Opinión | Crónicas de Málaga

Crónica de la librería que venció al fuego

La mejor ayuda que puede ofrecerse a Proteo es comprar libros en su nueva sede, en Álamos 1

Imagen de la librería Proteo, justo después de ser reformada

Imagen de la librería Proteo, justo después de ser reformada / Carlos Criado

Era casi la medianoche cuando supe que la librería Proteo ardía. Una enorme lengua de fuego crecía en el interior de la primera planta y, cuando uno pensaba, por los vídeos que llegaban sin parar por las distintas redes sociales, que el daño iba a concentrarse en ese lugar, las imágenes revelaron que también la planta baja era devorada por las llamas. Recuerdo haber escrito en ese momento una de las noticias más tristes de mi vida. Los bomberos sólo confirmaron tras la primera llamada que habían salido varios efectivos hacia la librería. Era difícil saber con exactitud el alcance de los daños.

Recuerden que había toque de queda y era imposible acercarse al sitio y escribir lo que sucedía. Los mensajes al WhatsApp eran continuos y la enorme comunidad que se agita y depende, como un niño unido a su madre por un cordón umbilical, de esta institución cultural no dejó de dar señales de vida aquella aciaga medianoche que se hizo madrugada, ya el 7 de mayo, primero con la noticia de que el fuego estaba controlado y, finalmente, extinguido.

Recuerdo a Jesús Otaola, su gerente, atendiéndome al teléfono e informando con todo detalle para que yo, redactor al otro lado del móvil, pudiera dar en la web de este periódico cumplida cuenta de lo acaecido. Aquella noche no sólo ardió la librería, sino que también se consumieron miles de libros, decenas de miles de sueños: los que no se tragó el incendio, quedaron afectados por el agua usada para apagarlo. En el elemento que debía salvar la librería estaba también su fin. Algunos de esos libros eran míos. Es difícil explicar lo que siente un autor cuando sabe que las historias que parió están muriendo, porque aunque queden libros fuera de ese naufragio, de esa enorme bola de fuego en la que se convirtió Proteo aquella noche, los que allí perecieron son insustituibles. Estaban reservados a lectores futuros que jamás los disfrutarán ni se emocionarán, ni llorarán o reirán con aquello que otros escribieron. Podrán seguir leyendo, pero esas promesas de felicidad que se perdieron aquella madrugada del 7 de mayo no podrán ser cumplidas nunca. El caso es que el suceso era de un alcance enorme, porque no se trataba solo de una librería, sino de una institución premiada en varias ocasiones con galardones de gran importancia que había generado una enorme comunidad alrededor gracias a su editorial, Ediciones del Genal, a las clases de escritura creativa de Augusto López y Santos Moreno y al empuje de Otaola y sus empleados por tejer en torno a sí una malla de seguridad sustentada en acertadas recomendaciones literarias, sonrisas acogedoras cuando uno acude a la librería y buen trato.

Pero ese entramado no ardió y Málaga, tan madrastra algunas veces, arropó a la librería, decenas de miles de personas compraron por la web libros, que tardan en llegar porque la cosa está como está, que no desespere nadie; y hay un concierto solidario, ahora pospuesto por las restricciones del Covid-19, y artistas que donan sus obras para que sean vendidas y todo el mundo ayuda a que, sobre las cenizas de aquel injusto fuego, en el que ardió parte del corazón de la ciudad, Proteo se levante como siempre fue. Hay una forma muy eficaz de ayudar, dice Otaola: «Que acudan a nuestro local provisional, en el número 1 de la calle Álamos, es la primera y mejor ayuda que pueden darnos: comprar libros en la librería». Otaola agradece la ayuda del Ayuntamiento, que sufragará buena parte del alquiler, la de la Diputación, que se gastó un buen dinero en libros y la de tantos y tantos consistorios e institutos que han comprado allí ejemplares, la de la Generación del 27, o el apoyo de la ONG que les ha donado los ordenadores, porque todo el sistema informático, valorado en 60.000 euros, quedó destruido. Otaola centra el nuevo objetivo: ahora están en tratos con el seguro, «estamos agobiados con lo lento que van las cosas con estos trámites».

La idea es volver a la antigua sede, cuya rehabilitación anterior costó en torno a un millón de euros. «Los primeros días sufrimos un colapso brutal en la web, pero lo mejor y lo más rápido es comprar en la librería directamente. Tardamos tres semanas en reaccionar». Otra parte de los trabajadores está en Calle Bodegueros, en una nave cedida por la distribuidora de libros CAL. «Pedimos paciencia a la gente que ha comprado libros por la web y les damos las gracias». También pueden hacerse donaciones a la cuenta ES13 2103 0191 24 0550001547 y quien quiera puede seguir comprando entradas para la fila cero del concierto que debía celebrarse el 28 de julio, ahora suspendido por las nuevas restricciones.

La librería mantiene a sus 12 empleados y en el colapso han ayudado a Proteo tres voluntarios y dos jóvenes en prácticas. Las editoriales se están también volcando con la librería, al igual que la sociedad malagueña o escritoras de primera línea que han firmado en la puerta del antiguo local. Las llamas se apagaron, pero a medida que pasan las semanas parecen más lejanos los ecos de lo sucedido. Eso, en esta ocasión, no puede ocurrir. Málaga no puede olvidar. «Si teníamos ilusión por reabrir, ahora tenemos el compromiso moral de que Paco Puche tiene que ver su librería reabierta», dice Otaola. Hasta Lola Oporto, la detective más malaguita, me llamó por si podía echar una mano. Había hablado con ‘La chica de los ojos manga’ para ver qué podían hacer. Bonifacio Miró, de natural preocupado, sigue atento la evolución de Proteo. Los tres creen que esta librería es capaz de vencer al fuego y reconstruirse. Y les ha hecho gracia ver sus nombres escritos en esta crónica. Ya te diré algo, Lola, de momento cómprate algún libro en Proteo. Iremos viendo.