Opinión | De buena tinta

Más nos quedará por ver

A mis oídos llega, de primera mano y de muy buena tinta, el desalentador anecdotario de una manada de menores de edad varones que, hace tan sólo unos días, bajo el amparo del anonimato grupal, la cobertura de la nocturnidad y la más que aparente compañía de alguna que otra sustancia o aliño, acechaban e increpaban con quién sabe qué nefastas intenciones los pasos de otro grupo de niñas asustadas y cuya media de edad en años no sobrepasaría la docena.

Fue tal que así, me cuentan, entre gritos, ojos rojos y desorbitados, insultos y patadas en las paredes, como el oscuro halo de una patente amenaza con rostro de niño comenzó a tomar cuerpo hasta provocar en aquellas chicas el miedo que genera un acoso ya tangible y sus imaginarias y más que terribles potencialidades. Pero alguien lo vio. Alguien lo percibió. Alguien en su sano juicio optó por interponer su presencia, su integridad, su mirada, su mayoría de edad y alguna que otra cana entre los dos grupos. Alguien, a Dios gracias, generó un cortafuegos a fin de propiciar que, al menos durante aquel preciso instante de la noche, la sombra y el miedo terminaran por desvanecerse.

Pero, con todo y con ello, allí queda ese rol perturbado e insano. Allí, preparado para saltar en cuanto llegue la ocasión. Allí, en los más profundos resquicios interiores de la minoría de edad de aquel incipiente grupo de acosadores a quienes flaco favor haríamos si, desde nuestro discurso, les limitáramos la calificación de tal comportamiento desde la etiqueta de las simples cosas de la edad o las simples cosas de niños.

Con lo ya vivido a cuestas, me queda meridianamente claro que la maldad tiene capacidad más que suficiente para asolar tanto el corazón de los adultos como el corazón de los menores, pero también soy consciente de que existen roles de maldad adulta y roles de maldad propios de edades en crecimiento madurativo. Pero, ¿qué inhóspito tramo, me pregunto, de la larga escala de los siglos estamos protagonizando cuando, de repente, afloran, aquí y allá, menores de edad cuyos comportamientos individuales o colectivos son dignos de ilustrar los antecedentes de hecho de una sentencia adulta dictada por la Audiencia Provincial?

Resulta triste y decepcionante pararse a pensar que, precisamente en la época de mayor acceso a la información, concurran en la juventud que aún se educa abominaciones conductuales y grupales tan antisociales y tan alejadas de los sencillos mínimos que precisa la más simple escala de valores. Una época, la nuestra, en la que no es difícil encontrar miradas menores de edad donde ya brilla la maldad del animal primitivo, en el peor de los sentidos de la palabra animal y en el peor de los sentidos de la palabra primitivo.

Desde mi humilde visión, me atrevería a decir, siempre con cautela, que, posiblemente, sea un buen dato a manejar sobre la mesa el hecho de que la información que años atrás nos llegaba a los menores bien pudiera estar no sólo más dosificada y filtrada que la actual, sino también más en consonancia con la evolución natural de la madurez que va asimilando según sus sanos ritmos.

Hoy por hoy, sin embargo, Internet se alza como el gran agujero de un abismo donde todos, mayores y menores, para bueno y para malo, podemos mirar sin los escudos de los filtros. Bien pudiera ser posible, así, que muchos de nuestros menores hallen en ese agujero negro, tan infinito, tan seductor, tan mirado y remirado incluso antes de tiempo, múltiples reflejos y roles (qué más da si reales o ficticios) que terminen impregnándose en una mente inmadura a la que se le destruye anticipadamente la inocencia de la infancia para terminar generando pequeños monstruos adictos a las tecnologías y que, por no saber de realidad ni de ficción, terminan sin saber de lo malo y de lo bueno.

Y así nos movemos, y así nos va: en las calendas de una década en la que el acoso acorta edades mientras el reguetón canta «si sigues con esa actitud, voy a violarte»; una década en la que uno ya no sabe si es más peligroso darse un paseo a medianoche por las afueras de Ciudad Juárez o quitarle el móvil al niño. Más nos quedará por ver.