Opinión | ENTRE EL SOL Y LA SAL

No James, tú también no

Qué podemos esperar de una sociedad que ahora llama gente tóxica a los gilipollas de toda la vida. Atención a los siguientes titulares aparecidos esta semana: Apartado un profesor por mostrar en clase el Otelo del actor blanco Lawrence Olivier. British Airways dejará de usar la fórmula ‘damas y caballeros’ por si algún pasajero se ofende. Supermán será bisexual en el nuevo cómic de DC. Kathleen Stock, profesora universitaria de filosofía, pide protección policial por la reacción del colectivo trans a su libro sobre género y feminismo. Los Rolling Stones renuncian a cantar Brown Sugar por hablar de la esclavitud. Y así podría seguir hasta el infinito y más allá. Estamos pagando las consecuencias de haber amamantado una generación de pusilánimes para los que la realidad es siempre hiriente y prefieren mitigar, templar, endulzar cada áspero aspecto de la vida antes que ver tambalearse la fragilidad de su equilibrio emocional. Y los demás nos lo hemos tragado, lo tenemos asimilado: cuidado con lo que dices, no vayas a molestar a alguien a quien no conoces y cuya opinión te importa un bledo, porque siempre habrá una asociación de afectados por lo más inimaginable dispuesta a hacerte pagar la insolencia de haber pensado en voz alta.

Ahora la han emprendido con James Bond y han desnaturalizado el personaje del apuesto y arrogante espía británico hasta convertirlo en un Jack Ryan del montón. Un hombre blandengue, que diría el Fary. Es lo que tiene. Se empieza por dar credibilidad a la leyenda negra española y se acaba pensando que Blas de Lezo fue un poeta romántico que amenizaba cruceros para los turistas ingleses del S. XVIII.

Una cosa es la evolución cómo lógico perfeccionamiento del ser humano en su camino adaptativo hacia la excelencia, dejando atrás animaladas de otros tiempos y demás conceptos que, a día de hoy, no se sostienen ni sobre sus propios recuerdos; y otra bien distinta es prostituir esa supuesta evolución y sacrificar en su nombre la naturaleza misma de las cosas por feas, molestas, o incómodas. Esa es la punta de lanza del lobby relativista en el que todo vale y del que la izquierda, bajo sus centenares de siglas, hace bandera sin darse cuenta de una evidencia pacífica por demostrada, pues de tanto señalar y demonizar lo que ellos consideran políticamente incorrecto se han convertido en lo que supuestamente más odian: legión de censores fascistas que se rinden al uniformado pensamiento único. No a esto. No a lo otro. No a aquello. No a lo de más para allá. Todo es no, no, no. Solo levantan el pulgar aprobador cuando la performance, el teatrillo, el numerito de turno responde a lo que ellos definen como necesario. Ahí tienen a la tal Samantha Hudson, que aprovecha el día de la Hispanidad para publicar un vídeo matando a Franco. Y yo, en pura contradicción, le doy pábulo a continuación. Samantha, por si lees esto, te cuento un secreto: debes ser el artista número trescientos millones que mata a Franco. Como verás, no eres valiente, mucho menos transgresor. Te jactas de tu singularidad, pero sólo engrosas una nutrida lista de nombres prescindibles a los que, de vez en cuando, se le dedica cada vez menos atención. Y lo mismo pienso de cualquiera que mate metafóricamente a un personaje del color que sea y que no esté vivo para defenderse.

Lo excesivo cansa por copioso, y estos seudo provocadores que imponen lo que se debe pensar y no se puede hacer se han convertido, por abundantes, en los cansinos, los jartibles, del S.XXI. Cómo estará el patio, qué cotas no esteremos alcanzando, para que hasta el intocable Bardem sea lapidado por criticar a ciertas sectarias del feminismo. Por suerte hay un momento de la peli en que Bond aparece jugando a los chinos y tomando una copa con un colega en un chiringuito. No me he fijado en si se rasca los huevos, pero aún hay esperanza.