Opinión | Tribuna

Un saludo a “la de negro”

Imagen de archivo de la UCI del Hospital Clínico de Málaga

Imagen de archivo de la UCI del Hospital Clínico de Málaga / L. O.

El pasado 18 de mayo hizo 4 meses que “la señora de negro” vino a visitarme. No puedo decir que fue de repente, llevaba una semana avisándome… Gracias a mis compañeros sanitarios, a Dios y a la protección del manto de mi Virgen de Gracia se fue de vacío.

Y ¿por qué me acordé ayer?

Ayer vi un capítulo de una serie que me ha hecho emocionarme hasta llegar a llorar, cosa que aún no he hecho desde hace 4 meses. La muerte de una de las protagonistas, después de una serie de tremendas vicisitudes para traer al mundo a su hija, en un accidente de tráfico de su ambulancia, cuando todo estaba resuelto me ha hecho pensar cuan fútil es la vida. Y es curioso que en el día del santo de mi nieta, las imágenes de muerte y de un bebé me hayan hecho volver a Enero, cuando me ocurrió todo….

Veinte días antes celebraba la felicidad del nacimiento de mi nieta Alejandra y de buenas a primeras, me encontraba más al borde de la muerte que de la vida.

Una semana antes de mi ingreso en UCI había recibido de repente la visita de la Covid, como para prepararle el camino a “la de negro”. Una semana entera con fiebre alta y un nivel de agotamiento infinito.

Una semana en la que cualquier referencia a acudir al hospital, me invadía la mente, el corazón y el espíritu de zozobra y acongojamiento por el temor al ingreso…a la mala evolución… al ingreso en UCI… al tubo orofaríngeo……a la muerte.

Finalmente acudí a urgencias, 2 veces, la primera volví a casa con corticoides, la segunda fui sabiendo que me quedaba en el hospital. Una ambulancia me trasladaba urgente porque además de la fiebre, mi saturación de oxígeno bajaba peligrosamente.

Y ahí comenzó la pesadilla. En la observación de urgencias comenzó el tratamiento la misma noche del ingreso. Mi analítica estaba bastante alterada, más que la radiografía de tórax, tanto que decidieron inyectarme un anticuerpo monoclonal que evitase la destrucción de tejidos producida por la tormenta de citoquinas.

Mi ánimo, a pesar de todo, no estaba mal. No me resultaba incómodo estar en urgencias, me estaba convenciendo que era lo mejor que podía hacer en ese momento y tenía la idea - ¡¡cómo funciona la cabeza!!- que al día siguiente estaría en casa.

¡Cuánto más lejos de la realidad! Pasada la medianoche me trasladaron a la planta. Todo fantástico, hasta buena saturación con gafas nasales de oxígeno. Pero a las 5 de la madrugada comenzó a subir la fiebre y el timbre para llamar a mis compañeros no funcionó. Estuve esperando hasta las 7, cuando llegaron para tomar la temperatura y a partir de ahí empezaron los 10 días más caóticos de mi vida.

Al moverme para que me inyectaran un antitérmico tuve una hemoptisis, que no pasó desapercibida para mí, ni para las enfermeras, que rápidamente actuaron sabiendo muy bien lo que tenían que hacer. Cambiaron mis gafas nasales por mascarilla con reservorio, llamaron a las médicas de planta y se quedaron pendientes de mí.

En esos momentos, parece que se agudizan los sentidos, estás pendiente de gestos, palabras, miradas…. es como si quisieras controlarlo todo para que no te vayan a dar ninguna mala noticia. Al mismo tiempo tu cabeza no está pensando en ti: has dejado a tu mujer, a tus hijos, a tu nieta, a tu madre y al resto de la familia. Ellos no saben nada de lo que está pasando, sólo lo sabes tú y con esos pensamientos en la cabeza, os aseguro que lo que menos importa es cómo estás tú. Miraba continuamente al móvil, a ver cómo podía cogerlo para informar, pensaba en qué estarían pensando, en cómo habrían pasado la noche… la cabeza no daba tiempo a afrontar tantas cosas por hacer.

Tengo que mencionar también que infinidad de amigos, compañeros de trabajo, hermanos cofrades, compañeros de viajes – más de los que yo pudiera tener en mente- ya se habían enterado de mi situación y buscaban la misma información que yo no les podía dar y que ellos querían saber.

En esos momentos, te gustaría tener 10 manos, 6 móviles, capacidad suficiente para muchas contestaciones que tienes que dar, información a tu familia, atención a lo que te tienen que decir.

Dos nuevas hemoptisis hicieron que se tomara la decisión que estaba temiendo escuchar: “Hay que ingresarte en la UCI”.

Aún hoy sigo con la imagen de ese pasillo largo y sin fin del hospital, corriendo para llegar a rayos y posteriormente a la UCI. Aún sigo viendo a mis compañeras sanitarias, la enfermera y la médica, correr a mi lado, con los EPIs puestos y los maletines de resucitación cardiopulmonar junto a mi y aún sigo escuchando las voces de algunos en los pasillos diciendo “un Covid, un Covid…” como si se tratara de un apestado en ese momento.

