Opinión | Notas de domingo

Málaga

Caldito y cine

caldito y cine

caldito y cine / Jose María de Loma

Lunes. Tienen un no sé qué las cafeterías de los hoteles. Coctelerías ahora más bien. Salones lujosos multiusos, art decó en ocasiones, donde se desayuna obispalmente, se toma el aperitivo conspiratorio, se almuerza mal y puede uno ir a dejar escapar la tarde oyendo el tintineo de los hielos. Antaño quedaban en los bares de los hoteles los viajantes de comercio, los espías y los directores de recursos humanos tiesos. Ahora muchos establecimientos emplazan sus ‘afterworks’ en las azoteas o terrazas. Las siete de la tarde es una hora incierta y opto por un café pero el amigo se atiza una cerveza. Cacahuetes mejorables. Por los ventanales se asoma la oscuridad de noviembre. Algunos jóvenes llevan la maleta con rueditas como si fuera un apéndice de su cuerpo. Una cola o un megabrazo. Entran y salen también ejecutivos, atisbo instagrameras en un sofá, señoras que meriendan en mesa alta. «Solo les importa la nómina», me dice mi acompañante. No sé si se refiere a los ejecutivos o a su partido.

Martes. La tertulia en el café va sobre cine. Víctor Aguilar, nuestro crítico, cuenta una anécdota de Kubrick y mi director ensalza Barry Lyndon. A la mitad del mitad desvariamos: o sea, hablamos de El juego del calamar. La mañana va de cine, quiero decir que me cruzo con otro crítico admirado, Francisco Griñán. No se me va de la cabeza en toda la mañana que hay que comer mandarinas, lo ha dicho un médico amigo. Las compraré luego. Preferiría que no se me fuera de la cabeza algún poema de Pablo García Baena, que en edición del gran Rafael Inglada, compró el otro día Amaya. García Baena (que fue Premio Príncipe de Asturias) tuvo muchos años en Torremolinos una tienda llamada El baúl. Supongo que de niño pasaría muchas veces delante de ella. Sin imaginar quién era en realidad ese señor de gafas que escribió ‘Junio’, ese portento poético y de sensualidad.

Miércoles. Ay que pulsión de volver al edredón.

Jueves. Las cosas buenas de la vida vienen a veces cuando uno menos las persigue. Y así llega un vaso de caldito de pintarroja, que tanto me evoca las comidas de mi niñez en La Carihuela. Nadie lo ha pedido. Nadie lo rechaza. El caldito reconforta, tiene un deje picante, deja el estómago presto a la bebida y al buen pescado que dan en Santiago, lugar ya fijo de la tertulia con Juan Gaitán y José Antonio Sau. Hoy tenemos compañía. Gaitán acaba de publicar ‘Animal azul’, gozoso poemario sobre el mismo hecho de escribir. Lo ha editado primorosamente Jákara. Van saliendo las maldades sobre colegas y las alabanzas, claro, y desfilan las gambas. Las gambas son la infantería de la mariscada. Los carabineros serían como esos generalotes bigotudos y corpulentos. Muy cerca de nosotros hay una mesa que emite importantes decibelios y en la que se debate sobre la necesidad de un monumento a Chiquito de la Calzada en Málaga. Hoy se ha descubierto una placa que recuerda sus almuerzos en el Chinitas. El breve cubateo posterior (¿almendras tenemos?) con el director de este diario, que invita, y Javi Frutos, presidente de los hosteleros andaluces, es en El mentidero. Nunca he visto un nombre más molón para un establecimiento. Hay una atropellada y difusa vuelta a la redacción, que está como en penumbra y neblinosa. Nos cae encima una noticia. Y rehacemos la portada. Bien de noche, caminando hacia casa, me sorprendo silbando.

Viernes. En el plató. Me da por pensar que llevo una mancha en la camisa y me desconcentro. Trato de volver a mí mismo pero no me encuentro. Me palpo por ver si estoy pero estropeo el maquillaje. Intento relajarme. No. Tensión, tensión, me digo a mí mismo. Corro hacia el viernes por la tarde.

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