Opinión | El contrapunto

El Hotel Los Monteros, grande entre los grandes

R ecuerdo que el gran George Steiner dijo en una de sus conferencias que hay una parábola hasídica que proclamaba que Dios había creado el hombre para que éste pudiera contar historias. Como ésta. Contar ahora estos recientes capítulos de la historia del gran hotel marbellí es algo que por supuesto puede dar vértigo a cualquiera. No solo porque hay otros que ya lo han hecho. Y mucho mejor que este modesto hotelero, cuyo único posible mérito es el de haber trabajado en Los Monteros entre el 1 de mayo del 1971 y los comienzos de diciembre de 1983. Los Monteros fue siempre el hotel de los superlativos ampliamente merecidos. El más elegante, el más refinado, el hotel en el que buscar detalles de mal gusto, fallos o defectos era simplemente una misión imposible. Del que tantas veces creemos que todo se ha dicho. Aunque no sea así. Destacó esa casa egregia desde su apertura en 1962. Con su espléndido personal, su infalible arma secreta. Con sus instalaciones siguen siendo una espléndida sinfonía, afortunadamente sin acabar. Siempre fue el gran hotel que nunca quiso presumir de su excelencia, cuando le llegaba la hora de enumerar sus muchas y emocionantes perfecciones. Entre las que destacaba su capacidad de poder cumplir con tanta generosidad, a lo largo de los años, con las expectativas de miles y miles de sus huéspedes, llegados desde los cuatro puntos cardinales. Probablemente el más conmovedor capítulo de la historia del hotel fue el que hizo posible su último propietario, don Judas Azuelos. Desgraciadamente se acaba de cerrar esa etapa. Aunque sus frutos estarán siempre ahí. Ha fallecido este brillante empresario recientemente, con la edad de 86 años. La noticia del final de esa vida ejemplar fue recibida con emoción y con todos los honores, tanto en España como en muchos otros lugares. Y sobre todo con un profundo pesar. Aquel gran señor conoció Los Monteros ya en sus comienzos. Su padre fue un gran amigo de don Ángel Fernández de Liencres, marqués de Nájera y Donadío, el que fuera el inolvidable fundador de aquellos míticos hoteles que hicieron famosos a Torremolinos y a Marbella: El Remo, el Parador de Montemar, Los Monteros y su Club de Golf de Río Real y el Golf Hotel Guadalmina. Recuerdo a ambos personajes perfectamente. Conversando, a la caída de la tarde, en el legendario patio andaluz de Los Monteros. Para la mayor gloria de España.

La fecunda historia de Los Monteros se convirtió pronto en la mejor bandera del turismo europeo. Y así permaneció hasta mediados de los años noventa. En los que las ausencias del marqués de Nájera y el fundador y propietario, don Ignacio Coca y los colaboradores de éste, personalidades del calibre de don Mariano Vergara, dieron paso a una profunda e inesperada crisis de identidad que estuvo a punto de apagar para siempre las luces de aquella joya, que tanta fama y prosperidad habían otorgado a las costas españolas. Entonces comenzó una demasiado larga etapa de decadencia, unida a lamentables problemas de todo tipo. Afortunadamente hubo un Happy End. Pues los problemas terminaron en 2010 con la entrada en la propiedad del hotel de Judas Azuelos y su familia. Secundados por una nueva dirección del hotel, los nuevos propietarios hicieron una feliz realidad aquel milagro que fue la recuperación de Los Monteros. Alguien dijo entonces que el señor Azuelos tenía una gran cualidad: obviamente era capaz de convertir en posible todo lo imposible. No sería de justicia no mencionar con gratitud al magnífico personal del hotel. Durante los años oscuros fueron los héroes anónimos que mantuvieron desinteresadamente los fuegos sagrados de aquella casa espléndida. Es un mérito que nada ni nadie puede negarles. Con la ayuda de instituciones muy importantes, como el Ayuntamiento de Marbella y otras significativas instituciones de la ciudad. Sin olvidar a las centrales sindicales. Las que vertebraron las justas reivindicaciones de los que trabajaban en la ilustre casa. Don Judas Azuelos recibió siempre de todos ellos un apoyo sin fisuras. Además de su gratitud y su afecto. Como lo testimoniaron las palabras que se pudieron leer en la pancarta que los trabajadores del hotel colocaron en la entrada de Los Monteros: «Muchas gracias, señor Azuelos». Fueron su emocionado adiós a su jefe.