Opinión | Málaga de un vistazo

Regreso a Chicago con Adolfo Navarrete

Sin caer en el síndrome de la hipertimesia o memoria superior autobiográfica -capacidad de recordar eventos de cualquier fecha-, revivo de forma ostensible el día 11 de septiembre de 2001. Compartía un aperitivo con mis sempiternos amigos Adolfo Navarrete Luque y Emilio Pérez Jiménez en Gambrinus, calle Denis Belgrano, para celebrar el 40 cumpleaños de Emilio. La televisión retrasmitía el informativo de las 3; bruscamente, nos sobrecogieron unas imágenes en directo de dos aviones impactando contra las torres gemelas del World Trade Center. Continuamos absortos ante la pantalla y el tiempo se detuvo. Sí, el mundo se había vuelto del revés: el grupo al Qaeda había desgarrado las entrañas de los EEUU y puso en alerta a todo el orbe. Miré a mi querido Adolfo -quien tenía un vuelo previsto a Chicago para el día 17- y le comenté: se ha truncado el viaje a la Ciudad del Viento. Unos días después, cuando se abrió el espacio aéreo americano, me invitó a que lo acompañara. Llegamos al destino deseado. Chicago estaba triste, muy triste. Al observar ese entorno doliente, Adolfo orquestó una sinfonía de esperanza y me dijo: «Estamos, queremos estar, vamos a seguir estando; esta es la fórmula ante tanta adversidad». Recuerdos del ‘Blues House’; descubrir las tardes de la ciudad con el blues y las imborrables tertulias -en azul- sobre nuestras existencias. En la avenida Michigan, su paso cansino se tornaba encantado por la grandeza de las ciudades norteamericanas que tan bien conocía. Gracias a ese periplo tuve la oportunidad de convivir con el hombre ferviente, el abogado, el amante de la vida, el sabio y el único inconformista que he conocido con brillantes argumentos. Hace 20 años de ese viaje. Te marchaste muy pronto Amigo. «Ya no cierro los bares, ni hago tantos excesos, cada vez son más tristes las canciones de amor», te acuerdas. Hasta mañana, Adolfo.

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