Ese pasillo se me hizo eterno y al llegar a la UCI, todo preparado. Recuerdo a la intensivista que me decía “llena el pecho de aire por las gafas de presión, a ver si podemos evitar ponerte el tubo”.

Pero en esos momentos, no es que no quisiera, es que el nivel de miedo a lo que, como sanitario ya sabes que puede pasar, te paraliza. Dos momentos inmediatos guardo también en mi mente, la mano de Denia, procurando darme tranquilidad y calma y al intensivista que me vio tan alterado que decidió ponerme algo de medicación para que pudiera perder ese miedo que llevaba.

Seguía sin poder comunicar nada a mi familia, y por supuesto, el nivel de trabajo de médicos, enfermeras, auxiliares y celadores en ese servicio impedía que se pusieran en contacto, en ese momento, con mi familia, con lo que la incertidumbre de ellos, la vivía yo con verdadera angustia.

Improbo trabajo el de las compañeras y compañeros de UCI. No los he visto parar en ningún momento de sus turnos. Mucho valor añadido tiene el trabajar en esas condiciones, sin espacios cómodos, con los EPIs puestos todo el turno, con esa cantidad de medicación, de anotaciones, de controles, de máquinas que manejan con una precisión exquisita. Si los de Primaria estábamos desbordados, las enfermeras de UCI se merecen el más largo, grande y emocionante aplauso que se pueda dar. Y no sólo el aplauso, las enfermeras han estado y están (todas, las de primaria y las de hospitalaria) en condiciones agotadoras y sin reconocimiento. Seguimos en Málaga con la ratio más baja de paciente/profesional y nuestros sueldos, no son tampoco una maravilla.

Les agradezco, a ellas y a todas las que en las plantas y en las urgencias, trabajan a más del 100 % en nuestra atención.

Los 6 días de la UCI fueron tremendos, además del deterioro pulmonar que estaba sufriendo, vi a los 4 pacientes de mi alrededor morirse con las despedidas previas de sus familiares. Dormí poco en esos 6 días y la cabeza no paraba de moverse, como una lavadora que tenga un programa largo de lavado. La cantidad de vueltas que dio, me hicieron llegar a pensar que si moría no iban a poder verme mis familiares y no iba a llegar a disfrutar de mi primera nieta, prácticamente nada.

Además, mi pensamiento se iba a cómo estarían pasándolos ellos en casa. Me imaginaba a mi mujer sin dormir, con un sobresalto continuo cuando sonara el teléfono, mis hijos igual, todo era un hervidero en la mente que te mantenía en estado de alerta continuo.

Recuerdo también a todas y todos mis compañeros enfermeras que siempre estaban, a pesar del ímprobo trabajo de la UCI, pendientes de que estuviera en las mejores condiciones posibles. Al parecer, mi apariencia física, estaba mejor que el estado de salud de mis órganos internos.

Por fin al 6º día, me dan el alta a planta y jamás pensé que costará tanto trabajo andar hasta el cuarto de baño o ducharse solo. En esos 6 días, había perdido 12 kg., la musculatura de mi cuerpo y muchísimas proteínas. Mi deterioro físico era importante.

A los 4 días recibí el alta a casa, con oxigenoterapia a domicilio, batidos hiperproteicos y bastantes dudas sobre cómo iría la cosa. Si tenía claro que los cuidados de mi familia y, sobre todo, estar con ellos, me iban a suplir muchas de las carencias que llevaba.

Ese día de la llegada a casa me trae un recuerdo que es imborrable: mis compañeros y compañeras del centro de salud, acudieron frente a mi casa, al terminar su turno de trabajo con una pancarta dándome la bienvenida. Los vellos como escarpias y las emociones a flor de piel. Gracias a todos ellos por tanto como han hecho por mi familia y por mi.

Hoy en día aún tengo secuelas físicas de la infección por la Covid-19. Disnea, cansancio, dolores articulares, taquicardias, temblores, problemas de desatención, …. incluso, últimamente alopecia. El ingreso hospitalario y la posterior convalecencia en casa me han pasado factura de forma importante, además de en lo físico, en el aspecto mental, sobre todo, cuando ves que, a pesar de los esfuerzos que haces por mejorar, siempre queda algo que no terminas de estar limpio y eso te lleva el ánimo muy por debajo de donde te gustaría tenerlo.

Después de estar pasando por estas vicisitudes, cuando ves algunas de esas barbaridades que se hacen a diario, tanto por parte de la población general como de nuestros propios gobernantes, no te queda más remedio que pensar que no todo el mundo ha vivido esta pandemia de la misma forma.

Yo desde el 28 de Enero, tengo una forma distinta de ver la vida. Mas sosegada, disfrutando cada momento, porque no sabes que pasará en el siguiente minuto, deseando vivir la familia intensamente, te despreocupas de otras cosas como bienes materiales, preocupaciones absurdas, la vida tan superficial que llevamos a veces.

Mi perspectiva de salud hace que tome las cosas con calma, tampoco puedo acelerarme mucho, y me gustaría que estas difíciles circunstancias hicieran ver a algunas de las personas que puedan leer esto que como decía Juanes “La vida es un ratico”.

Disfrutad, agarraos al día a día y de vez en cuando haced una pequeña parada de reflexión sobre cómo estamos viviendo.