Opinión | 725 palabras

Presuntamente

Hasta que la muerte la justifica declarándola inmutable, la vida es solo presunta. Usted que me lee y yo que escribo para que lo haga, somos dos simples presuntos; dos supuestos; dos hipótesis... de sabe Dios qué, cada cual. Y lo que es peor, dos presuntos, instante a instante. Lo presuntivo adquiere carta de naturaleza instante a instante, paso a paso, gesto a gesto, verso a verso...

Recuerdo una vez que, en un presunto estado de hipótesis recidivante, me atreví a definir que lo presuntivo es «un sueño de espuma de medio instante para los saberes líquidos y una seguridad inmutable para los rocosos saberes inamovibles, en ambos casos adquiridos mediante la suma de dos medias presunciones percibidas durante el cuarto y mitad de un instante». Y no, no creo que esta definición sea una desmesurada hipérbole, porque gran parte de los lastres más complejos de la sociedad residen en la pervivencia de demasiados camastrones desmedidamente seguros de sus liliputienses verdades particulares.

Las herramientas emocionales del hombre están condicionadas por las falsas seguridades de un sistema dual en el que, por una parte, los sabios insisten en seguir silentemente buscando la sabiduría, y, por otra parte, los necios vocingleros persisten en su interesada entrega al oficio de chupar cámara desde el convencimiento de que ellos ya venían adquiriendo sabiduría desde antes de nacer, primero, por el sesudo máster llevado a cabo por sus padres, que les fue transmitido genéticamente; segundo, por obra y gracia de la ciencia infusa, que desde tiempo inmemorial es amiga de la familia, y, tercero, por el fulgurante influjo de la epigenética.

Es doloroso que sea el miedo y solo el miedo, en todas sus formas y estrategias, el que empuja al ser humano a elevar a seguridad empírica las desmesuradas presunciones de su día a día, para, subconscientemente, justificar sus carencias. Todo lo que no entendemos/comprendemos tendemos a elevarlo a la categoría de presuntivo, primero, y a la de «presunción sabihonda», después. A partir de ahí, sin más base, solo nos basta vislumbrar un microgesto para mediante un vertiginoso automatismo artificioso convertir nuestra presunción en una inmutable verdad per in sæcula sæculorum, erróneamente imputable a lo que mal denominamos intuición. Y, mientras tanto, los niños aprendiendo...

–Hijo mío, nunca dudes. Eso es muestra de debilidad...

Para el sistema, lo chanchi, lo presentable, lo poderoso, lo exigible, lo exitoso, lo más divino de la muerte... es estar seguro, porque tanto los buenos seres humanos, como los seres humanos buenos, no dudan. La presunción es una representación diabólica de la inseguridad en estado puro, una perversidad del sistema. O sea, cosa de calandrajos y argamandeles; de hombres y mujeres torpes y débiles; de gentes de baja estofa; de equilibristas; de saltimbanquis de mal vivir... Las buenas cunas transmiten la indeleble impronta de la sabiduría y la seguridad, dicen... Y, mientras tanto, los niños aliquindoi.

Permítame, amable leyente, el inciso de una humilde presunción histórica:

Aliquindoi es un palabro malagueño en fase de desaparición, mira tú por dónde, presuntamente, adquirido por el pueblo de Málaga –hay quien defiende que en Algeciras se dio el mismo hecho– entre finales del siglo XIX y principios del XX, como consecuencia de las instrucciones dadas por los empleadores británicos a la voz de a look and do it. Presumo que hasta la ortología tendrá un sustancioso algo que decir sobre esta presunta curiosidad lingüística.

Retomando el hilo, me pregunto si, aprovechando la interpretación del Estado de Alarma, el sistema judicial del Estado del Reino de España no estaría presuntamente dando el peor ejemplo de sí mismo ante el Universo. Estoy convencido de que si Montesquieu levantara la cabeza aludiría a la idiocia consustancial severa para explicitar la impresentable imagen que están dando las presuntas seseras de sus señorías ante el mundo mundial.

¿Qué presunto ciudadano de bien sería capaz de interpretar la polaridad justicia-injusticia en los presuntivamente contradictorios «sistemas judiciales» del Estado español?

A veces las cosas son más simples de lo que aparentan y pudiera ser que la presunta contradicción que se está produciendo en «los sistemas judiciales» solo obedezca, primero, al mal uso de los verbos «afanar» y «ufanar» en sus modos pronominales por parte de algunas de sus señorías, y, segundo, parafraseando al profesor Brander Matthews, porque «los jueces también son susceptibles de ser educados mucho más allá de las posibilidades de sus inteligencias».