Opinión | 725 palabras

¿Serendipias o milagros?

Con cierta regularidad me paro y me leo en voz alta la cartilla de los automatismos adquiridos, y a estas alturas del viaje siempre termino llorando lágrimas blancas. Cuando uno, sin prejuicios, logra contar las veces que escucha el sabor de una mirada, y las que lee con el corazón los mensajes silentes del Universo, que son gratis, y las que saborea el aterciopelado tacto de un saludo, y las que acaricia y acuna un secreto bisbiseado durante un abrazo, y las que agradece con un secreto beso robado el ser el destinatario de un acto de amor, no hay más respuesta natural posible que la del agradecido llanto de la consciencia, que es blanco.

Lamentablemente, no tuve la posibilidad de vivirlo en directo, pero las actuales herramientas de comunicación me permitieron asistir con un día de retraso al paisaje celestial del pasado miércoles en los cielos de Málaga, que fue un milagroso universo en sí mismo. Nubes negras amenazantes y nubes de un profundo blanco pureza yendo y viniendo del rojo al naranja, al amarillo, al verde, al añil, al azul y al violeta, y vuelta a empezar. El milagro escenificaba unas nubes frágiles y volátiles que compartían las alturas con otras nubes poderosamente densas e inmóviles. Entrambas orquestaban un espectáculo celestial difícilmente repetible.

Contrariamente al hombre, la Naturaleza no es falible, por ello no entiende de serendipias. El último cielo merculino de Málaga fue un milagro que, por contraste, advertía de la capacidad destructiva del hombre involutivo. Me refiero al irracional atentado llevado a cabo contra la Naturaleza y su ecosistema en la malagueña Sierra Bermeja. Más allá de la imprescindible locura subyacente y del carácter psicopático indispensable para perpetrar el crimen llevado a cabo, me cuesta encontrar el interés y el «para qué» del desalmado o los desalmados autores del desastre, a todas luces irreparable por la especificidad singular de la vegetación autóctona del lugar. La maldad existe más acá del averno.

El contraste del cielo mágico del pasado miércoles con el de la matanza del bosque rondeño acaba de traerme a la memoria el pensamiento muy recurrente de un individuo especial allende los hubiere, que en carne propia supo demostrar que algunos seres humanos tienen la capacidad de prevalecer sobre todas las cosas. Me refiero a José Luis Sampedro, un economista-humanista, más humanista que economista, a pesar de sus brillantes aportaciones a la economía como ciencia. Don José Luis, entre un nutrido collar de perlas de sensibilidad y conocimiento nos legó una lamentable verdad cada vez más irrefutable: «Este mundo está traicionando a la vida», dijo. El profesor Sampedro nos dejó huérfanos, pero estoy absolutamente convencido de que él murió en paz con el Universo.

En el ejercicio de juntar letras, para magnificar la hipérbole, a veces solemos denominar como milagrosos algunos hechos escuetamente serendípicos, es decir, hechos bendecidos por una oportuna casualidad favorable sin intervención decisiva del ser humano. Por ejemplo, una serendipia clara fue el movimiento del 15-M de hace diez años, que sin el desamor y desafecto reinante habría sido imposible, o la llegada al poder de PSOE de Zapatero, por el lamentable atentado en Madrid, o el equilibrista crecimiento de VOX por el quebradizo estado de generosidad y lucidez de la derecha española, o el desteñido y frágil centro de gravedad del PP de nuestros días... Por cierto, en qué estaría pensando Lope, el fénix de los ingenios, cuando expresó aquello de «No quiso la lengua castellana que de casado a cansado hubiese más de una letra de diferencia». ¿Serendipia o clarividencia, lo de Lope de Vega?

Tan serendipia es que un elefante sepa entrar en un domicilio, como que sepa salir de él, y ello muy a pesar de las definiciones de «putada» y «milagro» que a posteriori de cada situación gustáramos de usar cada cual. Obviamente, lo que expresa este párrafo es universalmente válido para todo aquello que pueda sustituir «domicilio» como sustantivo. Así que no se prive, amable leyente...

Uno no es nada dado a escribir a propósito de la política, por cuanto que la mayoría de sus actores son individuos serendípicos venidos al mundo con la única misión de vivir en voz alta, pero, lamentablemente, no siempre es dueño de controlar sus letras, que suelen cobrar vida propia.

Por dar pistas, a lo que uno aspira es a alquilarse para soñar, como Gabo.