Opinión | DE BUENA TINTA

De tornados y derechos laborales

Entre otras tantas genialidades que me sería imposible enumerar, la segunda parte de El padrino nos narra con no poca maestría los inicios del pequeño Vito Andolini y su llegada a los Estados Unidos de América tras escapar de la matanza perpetrada contra su familia en Sicilia.

Fue precisamente allí, en el puerto de New York, cuando ese zagal taciturno que habría de fundar el inquietante imperio de los Corleone elevó los ojos frente a una grandiosa estatua de la Libertad. El tan renombrado «sueño americano» se alzaba frente a sí, enarbolando la bandera del éxito y la posibilidad de prosperar y escalar la pirámide social bajo la cobertura de una joven potencia mundial. En ese preciso instante, los Estados Unidos se presentaron ante él con los brazos abiertos y dispuestos a catapultar su futuro, haciendo ojos ciegos a su origen migrante y sosteniendo sus pasos bajo la salvaguarda constitucional de los derechos. Pero, ¡ay!, no todo «sueño americano» se deja crecer, como saben, respetando los márgenes de la legalidad y, tras ese nítido y aparente escaparate de país encumbrado y referente, tan sobrado y tan dotado de casi todo, y tan carente y tan falto de casi nada, no pareciera ser oro todo aquello que entre sus lindes reluce. A fin de cuentas, ¿qué se puede esperar de una nación que, hoy por hoy, sigue sin ratificar la Convención de los Derechos del Niño?

En otro orden de ideas, pero ya verán que a cuenta de la misma, no seré yo quien tenga que venir a decirles que, en esta era de pandemias, volcanes, calentamientos globales y crisis energéticas, hay ocasiones en las que también les da por debutar a los tornados. «Que no nos falte de ‘na’, que no, que no», cantaban los de Hispalis.

Probablemente, conserven en su memoria que, hace tan solo unos días, treinta tornados arrasaron todo aquello que a su paso se cruzó a lo largo y ancho de una ruta mortal que abarcó seis estados de los unidos de América, estados entre los que se encontraban Illinois y Kentucky. Sin embargo, las reflexiones de la desgracia nunca afloran en solitario, y la desdicha saca a relucir no pocas vergüenzas encubiertas. Vergüenzas que, en este caso, parecieran salpicar la muerte y la desolación con las miserias del trabajo a destajo, las amenazas de despido y la total ausencia de los derechos laborales.

En este marco, los medios refieren el testimonio de cinco supervivientes que fueron amenazados con el despido si abandonaban su puesto de trabajo y a pesar de haber sonado ya la primera de las alarmas de aviso de tornado. Según relatan, la orden emitida por Mayfield Consumer Products a sus trabajadores del turno de noche impuso dar primacía a la producción frente a la seguridad, a fin de poder atender la demanda de velas aromáticas en el periodo navideño. Apenas dos días después, tras el desastre y la consiguiente búsqueda bajo los escombros, un portavoz de la compañía ya declaraba que habían conseguido localizar a noventa de sus trabajadores, si bien, por aquel entonces, aún contaban con una decena de desaparecidos que se sumaban a un total de cien y a los ochenta muertos con los que se cerró la jornada en toda la extensión territorial que abarcó el drama. También en el centro de Amazon situado en Edwardsville, seis trabajadores perdían la vida cuando la techumbre que cubría la zona de carga se desplomó sobre ellos al diabólico paso enfurecido de los elementos meteorológicos.

Y es que al final, ni todo lo americano brilla a lo West side story, ni todos los tornados, como ven, nos conducen al camino de baldosas amarillas. Porque la gran verdad que brilla como un póker de ases sobre la mesa no es otra que el hecho de que ni siquiera en los ordenamientos constitucionales del pretendido primer mundo avanzado debemos bajar la guardia en lo que se refiere a la custodia y salvaguarda de los derechos laborales: una realidad que, en el marco de lo jurídico, debe ser protegida como intrínseca y consustancial a todo ser humano pues, como bien sabrán, el derecho al trabajo no sólo comprende el derecho a trabajar para subsistir, sino que, mucho más allá, viene a significar el derecho a realizarse como persona trabajando.