Opinión | 725 palabras

Derogar or not derogar

Aquella noche mi sueño tuvo tres momentos significativos. En el primero, doña Yolanda, asistida por el atrayente activo de sus formas y sus maneras, se entregaba en cuerpo y alma al valetudinario deshoje existencial del verbo derogar: «derogo, no derogo, derogo, no derogo...». El respetable contemplaba abstraído cómo doña Yolanda desnudaba concienzudamente a la margarita.

En el segundo momento de mi sueño, doña Yolanda, mejorándolo sensiblemente, emulaba al príncipe de Dinamarca arropada por el atractivo de su bien pautado verbo y de su tono envolvente: «derogar or not derogar, that is the question...». El respetable se miraba sorprendido.

Finalmente, en el tercer momento de mi sueño, ya visiblemente fatigada por las barreras, impulsada por un asombroso y preciosista ejercicio de funambulismo existencialista, aunó el atrayente activo de sus formas y sus maneras con el atractivo de su bien pautado verbo y de su envolvente tono, y se ciñó a la realidad de lo posible. Y fue desde esa atalaya que doña Yolanda, en un elegante pas de deux, fundió la duda de Hamlet con el ejercicio estocástico del deshoje de la margarita, y se manifestó: «Yes, derogaré, but, esto sí, esto no, esto sí, esto no...». Ay, otra vez la colateralidad de los efectos, otra vez el sistema y otra vez la política, ese «arte del engaño», según don Nicolás...

Derogar es un verbo que en el lenguaje cotidiano está prácticamente circunscrito a los mundos legislativo y judicial, pero como metáfora de la realidad no tiene precio. Si estuviera en su mano, ¿quién, por ejemplo, no derogaría la mala educación, el mal estilo, la hambruna, la pederastia, la ausencia de libertad, el maltrato en general...? Yo, sin ir más lejos, si fuera posible derogar mediante el uso de una goma de borrar, me pasaría el día derogando camareros maleducados y cocineros pasados de sal y mecánicos inútiles y predicadores soplagaitas y directores de banco creídos y articulistas abruptos y barberos temblorosos y taxistas kamikazes y machistas por nacencia y políticos bocazas y promesas ortopédicas y vendedores telefónicos y vinos agrios y cafés fríos y gin-tonics calientes...

La mente humana es cuasi infinita para lo bueno, pero también para lo malo, de ahí que tanto haya gobiernos que les derogan la vida a los ciudadanos para no perder el tiempo derogándolos poquito a poco, so simple pretexto de que no los aplauden, como individuos que se autoderogan la autoestima y la existencia a base de fingir lo que no son, sin nunca llegar del todo a ser lo que fingen. En este sentido, Michel de Montaigne se expresó cristalinamente cuando, respecto de él mismo, nos dejó dicho «Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron». Brillante la profundidad de don Michel, porque en el diario ejercicio de la psicología clínica sus palabras son la mismísima vida en carne viva.

Parece ser que a la actividad derogatoria le sucede lo mismo que al embarazo y a la muerte. Es decir, que de la misma manera que no es posible que una señora esté medianamente embarazada o un caballero levemente muerto, la actividad derogatoria respecto del objeto derogable no es practicable por partes. O sea que o se deroga o no se deroga, pero derogar un cachito, va a ser que no... Es decir que, volviendo al supuesto metafórico de que fuera posible derogar mediante el uso de una goma de borrar, la presidenta Ayuso, sin despeinarse, en un tris, de un certero mandoble con su goma de borrar, podría derogarle las intenciones a don Teo García para facilitar las lícitamente suyas de presidir el PP de los madrileños.

Claro que, como consecuencia de su mandoble con la goma de borrar, como efecto colateral, las virutas de goma salpicarían y macularían el traje y hasta el despacho del presidente nacional del PP. La verdad, confieso que desde la primera vez que vi a la señora Ayuso tuve la intuición de sus arrestos, de sus ambiciones y de sus sobradas habilidades con la goma, la de borrar, en este caso.

Nunca había tomado consciencia de ello, pero a medida que he ido escribiendo he ido sintiendo que, quizá, el Ministerio del Interior debiera impulsar la legislación de la goma de borrar como un arma prohibida para según qué individuos.

Decididamente, en según qué manos, una goma de borrar puede ser letal.

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