Opinión | La señal

Talibanes bajo el terral

Tras la caída de Córdoba y Granada, los talibanes descendieron rápidamente hacia la capital de la Costa del Sol en dos puntas de flecha. La que partió de Granada alcanzó rápidamente Archidona por la A-92 y desde ahí cayó sobre Málaga como un halcón con sus alas desplegadas. La columna que bajaba desde la serranía de Ronda, y después siguió la AP-7, fue la que tomó el aeropuerto y siguió por la Carretera de Cádiz hasta encontrarse con sus hermanos a la altura del estadio Martín Carpena. En el recorrido de estos dos contingentes de talibanes, se les unieron simpatizantes que ya habitaban el territorio. ¡Al lahu-akbar! -¡Dios es el más grande!- se escuchaba en algunos tramos del recorrido hasta el cuartel general de los conquistadores, el Hotel Málaga Palacio, mientras que en la inmediata Aduana se apiñaban cientos de atemorizados presos de distintas procedencias.

Haibatullah Hakhundzada, que llegó fuertemente escoltado en un potente Porshe Cayenne al hotel, se reunió de inmediato en la terraza con el mulá Muhamad Yaqub ante unos amedrentados camareros que sufrían el terral y el bosque de kalashnikov empuñados por los barbudos recién aparecidos. Los dos líderes se conocían de la resistencia en Afganistán, habían entrado en Kabul en agosto de 2021, y en el Consejo, al que no pertenecía el temible Sirajuddin Haqqani -la red Haqqani siempre fue la «bestia negra» de todos los servicios de Inteligencia en Afganistán- coincidían siempre en sus decisiones. El primero, incluso, había instruido en el Corán al sanguinario Moktar Belmoktar, Mr. Marlboro, el traficante de tabaco reconvertido en líder de Al Qaeda en el Magreb Islámico, que estuvo en uno de los 120 campos de entrenamiento repartidos entre Pakistán y Afganistán. ¡Qué tiempos!, dijeron al unísono.

-¡Pero ha merecido la pena! -dijo Muhamad-. En la guerra, unas veces se pierde y otras se gana, ahora hemos ganado para siempre. ¿Te acuerdas, finales de 2017, cuando la caída del Califato de Irak y Siria?, entonces todo pareció acabarse, pero no, ahora el mapa es una gran mancha de color verde, Aláamdu lillâh -alabado sea Dios-.

-Y lo que es más importante, hermano, esta es una gran inyección de moral de cara al futuro. Nos llaman terroristas, y tienen razón, infundimos terror a los infieles

Aquellos campos a los que se refería el mulá, los conocía bien Haibatullah: Al Farouq (armas, explosivos y orientación), Darunta (guerra química), Hez-e Tahrir (artes marciales, inglés y ruso) o Sar-e Pul (ataques suicidas), entre otros.

Desde la terraza del Málaga Palacio, pese a su altura de quince plantas, no se divisaba con claridad toda la ciudad porque una neblina persistente limitaba el horizonte más allá de doscientos metros.

-Debemos dar gracias a Alá por los dirigentes occidentales -y Muhamad hizo una mueca de sincera satisfacción-, la ONU no sabe qué decir; ese Borrell, de la Unión Europea, ¡qué blandito! -y ahora se rio a carcajadas seguido de su interlocutor-.

-Ellos no entienden, desengáñate, igual que Biden. El Imperio tiene a un hombre dormido al frente. Los sionistas no, ellos sí que están despiertos. Y los rusos, aunque lentos, ya cedieron Chechenia, China bajó presión dio libertad a los uigures…

-Si solo once de los treinta países de la OTAN cumplen con el compromiso de destinar el dos por ciento de su presupuesto a Defensa, ¿qué quieren?

De las playas había desaparecido cualquier bañista y solo quedaban esparcidos por la tierra apelmazada bikinis y sombrillas que arrastraba el viento. En la Plaza de la Marina, varias furgonetas artilladas apuntaban en varias direcciones, como en la Constitución, la Merced, Cánovas del Castillo… La estación de ferrocarril María Zambrano estaba cerrada, pero el aeropuerto solo rodeado, y se permitía, de momento, el despegar de los aviones con los huidos con más suerte, entre ellos un puñado de gobernantes, el resto puso rumbo a Gibraltar en embarcaciones del Club Mediterráneo para quedar a resguardo de la Royal Navy. En un comunicado conjunto de las autoridades se leía que esta marcha se producía «para evitar un gran derramamiento de sangre».

En la pista de despegue del Pablo Picasso, los motores del último Boeing 747 eran menos audibles que el silencio que reinaba en muchos kilómetros en derredor. Jorge Luis Borges dejó para la posteridad:

Madre antigua y atroz de la

incestuosa guerra,

borrado sea tu nombre de la faz

de la tierra.

Tú que arrojaste al círculo del

horizonte abierto

la alta proa del vikingo, las

lanzas del desierto.