puede. Y lo harán bajo la bandera de la libertad, escupiendo y pisoteando sobre todo lo bueno que esa inconmensurable palabra implica. Y todos, sin excepción, dormirán convencidos de que el equivocado, obviamente, es el otro.

A estas alturas de columna ya debo tener cabreado a todo el mundo, porque enfoco con cierto sesgo pero sin dejar muy claro si a quien acuso es de izquierdas o de derechas, porque eso, hoy en día, parece ser lo único importante más allá de lo acertado o errado del mensaje. Así que todos cabreados. Cero espíritu crítico, nula visión analítica. Descartes ha muerto. Solo importa saber si la orden viene de un lado o de otro. Basta con identificar el emisor, agacharse lo justo como para hacerle un calvo al sol, y estar dispuesto a tragar con cualquier cosa con tal de defender sin fisuras al bando de siempre.

Me manda mi hermano mayor una foto de Regent Street engalanada con cientos de banderas Union Jack por la final de la Eurocopa 2020 que se jugó ayer, y me comenta que los niños van vestidos al colegio con los colores de su selección. Haciendo patria. Igualito que aquí, pienso yo con envidia mala, que aún recuerdo cuando el parlamento francés en su totalidad se levantó para cantar La Marsellesa como una sola voz tras el atentado de Charlie Hebdo.

Pienso en eso y me preguntó cómo y cuándo murió nuestra vergüenza. Pienso en eso y me pregunto cómo, entre todos, nos abandonamos a la desidia y abrimos la puerta a totalitarismos y populismos. Pienso en eso y me preguntó por qué llamo ‘Un poquito de por favor’ a una columna que debió titularse: ‘La puntita nada más’.