Opinión | Bajo el puente de hierro

Carta

Me preocupa la muerte porque me preocupa la distancia. A veces son remotos los cuerpos que duermen en la misma estancia, a veces son siameses los cuerpos que se extrañan pasado el tiempo y edificado sobre los páramos. Todas las cartas de amor son ridículas porque el amor tiene un compromiso burlón con la liviandad. En una carta, decimos: «te querré para siempre» y esa eternidad es un pestañeo incendiado, apenas un instante. Hay segundos que merecen vidas y vidas que podrían resumirse en un segundo. Pero estamos aquí, amándonos, cómo solo aman los temerosos: con esa irresistible y frágil ferocidad. La gravedad quiere convertirte en raíz pero apareces y eres un infierno ramificado que de puntillas juega a acariciar el crepúsculo. Pasan cosas. Siempre pasan cosas. En los restaurantes y en el supermercado y en la blandura del hogar o en mitad de la multitud mansa que nos acompaña a todas partes sin rozarnos. Amar es que pasen cosas. No lo entiendo de otro modo. Que dios bendiga las rutinas, que el diablo decore las grietas con pan de oro. El corazón es un mecanismo impreciso; si nunca sabe cuándo es hoy, cómo pedirle que nos fije un mañana. El pecho es precipicio, no cobijo; no es llegada, sino perpetua partida.

Ya no se escriben cartas de amor, pero el mundo viene siendo el mismo. Primero ridículas, después prescindibles. No sé qué hacen los jóvenes ahora, aunque me interesaría saberlo. Fueguitos en el Instagram. Ahorramos tiempo, desperdiciamos adjetivos. De los jóvenes envidio sus caderas y su pálpito, su venir de vuelta sin ni siquiera haber ido. A veces fantaseo con que nuestro amor nos hubiera pillado con veinte años. ¿Qué espacio ocuparíamos en la ajena memoria? Los jóvenes, decía; somos los mismos aunque no nos parezcamos. Ellos tienen un entusiasmo del que carezco y te escribo esta carta porque creo que hay días en que mis penas te manchan. No es tristeza, lo juro; sólo un cansancio pegajoso. Un sí a esto y sí a lo otro. Una urgencia que querría arrancarme como el pellejo tras la insolación. Soy un cubo que rebosa bajo un goteo imperceptible. El amor no es tanto abrazarnos en el berrinche como enfurecernos cogidos de la mano.

Los errores, todos hemos sido alguna vez el error de algún amante, son como las persianas de los comercios; en la noche caen con agotamiento y estruendo pero al día siguiente se repliegan de nuevo con inesperado y luminoso empuje. Nunca he aprendido nada de los fracasos, pero al menos he conseguido distinguirlos. He celebrado como victorias derrotas abultadas. No he disfrutado de la gloria por creerlo un mísero empate. Ahora sí. Los largos silencios en el café. El júbilo marchito. Las muchas cosas para llenar los vacíos. Temo más al desamor que a los fantasmas. Su amenaza transparente. Su guillotina de niebla. Todo amor debe tener un ideal, una propuesta de perfección, un camino. Un algo que no está pero que borbotea dentro. Pero a esta página me trae otra cosa: este amor que siento por ti. Un amor que es brutalmente nuestro. Un reino sin más huella que el de nuestros cuerpos en su laberinto de costillas y tiemblos. Coreografía de carne y sombra de palabras bajas y mandíbulas ensortijadas y el crujido de los párpados. Amarte es llamar esperanza a los derrumbes y darle la bienvenida a los que marchan y un requiebro musitado desde la cocina y una vergüenza de horas y un rubor de días y una llama en cada dedo. Amar es esta cosa de amar, sin más. Esta arquitectura infantil y desmontable. Pienso quién soy muchas veces y respondo que tus hombros y este rugir de días que se suman a otros días y los autobuses perdidos. Soy los encuentros futuros.

Desconfío de las cartas de amor. Confluyen destinatario y remitente. Son celebraciones gozosas de uno mismo. Pero estoy cansado y no quiero que esta piedra atada al tobillo te arrastre hasta el abismo la risa. Por eso estas palabras, para recordarte que vamos y venimos. Que andan ennegrecidos los girasoles pero continúan con su pesada danza. Que compartimos sol y mi piel es tuya. Esta carta es un compromiso con la espuma y con el vino. Con los besos y la atrocidad maravillosa de tus manos. Vamos, juntos, hacia cualquier lado. A tu lado, soy presa del camino.