Opinión | El contrapunto

El Harry’s Bar y el Cipriani de Venecia

El 13 de mayo de 1931. Ese mismo día comenzó la meteórica carrera de un bar que se haría famoso en el mundo entero

El Cipriani de Venecia

El Cipriani de Venecia / L. O.

Para la inolvidable Joan Collins la piscina del Cipriani era la más bella del mundo. La llenaban con agua del mar, cuidadosamente filtrada. Tenía a su alrededor hermosos jardincillos y edificios de impecable factura veneciana, siempre con el telón de fondo de las vecinas glorias la Serenissima. Además, tenía el privilegio de ser el salón acuático de la ‘upper-class’ internacional. El de ser un deseado punto de encuentro, tanto de día como en las noches del verano veneciano, adorada por los residentes y asiduos de uno de los hoteles más atractivos de Europa: el Cipriani. Sin olvidar a su elegante anexo, el Palazzo Vendramin. Todo empezó en 1931, con la inauguración del Harry’s Bar, al otro lado de la laguna, entre La Fenice y la plaza de San Marcos.

Por supuesto, todos aquellos portentos fueron posibles gracias al gran Giuseppe Cipriani. El maestro insigne había nacido en Verona en el 1900. Su familia tuvo que emigrar cuatro años después al Imperio Alemán, para huir de la pobreza y las penalidades de Italia. En 1914 el estallido de la Primera Guerra Mundial les obligó a regresar a Verona. Allí el joven Giuseppe encontró trabajo en la Molinari, una importante confitería local. Una vez terminada la guerra, el inquieto y siempre animoso Giuseppe trabajó en grandes hoteles de Francia y Bélgica, en los que se convirtió en un excelente profesional de sala. No tardó en regresar a Italia, a su Venecia, donde le ofrecieron un buen empleo en el Hotel Monaco, muy cerca del futuro Harry’s Bar. Después lo llamaron para trabajar en el Europa, uno de los cuatro grandes hoteles de la ciudad, frecuentado por lo mejor de la clientela internacional que amaba a todo lo veneciano. Un día el propietario del Europa le dijo que tenía para él un puesto perfecto: el de barman. Lo había estado observando y estaba seguro de que el joven Giuseppe sería un éxito, por sus prodigiosos conocimientos de varios idiomas europeos y por su popularidad con los clientes. Acertó el hotelero. Y el bar del Europa pronto se convirtió en una parada imprescindible para cualquier visitante que quisiera ser en Venecia algo más que un simple turista.

Un día se encontró Giuseppe Cipriani con uno de sus antiguos clientes, el joven americano Harry Pickering, miembro de una pudiente familia de Boston. Le confesó éste a aquel simpático barman italiano, que el motivo que le había obligado a dejar de frecuentar el bar del Hotel Europa fue la decisión de su anciana tía de cortarle las asignaciones del dinero familiar. Gastado, según ella, con una excesiva rapidez y prodigalidad. A Giuseppe Cipriani le caía muy bien este antiguo cliente. Decidió prestarle 10.000 liras, una cantidad importante. Algún tiempo después, en febrero de 1931, el joven Harry Pickering pasó un día por el bar del Europa. Venía a devolverle a Giuseppe su generoso préstamo. Pero en vez de darle las 10.000 liras que le debía, le entregó 50.000. Le sugirió que con ese dinero abriera su propio bar. Y que lo llamara el Harry’s Bar. Ese nombre le traería buena suerte y buenos clientes. Entre ellos los acaudalados residentes extranjeros de Venecia. Los ‘big-spenders’.

No cayó en saco roto el consejo del generoso Mr Pickering. Giulietta, la señora Cipriani, encontró un local perfecto, cerca de la plaza de San Marcos. La decoración fue la aportación desinteresada de un joven aristócrata, amigo incondicional de Giuseppe, Gianni Rubin de Cervin. Un acierto total. El 13 de mayo de 1931 abrió sus puertas el flamante Harry’s Bar. Ese mismo día comenzó la meteórica carrera de un bar que se haría rápidamente famoso en el mundo entero.

