Opinión | El ruido y la furia

Penumbras

Escribo en penumbras esta columna. Siempre me gustó más la palabra así, en plural, ‘penumbras’, y no ‘penumbra’. Cuando le falta la ‘s’ le sucede como a ermita, que no lleva ‘h’ pero debería, porque sin ella parece desnuda. Un clásico dijo que una ‘ermita’ sin ‘h’ era como una sin campanario, y creo que tenía razón.

Penumbras. El diccionario las define como esa sombra débil que está entre la luz y la oscuridad y no deja percibir dónde empieza la una o acaba la otra. Exactamente ese punto que se usa para explicar cuándo empieza el Sabbat: «cuando no puede distinguirse un hilo blanco de uno negro», y cuándo termina: «cuando puede distinguirse un hilo blanco de uno negro». El territorio de las penumbras, el reino de las sombras y sus fronteras.

Escribo en penumbras en el mismo momento en que el precio de la luz alcanza otra vez su récord histórico y lo hago exactamente por eso, porque el precio es prohibitivo. Supera por primera vez la barrera de los trescientos euros el megavatio por hora, trescientos nueve, según el dato final del día. Los informes de los expertos señalan que en diez millones de hogares se paga la luz más cara este año que en 2018, aunque para decir eso tampoco hace falta ser muy experto, basta con comparar los recibos o tirar un poco de memoria. El Gobierno había prometido que eso no ocurriría, que la factura se mantendría al mismo precio, pero… Ya sabemos por Quevedo que prometer no empobrece. Lo que sí empobrece, y mucho, es pagar la luz, y hacerlo enriquece, y mucho, a esa partida de bandoleros que nos cobran un bien esencial como si fuese un artículo de lujo, dando pie, además, a que se produzca una inevitable escalada de precios y la inflación también bata marcas que no habíamos visto desde hace treinta años.

Lo que me sigue causando estupor es la pasividad social ante todo esto. Nadie ha abanderado, de momento, un movimiento de protesta y contraataque ante esta locura cargada de injusticia que es el precio de la luz, que se sitúa ya como inalcanzable para muchísima gente. Las redes sociales se movilizan hasta el paroxismo con cualquier bobada, pero de momento no he visto a nadie alentar una acción seria contra este robo consentido por los estados, que lo consienten porque están seguros de que no pasará nada. Se han encargado bien de ello creando, con paciencia y con un plan exacto, una sociedad sin pensamiento crítico, adormecida, desmovilizada. Una sociedad en penumbras, sin luz y sin energía, que mira en el móvil un vídeo de gatitos, incapaz de distinguir un hilo blanco de uno negro.