Opinión | El contrapunto

Un paraíso escocés

¿Existe el paraíso en la tierra? Sí. Y puede estar en el Perthshire, en el corazón de Escocia

Gleneagles Station

Gleneagles Station

¿Existe el paraíso en la tierra? Sí. Y puede estar en el Perthshire, en el corazón de Escocia, entre las ciudades de Stirling y Perth. A una hora de los aeropuertos de Glasgow o de Edimburgo. Sí. Aquello podría ser el paraíso. Sobre todo si el viajero siente verdadera pasión por el golf y los hoteles perfectos.

Me contaron que a un golfista norteamericano que llegó hace unos años al Gleneagles se le saltaron las lágrimas. Allí los tenía, delante de sus ojos. A tres de los mejores campos de golf del planeta. Esperándole. Como se le saltaron de nuevo las lágrimas después de jugar los 18 hoyos diabólicos del King’s Course. El Campo del Rey, el primero que empezó a hacer posible que el nombre del Gleneagles se convirtiera en una de las leyendas del mundo del golf.

Cuando el Gleneagles fue inaugurado en 1924 los escoceses decían que era la octava maravilla del mundo. El hotel fue posible gracias a la tenacidad de Donald Matheson, el director general de la Caledonian Railways Company, la compañía de los ferrocarriles escoceses. Un par de años antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el empresario Matheson vio que había algo muy especial en aquel lugar de Escocia. Y tuvo una visión que supo convertir en realidad. Allí se levantaría unos de los mejores hoteles del mundo. Y aquella casa sería el orgullo de Escocia y de las Highlands. Y siendo Escocia la patria del golf, el hotel debería ofrecer a sus visitantes unas espléndidas posibilidades para poder practicar un deporte que, para sus aficionados, suele ubicarse más cerca de lo divino que de lo humano.

El hotel fue desde el primer día el éxito que su magnífico emplazamiento, sus más de doscientas habitaciones y sus excelentes instalaciones auguraban. Además de contar con uno de los mejores equipos de profesionales de aquella época. Los propietarios de la antigua Caledonian decidieron llevar el tren hasta el Gleneagles. En aquella época era posible subirse al coche-cama en la estación del ferrocarril en el centro de Londres y viajar durante la noche para despertarte a la mañana siguiente, ya cerca del Gleneagles. O al revés. Como en el Gleneagles no se descuidan nunca las tradiciones, también hoy en día se puede llegar en tren al hotel. A la Gleneagles Station. En la línea Londres – Inverness. Tan sólo es necesario avisar al conserje con la hora de llegada para que puedan enviar un coche a la estación para recoger a los pasajeros y a su equipaje.

En los viejos tiempos no era infrecuente la llegada de los clientes en los pequeños aeroplanos de la época. Aterrizaban en un terreno habilitado cerca del hotel. Ahora es posible llegar en helicóptero. En una antigua revista de sociedad de entonces, The Sketch, encontré una foto de un grupo de aviadores que acababa de aterrizar en el Gleneagles. Recién llegados y todavía con sus largas chaquetas de cuero y las bufandas todavía puestas, con los guantes, los cascos y las gafas de piloto en las manos. Probablemente estaban decidiendo, mientras charlaban con sus elegantes y bellas acompañantes a qué hora quedarían para tomar el cóctel antes de la cena. Unos años después, algunos de esos jóvenes pilotos salvarían a su país y al resto de Europa. Luchando contra los bombarderos nazis en los cielos de Inglaterra. Muchos de ellos nunca podrían volver al Gleneagles. Dieron su vida en defensa de la libertad y de la dignidad de su patria. Y la de Europa.

Nadie que se alojara entonces en el Gleneagles podría dudar de la supervivencia de la tradicional hospitalidad nacida en las grandes mansiones británicas. Como en ellas, el servicio de mayordomía era legendario. A la llegada se abría y se distribuía en la habitación el equipaje de los huéspedes. Se planchaba el Times, que se entregaba, impecablemente doblado, en una bandeja de plata. Se preparaba el baño y se lustraban durante la noche los zapatos.

Nunca se dejó de comer y de beber maravillosamente bien en el Gleneagles. Los estilos y las modas fueron evolucionando. Pero la calidad siempre permaneció. Hasta el día de hoy. El Gleneagles tiene cuatro magníficos restaurantes: a uno de ellos, el Andrew Fairlie, con dos estrellas en la guía Michelin, se le considera uno de los mejores del Reino Unido.

Es obvio que en estos tiempos agitados el mundo ha cambiado. Y probablemente cambiará mucho más. Rezo para que el Gleneagles siga en aquel rincón de la campiña escocesa, con los ‘fairways’, sus ‘bunkers’ y sus ‘greens’ entregado al golf en aquella Escocia intemporal. Tan intemporal como aquel hotel admirable. Al fin y al cabo la humanidad ha necesitados varios miles de años para poder crear algo tan perfecto como el Gleneagles.