Pero todo se vino abajo cuando Italia entró en la Segunda guerra Mundial al lado de la Alemania de Hitler. Los ‘big-spenders’ americanos y británicos y franceses desaparecieron. Las autoridades fascistas de Venecia ordenaron que los establecimientos de hostelería prohibieran la entrada a los clientes de origen judío. Giuseppe Cipriani no quiso colgar ese cartel infame en el Harry’s Bar. Siempre se las ingeniaba para que fuese invisible. Después de la liberación de Italia, el comandante de las fuerzas aliadas que tenía a Venecia bajo su mando, mandó llamar a Giuseppe: «Creo que usted no es un buen italiano. Y no lo será hasta que abra de nuevo el Harry’s Bar».

No tardó mucho Giuseppe Cipriani en devolver a su casa el antiguo esplendor. Todos regresaron al Harry’s Bar; las grandes estrellas de Hollywood, los miembros de la maltrecha nobleza de una Europa todavía muy tocada, mezclados con toda clase de aventureros con buena pinta. Y sobre muchos turistas ansiosos de pasar la página de la deprimente posguerra. Sin olvidar a personajes como Ernest Hemingway, antiguo huésped del cercano Gritti Palace, al que siempre se le reservaba en el Harry’s Bar una de las mejores mesas. Y un día de 1956, hablando Giuseppe con unos amigos influyentes, llegaron a la conclusión de que Venecia empezaba a necesitar un gran hotel fuera de la ciudad antigua, a unos minutos de San Marcos y el Gran Canal, pero alejado de las masas de turistas que la invadían.

Giuseppe lo vio claro. Se convirtió en el alma de un proyecto maravilloso. Comprarían un terreno en la isla de la Giudecca, enfrente de Venecia. Y construirían un hotel muy especial para personas muy especiales. 98 suites y habitaciones, buena cocina y un servicio perfecto. Tan sólo a cuatro minutos en lancha privada hasta el desembarcadero del hotel en la Piazzetta San Marco y a menos de un cuarto de hora de las playas del Lido. En 1958 abrió el gran Cipriani las puertas de su flamante hotel, para una deslumbrante y deslumbrada clientela internacional que tenía la seguridad de que ese maravilloso lugar, creación del ya legendario Giuseppe Cipriani, nunca les defraudaría. Y así fue. El hotel era más que una obra de arte. Por supuesto, sin complejos estaba al servicio de todos aquellos que adoraban ‘la dolce vita’ en una de las ciudades más bellas del mundo: Venecia. Decían que vivir allí era como estar en el palco real en la ópera. Incluso los colores de los tapices y cortinajes tenían un suave tono pastel, para no chocar con los colores y la silueta de Venecia.

En 1968 Giuseppe Cipriani decidió adquirir nuevos terrenos alrededor del hotel. La demanda de los clientes que deseaban alojarse en el Cipriani era cada vez más intensa. Se construyeron nuevas habitaciones y una magnífica piscina olímpica. En 1976 el hotel fue adquirido por el grupo Sea Containers. Su presidente, James B.Sherwood, era también el fundador del grupo Orient-Express. Su aportación financiera a los activos del Hotel Cipriani reactivó una modélica política de expansión. En ella destacó la adquisición y la puesta a punto del Palazzo Vendramin, una hermosa residencia del siglo XV, comunicada por un paseo ajardinado con el Cipriani. La mayoría de las suites del palacio tenían unas vistas increíbles sobre Venecia y San Marcos.

A mediados de la década de los setenta conocí bien al que fue durante muchos años el gran director del Cipriani, el maestro Natale Rusconi, antiguo director del legendario Gritti Palace y uno de los más afamados hoteleros de la historia de Italia. Nos presentó en Nueva York, en su oficina del Rockefeller Center, mi buen amigo el hotelero norteamericano Malcolm D. Williams. Tuve la impresión de que Natale Rusconi, como Giuseppe Cipriani, el gran señor de la isla de la Giudecca, comenzaban a parecerse al Dogo moderno de una nueva Serenissima Repubblica di San Marco. Dedicada al culto del turismo con mayúscula y al arte de la hospitalidad en grado de perfección total.

Tracking Pixel Contents