Opinión | Notas de domingo

Dos en la carretera

Lunes. La habitación del Parador da al Tajo. Ese puente en medio de tal capricho de la naturaleza es lo primero que ven mis ojos esta semana. Concluye el fin de semana que hemos pasado en Ronda. Dijo Rilke, que anduvo por aquí, que «sobreponerse es todo». A ver si me sobrepongo de que sea lunes. Tras el bufé del desayuno, los huevos revueltos me los pone con jamón york, no con bacon, paso el viaje de vuelta pensando en la majestuosidad de La Maestranza, en lo descuidado de las murallas y en cuanta gente se habrá tirado por el Tajo. No es un pensamiento muy original. Ronda está alegre y bulliciosa, llena de turistas. Hay como una alegría recobrada en el ambiente.

Martes. Alguien ha elaborado un ranking de palabras bellas en español. Entre decenas, a mí me gustan mucho hola, crápula y beneplático. Picaflor tampoco está mal. Descubro «arrebol», que es el color rojo de las nubes iluminadas por el sol. Pepe, Pepe, mira qué Arrebol.

Miércoles. Almuerzo en La Sole del Pimpi con Cruz Morcillo, Sergio Vila San Juan, Blanca Berasátegui, Guillermo Busutil, Agustín Rivera y Alejandro Duque. Entre cervezas, croquetas y boquerones, con vistas a la Alcazaba, Berasategui habla del futuro de El Cultural, el gran suplemento, revista, tan necesario y prestigioso. Pronto habrá noticias. Vila San Juan, premio Nadal con ‘Estaba en el aire’ (me encantó ‘El informe Casabona’) pide un helado de postre y yo me siento un privilegiado por oírlo. Por oírlo hablar de libros y periodismo, no por oírlo pedir un helado. Bueno, también. Le pregunto por mi admirado Néstor Luján. Es la primera vez que conozco a alguien que lo conoció y trató. Luján fue un gran articulista, gastrónomo y novelista tardío. Un bon vivant erudito. El almuerzo es con motivo del Congreso de Periodismo que dirigen Busutil y Rivera, en el que me han encomendado moderar una mesa redonda con Ángeles Escrivá, Iñigo Domínguez y Cruz Morcillo. El público en la sala son muchos estudiantes. Insensatos que estudian periodismo. Me pesa la tarta de queso en el estómago, tendría que haber pedido helado, y pregunto mucho a Escrivá sobre ETA. Se hace un silencio espeso; con esa espesura que da la suma de curiosidades. No supero el miedo a hablar en público y pienso mientras lo hago que qué ocurriría si interrumpiera a un serio ponente y contara un chiste a lo Gila o Chiquito. Paseo por el parque de vuelta a casa. Ceno helado.

Jueves. No sé comprar. Tratando de adquirir avíos para una ensalada, cojo un pepino. Que no solo está malo si no que además, repite. Dejo la mitad sin trocear. Por la noche, Amaya lo ve y dictamina: esto es un calabacín. Silbo.

Viernes. Madrugón y carretera. No me sienta bien tener el estómago vacío de noticias. A las diez de la mañana todo el paisaje es distinto al habitual. Paro en una venta a leer periódicos y tomar café. De pronto me embarga la inseguridad acerca de la fecha. Tal vez el viaje era mañana sábado y no hoy. Me veo en la ciudad de destino vagando y sin alojamiento esperando a que llegue el sábado. Observo a los automóviles que van pasando e invento destinos y quehaceres. Dónde va tanta gente a estas horas por esta carretera. Pasa un coche igual al mío y es como si saliera fuera de mí y observara mi propia marcha. Dónde iré. El caso es que el coche igual al mío lleva un conductor con una camisa parecida o igual a la mía. Pago y salgo rápido para perseguirlo. Para seguirlo. Para seguirme a mí mismo. No sé si soy mi mejor seguidor. Mi perseguido parece haberse evaporado. Yo mismo entro en una neblina espesota que me aleja de la vista de los demás automóviles. Salgo de nuevo a la luz y a la autovía. De repente.