Opinión | La calle a tragos

La poesía es lo único que nos salva

El título de este artículo se ha desprendido del rebosante legado de Emilio Prados (1899-1962) y, al caer al vacío de nuestros días, ha hecho que retumbe como un bálsamo vocacional la voz eterna del poeta de la Generación del 27. «La poesía es lo único que nos salva», dejó escrito para siempre aquel niño de Málaga que aprendió lo que era la vida junto a los pescadores paleños y soñó despierto -junto a su amigo ‘Manolito’ Altolaguirre- en una imprenta con forma de barco, salvavidas y vino para los naufragios venideros.    

El viaje a la ‘Estación Recuerdo’ que merecen los versos de su travesía ha encallado felizmente en un andén que abraza sus orígenes mediterráneos para escapar, una vez más, de una estela tan ingrata como exiliada en el olvido. La ficha que ha movido el Centro Andaluz de las Letras al nombrarlo Autor del Año va más allá del compromiso de una efemérides y propagará su figura con trances tan exquisitos como los que colecciona la exposición abierta en la Fundación Unicaja. Tales iniciativas me han devuelto, de súbito, al veinteañero al que se le fue el cuerpo definitivamente para el mundo de la cultura. Ahí están grabadas a fuego las llamadas a Eva Díaz Pérez en las que se diluía la urgencia del periodismo mientras fundíamos el teléfono con las historias que rodeaban a Emilio Prados y otros escritores del exilio; las conversaciones sobre ‘el tío Emilio’ con Lorenzo Saval, capitán de su misma familia que sigue desplegando con rumbo centenario las velas de la Revista Litoral; o el descubrimiento de la necesaria obsesión por el intelectual malagueño que contagia el profesor Paco Chica.

Con altas dosis de orgullo he comprobado, desde que tengo uso de razón, que la poesía también salva a muchos vecinos de mi pueblo: Cuevas del Becerro. La coartada definitiva la sirve un libro que destila un entusiasta perfume a tinta fresca. Se titula Poetas somos. La aventura poética cueveña y sus casi 400 páginas están habitadas por las miradas literarias y fotográficas de una treintena de paisanos míos. Lo han publicado entre el Ayuntamiento y Editorial La Serranía. Y, sobre todo, lo han soñado y trabajado entre Antonio López y Emilio Navarro, con una generosidad que los ha convertido en detectives a la búsqueda de lugareños a los que les une el arte de encadenar versos. El resultado ha sido esclarecedor. De una localidad con 1.600 habitantes emanan los poetas como si se tratase del torrente de agua que reinventa a diario su bello Nacimiento. Tras su cubierta se suceden descubrimientos que nos transportan a la eclosión interior de Mari Loli Toscano; la inmortalidad escrita de Margarita Perujo o Mariquita La Ligera; la tierra hecha palabra de Juan Nebro; el grito de Joseíto Sagrario; la pasión de María Adela Perujo; la reencarnación de Baudelaire en Rafael Sánchez; los amaneceres de Loli Rosado y el agua de su hermano Manuel; la nostalgia de Ligerito; la juventud de Lucía, Javi y Almudena; o el universo breve del añorado Pepe Conde, quien extiende el magisterio de Gómez de la Serna con un desparpajo irrepetible.