Opinión | La señal
Un cisne en aguas negras
En su paso matutino por Pasillo del Matadero -vaya nombrecito más ténebre- ve un bellísimo cisne, naturalmente blanco, deslizándose por las negras aguas del Guadalmedina en su supuesta desembocadura. Esta preciosa ave, y de no pequeño tamaño -piensa el funcionario camino de su negociado municipal-, no pega en esta cloaca ni con cola. Recuerda que hace más de un año otro cisne, o este mismo, también se posó en la misma superficie oscura, pero pocos días después fue capturado y se le trasladó al Parque del Oeste, junto a las barriadas de La Paz y Santa Paula, para que no llamara tanto la atención. Él no puede saber si se trata del mismo cisne u otro muy parecido. De cisnes, como de tantos asuntos, sabe lo justito, solo que estas aves se emparejan de por vida, e inmediatamente piensa en su compañero de dependencia, que es todo lo contrario y ha perdido la cuenta de cuantas parejas han pasado por sus brazos. Bueno, también es un ave mitológica, se dijo, y cree recordar que consagrada a Apolo, dios de la música. Pero también a Venus, la diosa del deleite, por su maravillosa blancura; de hecho, la carroza de Venus es tirada en algunas representaciones por cisnes, y se le vino de pronto a la cabeza aquella imagen.
En cualquier caso -aligeró su diligente ritmo de lunes-, ese cisne me parece subversivo, sí, subversivo, viene a posarse en un inmenso charco de porquería solo alterado por unas olitas del cercano mar que espera tras el puente del Carmen. La sola presencia del cisne es una contradicción frente a la inmundicia liquida que le rodea y que delata a los culpables. Eso sí, recuerda que un día hubo un plan del Guadalmedina, pero lo que no estaba encima de la mesa fue el dinero, y que la Junta se comprometió a… pero ¿qué espera?, ¿acaso no sabe que unos le echan la pelota a otros como en ese juego en el que un niño, en el centro, tiene que arrebatársela a sus compañeros de patio en el colegio? Pues ese niño es él y todos los ciudadanos, y por eso el río, si es que se le puede llamar así, presenta este nauseabundo aspecto. Y ve como el dignísimo y solitario cisne sumerge rápido su pico amarillo en aquellas aguas negras. Pero ese pico sigue aparentemente limpio después, inaudito, musita.
Unas decenas de metros más hacia el interior de la ciudad, sobre un pequeño bloque de cemento, parte de una pretendida contención de aquel curso natural, una cigüeña gris vigila la improbable presencia de algún pececillo que llevarse a la boca. Más allá no hay agua sino basura y corren algunos perros mientras sus dueños hablan por el móvil. La imagen del río que no es río, invisible casi siempre, se extiende kilómetros arriba. Pero frente a ese cauce basurero, se alza el CAC y su sola presencia blanca ya es motivo más que suficiente para que se presuma la contemporaneidad del conjunto. Viene a decir aquel antiguo mercado convertido en continente expositivo que es posible exponer obras de Michelangelo Pistoletto o Mark Whalen, por ejemplo, al lado de una ciénaga pestilente, ¿acaso puede haber algo más rabiosamente moderno que el ayuntamiento de los detritus y la belleza salida de unos pinceles? Pues eso. Y entonces, al probo funcionario le viene a la memoria aquella acertada frase de Fernando Fernán Gómez: el tiempo pone a cada uno en su sitio, pero si vas mandando a algunos a la mierda vas adelantando camino. Vamos, se llenan la boca todos los días con la palabra sostenibilidad y consienten esta cloaca en pleno centro urbano, ¡qué cara más dura! Y no es el único pozo negro, que conste, que un solo paseo por el litoral descubre nuevos desagües de la ciudad al mar con todas las heces que somos capaces de evacuar. Mucho moralismo y después esto. Pero ya se sabe lo que decía Terencio, el servilismo produce amigos, la verdad, odio. Así que me callo que voy a entrar en el Ayuntamiento, a ver qué me depara el día. Pasa y ya no puede ver al cisne, quizá nunca más. Federico García Lorca dejó escrito:
La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir. Pero yo iré
aunque un sol de alacranes
me coma la sien.
Pero tú vendrás
con la lengua quemada por
la lluvia de sal.
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