Opinión | De buena tinta

Terror en Lagunillas

Desde pequeño, he disfrutado con las películas de terror. Pero entiéndase el terror, claro está, desde los parámetros de la jerga cinematográfica, puesto que si bien es cierto que hay multitud de situaciones vitales con absoluta potencialidad para provocar horror en su sentido más amplio, el tono mucho más parcial al que yo me refiero es el relativo al género que narra historias fantásticas sobre seres inimaginables o apariciones capaces de generar susto o muerte, como decía el del chiste, pero que para nada tienen capacidad de traspasar los umbrales de seguridad que cercan esa pantalla que te protege a modo de lindero infranqueable desde la más absoluta inmunidad de tu sofá. Aquellas historias, ya las protagonizara Drácula, Damien Thorn, Regan MacNeil o Michael Myers, nunca tuvieron capacidad de inquietar más allá de las inmediatas horas de la noche en las que se producía su visionado porque, al fin y al cabo, lo cierto es que el concepto de ficción sobrevolaba por encima de todo canguelo, y las rutinas del amanecer terminaban por difuminar esa sensación de miedo controlado para convertirla, simplemente, en un salto de adrenalina momentáneo con palomitas de maíz.

Sin embargo, desde mi humilde punto de vista, existe otro género cinematográfico que identificamos en las etiquetas de los videoclubs o las plataformas digitales con el vocablo drama y que tiene capacidad para irradiar muchísimo más horror que las novelas de King. Y ello, habida cuenta de que las historias que bajo su sello se nos presentan nos muestran como protagonistas al cáncer sorpresivo que aflora en el hijo de cinco años, al itinerario del Alzheimer en el marido que ya no reconoce a su esposa, o a ese accidente de tráfico en edades tempranas que te deja lisiado de por vida, esto es: acontecimientos o avatares terroríficos que, si bien se nos venden igualmente y desde la gran pantalla como ficciones, su potencial incursión en la cotidianeidad de nuestras vidas, lejos de ser un imposible, se transforma más bien en un triste aviso con posibilidades más que reales de acontecer. Y es que, para terror, ya está el drama.

Por lo demás, aunque el terror y el drama se alcen como géneros claramente diferenciados entre las historias que nos ofrece el celuloide, lo cierto es que, en nuestro devenir cotidiano, ambas etiquetas son capaces de emerger desde las abominables posibilidades reales de su simbiosis.

Momento en que la Guardia Civil detiene a los dos presuntos yihadistas en Las Lagunillas

Los de mi generación, la alta cuna del setenta y nueve, no ha habido ni habrá otra mejor, crecimos con el drama o el terror, refiéranlo como ustedes prefieran, de la banda criminal ETA en lo que venía a ser una sombra de muerte cotidiana que no sólo se nos recordaba a diario en los medios de comunicación sino que, también en ocasiones, por si acaso el inconsciente batallaba por reducirla a golpe de distancia, se hacía presente en el entorno de tu misma ciudad natal, repito, bajo el halo del terror o del drama, califíquenlo de nuevo como prefieran. Así es como irremediablemente recuerdo el asesinato de Luis Portero o la bomba que reventó el furgón militar de la base aérea de Armilla.

Si bien con innegables dosis de drama, se ha acabado denominando terrorismo a esta serie de inercias tan malditas y tan generadoras de pérdidas humanas: unas barbaridades por las que Otegui, hace tan solo unos días, muy a toro pasado y con la boca muy chica, pareciera pedir algo parecido al perdón de las víctimas para, seguidamente, continuar mercadeando con los presos y los presupuestos en una incomprensible y repulsiva combinatoria de actuaciones.

Con todo, bien saben ustedes que esos terrorismos localistas de nuestra patria pasaron a segunda división cuando Matías Prats, a mí me pilló jugando al mus y escuchando la radio, también nos aterrorizó con aquellas inolvidables palabras que jamás serán olvidadas y que terminaron por destapar el drama y el terror a nivel global: «¡La otra torre!»

Mucho ha llovido desde dos mil uno. Incluso series como Homeland han reflejado con maestría el drama de esta nueva ola de terror. Pero, ¡ay!, es terrorífico y dramático tomar conciencia de que, cuando estos horrores se desatan mundialmente, la trama terrorista yihadista puede seguir asolando nuestros días y emulsionar no sólo en América, sino también en Europa, España, Andalucía y Málaga. Incluso en Lagunillas.