Opinión | 725 palabras

Buen agosto para rellenar la arquilla

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turistas / EFE

Uno es, sobre todo, vitalista, pero ello no obvia que de vez en cuando –últimamente de más en más y con mayor frecuencia– uno se despierte con la «amarga sensación inducida» de que justo en ese instante está ocurriendo el principio de una grave equivocación. Entrecomillo «amarga sensación inducida» porque las equivocaciones a las que aludo no son cosa de uno mismo, sino una constante del sistema que encorseta el universo en el que unos vivimos y otros existimos.

Casualmente, hoy me he despertado en el primer acto del Don Juan Tenorio, de Zorrilla, que, obviamente, no es una equivocación. De hecho el título de este artículo responde literalmente a un comentario que Ciutti, el criado de don Juan, dirige a Buttarelli, el propietario de la hostería, por el que expresa que en febrero, tiempo de carnaval, el negocio es más próspero para las tabernas, al que Buttarelli responde «¡Quia! Corre ahora por Sevilla / poco gusto y mucho mosto. / Ni caen aquí buenos peces, / que son cosas mal miradas / por gentes acomodadas / y atropelladas a veces».

En la misma escena, el atrabiliario don Juan, enmascarado, solo en una mesa y ya destemplado por la algarabía procedente del exterior del local, entona su famosa sentencia «¡Cuán gritan esos malditos!, / pero, ¡mal rayo me parta / si en concluyendo esta carta / no pagan caros sus gritos!». ¡Bueno era don Juan cuando le tocaban los testes...! Ya sabe, amable leyente, los dídimos, las turmas. O sea...

Y digo yo, salvando su espada inquieta y su carácter chulesco y pendenciero, ¿qué diferencia hay entre el berrinche de don Juan y el de los afectados por la nueva modalidad de alojamientos turísticos, y por los botellones en pleno centro, y por los descerebrados más jóvenes que, aprovechando las restricciones para controlar al animálculo, pretenden llevar a cabo su particular mayo del sesenta y ocho so pretexto de la sinrazón de los errados argumentos de libertad que esgrimen?

Volviendo a la arquilla de Ciutti, difícilmente, muy difícilmente, ocurrirá otro agosto como el del presente año en el que la contradicción en estado puro ha venido a demostrarnos a los más listos del Universo que un setenta y seis por ciento de ocupación turística también es una bendición divina. ¿O no?

Visto lo visto, ¿cuántos de entre los involucrados en la oferta del producto turístico no prohijaríamos con gusto a los que otrora fueron despreciables porcentajes de ocupación, por insuficientes? ¡Ay, Campoamor y «el color del cristal con que se mira...!».

Decía en el inicio de este artículo que aunque uno es vitalista por naturaleza, no son pocas las veces que me despierto con la amarga sensación inducida de que en ese momento está ocurriendo el principio de una grave equivocación, que, dolorosamente, hace años que se repite. Se trata de una equivocación turística trascendente allende las haya, que expresada en román paladino respondería a la siguiente pregunta:

¿A qué esperamos para abrir y cerrar el debate a propósito de la capacidad de carga del destino y los subdestinos Costa del Sol, y qué esperamos para abrir y cerrar el debate a propósito del centro de gravedad del volumen de la oferta que conforma el producto Costa del Sol parcialmente y en su conjunto?

El estudio del ciclo de vida de los productos y sus capacidades y habilidades de adaptación/reconversión siempre fue importante para encarar el futuro con ciertas garantías de éxito. Este principio ni fue ni es excluyente para los destinos turísticos que, en su gran mayoría, históricamente, crecieron más empujados por el avasallamiento de la demanda que como resultado de las serenas seseras visionarias al abrigo de la ciencia. Sí, efectivamente la pregunta es ¿hemos medido alguna vez el ciclo de vida y las capacidades y habilidades de adaptación/reconversión del producto y los subproductos Costa del Sol? Ya, ya lo sé, esta no es preguntita para un domingo...

Obviamente, en lo relativo al ciclo de vida momentáneamente no cabe, pero en lo de abrir el debate a propósito del centro de gravedad del volumen y los subvolúmenes de la oferta que conforman el producto Costa del Sol bien nos vendría escuchar a san Agustín cuando se refirió a la soberbia, y parafrasearlo permutando «soberbia» por «sobreoferta». La tontería quedaría más o menos así:

«La sobreoferta no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado, aunque lo parezca, no está sano».