Opinión | Tribuna

Antonio Clavero: Marcando el camino

Martes Santo de 1999. En ella aparece Antonio, con la túnica de la sección de la Virgen de Gracia, en la cabeza de procesión del Rescate.

Martes Santo de 1999. En ella aparece Antonio, con la túnica de la sección de la Virgen de Gracia, en la cabeza de procesión del Rescate. / Foto cedida por el archivo de la Cofradía.

Hace días Antonio Clavero dejó las calles de Málaga, de andar físicamente por ellas. De pasear y encontrarse con gente con la que hablar. De respirar el suave olor del rebalaje paleño en sus paseos. También dejó de dar clase; físicamente, claro. Porque uno no deja de enseñar cuando se marcha a mejor vida. Antonio siempre será una biblioteca. Y las bibliotecas no tienen a sus maestros físicamente. Tienen su obra, sus pensamientos, su recuerdo.

A Antonio, -desde la natural distancia de las generaciones que nos separan-, siempre lo he considerado un modelo al que me gustaría parecerme. Antonio siempre ha tenido el don de la palabra, de la mansedumbre, de la sabiduría que emana de las personas humildes por naturaleza. Para mí, el objetivo de la vida adulta siempre ha consistido en tener la capacidad de mantener conversaciones interesantes. Y que en esas conversaciones todos nos enriquezcamos, a veces, desde posiciones distintas. Antonio es una conversación. Siempre interesante, siempre con tiempo para tenerla. Porque Antonio siempre se para a hablar. Tiene tiempo para ti, te dignifica, te valora, te escucha y te hace sentir importante, porque te hace sentir orgulloso de lo que eres, de lo que haces. Antonio tiene esa luz que proviene del interior de las personas que son verdaderamente buenas.

Con Antonio he sido oyente en la lejanía de largas conversaciones telefónicas con mi padre; he conversado caminando calle la Victoria abajo cada Martes Santo durante la década de los 90 o paseando abrumados bajo las bóvedas de la Capilla Sixtina en el Vaticano. También hemos compartido charlas, cortas, intensas, llenas de sentido. Recuerdo una en concreto. Acababa de fallecer mi madre y estábamos en el tanatorio. Era septiembre y hacía calor. Caminaba solo por el exterior camposanto de madrugada. Allí no había prácticamente nadie. Antonio se acercó a caminar. A hablar. Aquella noche Antonio me recordó un momento vivido hacía cuatro años, en un viaje que compartimos a Italia. Caminando por Florencia él se percató de que mi madre caminaba más despacio de lo normal, más cansada de lo normal. “Me canso demasiado Antonio, algo me pasa”. A la vuelta del viaje ciertamente algo pasaba. Y ahí andábamos, cuatro años después, viendo pasar como las páginas de un libro esos años desde aquella conversación con ella en Roma.

Antonio, gracias por marcarnos a muchos el camino.

Para mí, siempre serás el nazareno alto, amigo de mi padre, que avanza a paso firme junto a la Cruz Guía del Rescate.

Antonio, gracias por tu vida.