Opinión | El Copo

Perseidas, fugacidades

Pueden y deben ustedes hacer lo posible e imposible para ver esta noche, o mañana, una lluvia de estrellas fugaces, polvo de ellas, ‘lágrimas de San Lorenzo’, perseidas, o como deseen llamar a esa instantaneidad que se convierte en eternidad en las retinas de nuestros ojos.

Esta madrugada se olvidan, si pueden, de la ruina y rutina, de la obligación y la devoción, del virus de marras y de política, y bien pertrechados, o sea, con un saco de paciencia, unos prismáticos, una oleada de melancolía, el amante o la amada, un cristal de ron pampero y una neverita portátil en la que deben depositarse bellos cubitos de hielo.

Tomen el camino de la playa o la montaña, busquen un lugar donde la luz artificial no nos fastidie el invento y, sin más, aguanten lo indecible para ver al menos un hilo de luz que, en este firmamento del que pasamos, nos haga saborear una manifestación sagrada en la que creer.

El tiempo debe transcurrir silencioso; hasta el beso que demos al ser querido debe ir acompañado de un suspiro contenido; la breve conversación no puede pasar de un «te amo» en susurro; el encuentro de la ola con la orilla debe ser contemplada en la delicia de ser testigos de vivir un milagro.

Estoy obligado a invitarles al espectáculo de la fugacidad, de saborear aquello que un día cambió nuestras vidas. Puede ocurrir que no vean nada, pero la imaginación juega un papel importantísimo en el deseo de ser felices.

Y si no ven perseidas que galopen silenciosamente en el firmamento, amen más que nunca a la vida, porque la vida, queridos amigos y amigas, es la estrella más importante que existe en esta feria de vanidades y, además, es fugaz y se encuentra en peligro.