Opinión | 725 palabras

Cuatro cuentos, o no…

Uno: Deambulaba transido, desmazalado. El sol se había declarado incompatible con su bienestar, aquel día. Su guisa era particular. Imposible pasar desapercibido. El sobrecargado tráfico fue oportuno y facilitó la escena entre el individuo diferente y un grupo de parroquianos a borde de acera. Todos, sin excepción, repararon en el individuo diferente y poco a poco fueron conformando un silente coro góspel en el que ellos actuaban de mimos inmóviles para escenificar su soterrada burla.

La mitad se mordía los labios para no romper a reír, la otra mitad se tapaba la boca para disimular su risa, que ya afloraba. Todos lo miraban y todos se reían de él por ser diferente. Súbitamente, como alumbrado sobrenaturalmente, el individuo diferente tomo consciencia de la soterrada burla del grupo y fue asaltado por un ataque de risa, tan irrefrenable, que uno a uno terminó contagiando a todos los parroquianos. Ahora todos reían desinhibidos. Todos se reían de uno, porque era diferente, y uno se reía de todos porque todos eran iguales. Curioso... «Nadie se da cuenta de que hay alguna gente que gasta excesiva energía simplemente para parecer normal». Lo expresó Albert Camus.

Dos: Su vida era una rutina en un bucle de ida y vuelta entre la depresión y la angustia. Las crisis concatenadas a lo largo de su vida ya hacían invivibles todos sus escenarios, pensaba. La canícula aceleraba el paso de los procesos. Durante los periodos de vigilia se prohibía pensar para no sufrir la ansiedad de no encontrar remedio para paliar su sinvivir. Durante sus periodos de sueño su subconsciente se esforzaba en mantenerse activo en pos de dar con la solución a sus pesadillas. Sus noches eran una desordenada recua de pensamientos fatigantes. Tantas idas y venidas le habían cambiado el paso a sus expectativas, a sus modelos, a sus proyectos, a su porvenir... De más en más se sentía un instrumento, una marioneta del sistema, un zombi perfectamente entrenado para serlo.

Cuentan que todo cambió un día en el que tomó consciencia de dos verdades incontestables: la primera, que tanto hay cosas que ocurren por algo, como cosas que por algo no ocurren; la segunda, que fallamos el cien por cien de las dianas a las que nunca le disparamos. Curioso... «Sé tú mismo, todos los demás ya están pedidos». Los expresó Oscar Wilde.

Tres: Socialmente era un ser alegre; un ser perfectamente adaptado al prójimo; unas castañuelas en el sentido más literal del instrumento. No escatimaba esfuerzos para roborar su rol de humano enmascarado, como dictan los cánones más morbosos del sistema. En la soledad de su guarida era una persona inconclusa, perdida entre las bambalinas de un personaje con mil facetas. Las veces que coincidía consigo mismo se saludaba nerviosa y apresuradamente como si fuera otro:

–¡Hombre, tú por aquí...! Ahora, ya si eso, hablamos, ¿vale?

Aquel ser disfrazado de risa y vestido de prójimo al volver a casa cada día se derrumbaba. Imprescindible acometer el sueño como huida con la mayor prontitud. La misión diaria era llegar a mañana para salir de la devastadora soledad acusadora. Su hogar cada vez más era una habitación del pánico en la que siempre era noche oscura, arrabal canalla, sima profunda, cueva inhóspita, espejo agresivo, verdad inasumible. Curioso... «El que estando en solead se siente solo es que está en mala compañía». Lo expresó Carl Jung.

Cuatro: Nadie le había informado de que la felicidad aconseja escribir lo porvenir a lápiz, asumiendo así la posibilidad de reconducir los caminos sin necesidad de emborronar el cuaderno de bitácora. A su entender, su vida se había convertido en una sucesión de rumbos contradictorios sin destino. Su vida era un viaje inviajable. Su carácter, forjado en los engañosos preceptos del camino a rumbo fijo y constante, ha tiempo que hacía aguas. A las alturas de su vida en las que se hallaba le era imposible asumir que la línea recta no existe en la Naturaleza, que es redonda. Los sucesivos zangoloteos desequilibrantes del sistema eran una opción harto inaceptable para sus entendederas. Conjugar el verbo adaptar pronominalmente no era una opción.

Aquel ser perfectamente organizado se descomponía con cada propuesta de adaptación formulada por las circunstancias. Curioso... «Si piensas que la aventura es peligrosa, insiste en la rutina y constatarás que es mortal de necesidad». Lo expresó Pablo Coelho.

Pues eso, cuatro cuentos, o no...