Opinión | 725 palabras

Diálogo interno

Foto trucada, compartida por los promotores del proyecto, con el rascacielos un 37% más pequeño, según el profesor de la UMA Matías Mérida Rodríguez

Foto trucada, compartida por los promotores del proyecto, con el rascacielos un 37% más pequeño, según el profesor de la UMA Matías Mérida Rodríguez / Matías Mérida Rodríguez

Conocimiento es saber que la sal es un condimento que da sabor a los alimentos. Sabiduría es no usarla nunca en el gin-tonic. Esta afirmación no es estacional, como el turismo, que lo es por naturaleza y no por defecto, como hemos venido defendiendo hasta que el animálculo innombrable ha desterrado de un plumazo el concepto «estacionalidad» del vocabulario turístico. Ni el conocimiento ni la sabiduría son estacionales, aunque, en el sentido turístico, históricamente vengan demostrándolo a través de sus muchas luces y sus demasiadas sombras.

Qué hermosos aquellos otoños e inviernos en los que todo se movía alrededor de las indeseables ratios de baja ocupación y los establecimientos cerrados por temporada. Uno, que es un sentimental, echa de menos el verseo de los rapsodas turísticos de siempre lamentando la soledad de una cama vacía y prometiendo convertir nuestros destinos turísticos en los destinos de nunca jamás, respecto de la estacionalidad. Necedad más que sabiduría...

Hace casi dos años que nadie habla de la estacionalidad turística ni de la necesidad recurrente de «secuestrala, maltratala, martirizala, y asesinala», en lugar de gestionarla, que históricamente ha sido parte de la esencia del argumentario desde que el turismo de masas llegó a nuestras vidas. ¿Cuántos, en estos nuevos tiempos, no estaríamos dispuestos a pactar con Belcebú para que la estacionalidad, esencialmente inherente a la actividad turística en los destinos de masas, volviera para quedarse?

Como a don Miguel, cuánto dolor se agolpa en mi costado... Aquellos cuentos y aquellos tiempos cercanos y lejanos eran otros tiempos y otros cuentos, que volverán mejorados para mal, me temo. Los fondos de inversión, que son un buen invento para la economía en general, no son buena medicina para los destinos turísticos saturados de oferta o en avanzada fase de ello.

A pesar de su vocación sesquipedálica, es-ta-cio-na-li-dad es un hermoso vocablo. En las actuales circunstancias, la estacionalidad de entonces sería música celestial. ¿O no? Curioso el sino que por deformación viciada nos llevó a malinterpretar la realidad estacional como algo deletéreo, cuando, en pureza, el concepto estacionalidad lo que define es el periodo de máxima ocupación y no lo contrario. La realidad de la estacionalidad deseable podría ser definida como «periodo de alta ocupación durante los doce meses del año», pero, lamentablemente, para los destinos que han convertido el turismo de masas en su pane lucrando eso es un hecho aspiracional disfrazado de espejismo para imberbes y mamelucos turísticamente crédulos. Que haberlos haylos...

A falta de la estacionalidad como argumento plañidero, en la corta distancia del terruño malagueño a Málaga le ha crecido otro grano, el de la denominada torre del puerto, un grano que en estos momentos esgrime el látigo politizado para hacer de una torpeza mayúscula un renovado casus belli con las detestables malas armas de siempre. Ya no se discute la sinrazón de la razón de los orígenes del proyecto a través del binomio Plata y de la Torre, sino de la instrumentación política y del blablablá de baja altura que pretende opacar la desmesurada estatura vertical del mal invento.

El proyecto de la denominada torre del puerto que, porque no puede ser de otra manera, económicamente no responde a intereses exclusivamente hoteleros, era un error cuando la autoridad portuaria de entonces lo impulsó y sigue siendo el mismo error a estas alturas de las intenciones. Por más tupidos y estúpidos velos que pretendan cubrir la sinrazón de la razón a base de gatuperios equilibristas, el proyecto, que intencionalmente estoy seguro de que es un magnífico proyecto, no es un proyecto bueno para Málaga, ni lo será nunca sin afectar su mismidad.

El diálogo interno aporta perspectivas pausadas y hoy me ha permitido contarme a mí mismo que el conocimiento lleva a tomar consciencia de la bondad de la sal como producto enriquecedor de los alimentos, y que la sabiduría lleva a tomar consciencia de que la sal no es compatible con el gin-tonic. Y, de ello, silogísticamente, he deducido que la sal turística, como argumento donoso, es imprescindible para la oferta turística siempre que no pongamos todo el argumento en el agigantamiento sine die de la oferta, porque entonces la estacionalidad se convierte en un elemento indigerible.

Y, dicho de otra forma, que la torre del puerto, presumiblemente, es un producto plausible para los destinos sosos, pero no para Málaga, que es un destino sobrado de sodio.