Opinión | Notas de domingo

Quinquis al atardecer

Hoy hace frío de verdad. No sé cómo será ese «de verdad» en otras latitudes, pero ya están todos los noticiarios enviando a sus reporteros a las ventiscas y la nieve, el frío y las castillas interiores

Lunes. El taxista que me lleva a Santa Justa, advertido de que mi tren de vuelta sale en 35 minutos, me muestra su pericia para sortear el cotidiano atasco de Sevilla a mediodía. El cielo tiene un color indeciso virando a gris. Me agarrota un poco el estrés pero lo conjuro preguntándome que qué demonios pasaría si pierdo el tren. Nada. Nadería. Ya en mi asiento, remansados los nervios, repaso la mañana. Feliz coincidencia con Ignacio Peyró, que saca ‘Un aire inglés’ (Fórcola), delicioso conjunto de escritos, libro complementario en cierta medida de su exitoso ‘Diccionario sentimental de la cultura inglesa’. Peyró viene elegante como suele, cálido y entusiasta. Le he preguntado en el plató por la fecha de aparición de un nuevo tomo de sus diarios, de los que me declaro devoto y fan. El periodista Jesús Nieto, que ahora se encarama en la contra de ABC, me envía un fragmento del programa en el que salgo inquiriendo a Peyró. Tengo yo que aprender a hacer eso. A hacer vídeos, no a inquirir. Dormito. Luego, mirando por la ventana del vagón la campiña cordobesa, que vete a saber si no es la vega de Antequera, imagino que Peyró se ha llevado a comer a León Gross en Sevilla a algún lugar donde den buen fino, jamón y tal vez unas gambas de Huelva. Yo llevo en la mochila una magdalena oblonga que le he tangado esta mañana a mi hijo.

Martes. Me ha caído encima y de repente un resfriado cruel. Me encuentro atascado, febril, cansado tras una noche de intermitente sueño. Me levanto a las cinco y media de la mañana y me pongo a ver un concierto de Elton John en el móvil. Hago esto como podría haberme puesto a preparar una tarta de zanahoria, leer, mirar por la ventana o escabechar pleonasmos. A una hora prudente voy a la redacción y a la vuelta procuro despachar rápido todas las obligaciones y me enseñoreo en el sofá. No me falta nada: kleenex, manta, conitos de maíz y caldito. Me recuerda todo a una escena de Bridget Jones. Me pongo a leer los diarios del poeta malagueño José María Souvirón, cuarto tomo, editado por los filólogos Javier Labeira y Daniel Ramos con el impulso de la Diputación de Málaga. Este libro abarca de noviembre del 65 a diciembre del 67. Con las diversas entregas y la que resta se rescata de cierto olvido a Souvirón. Me pinchan la burbuja de aislamiento y tranquilidad cuando estoy leyendo una entrada en la que Souvirón se pregunta si Azorín «está chocho» por la pretensión que tiene, provecto, reconocido y sin que ya le haga falta nada de eso, de ganar el Premio de articulismo Mariano de Cavia. La verdad es que el hombre se iba a morir enseguida.

Miércoles. Hoy hace frío de verdad. No sé cómo será ese «de verdad» en otras latitudes, pero ya están todos los noticiarios enviando a sus reporteros a las ventiscas y la nieve, el frío y las castillas interiores. Yo me he lanzado pronto a la calle y no sé por qué. Tal vez en busca de asunto para la columna. Pero me encuentro a un conocido. No sé si es mejor encontrar conocido o columna. Como diga algo interesante lo convierto en protagonista de la columna. «A ver si quedamos».

Jueves. ‘Las leyes de la frontera’. Buen cine. Cine de época. Cine quinqui. Tal vez un poco larga. Cualquiera encuentra entre las pirámides de libros que comienzan a cercarnos dónde está la novela de Javier Cercas en la que está basada. Mi hijo me informa de que él sus tomos de ‘Futbolísimos’ los tiene controlados. Me doy a los anacardos.

Viernes. Nada mejor para criticar las aglomeraciones que vivirlas in situ. Cabe un alfiler. Yo no. Luces de Navidad. Iba a decir que la marea me arrastra pero Amaya me ha prohibido una temporadita las metáforas náuticas.