El fervor por la suerte

La entrada del invierno y el fervor por la suerte o el azar se entreveran, una vez más, para continuar anhelando una primavera agraciada en este deambular vital que tiene como compañero de viaje al inevitable desasosiego. En esta época donde habita la incertidumbre como temible vínculo; en una ciudad alertada contra el zaherido sino a causa de un virus itinerante, el cual nos deja aún más gélidos a causa de las restricciones preventivas vaticinadas; en un tiempo donde la alegría consumada está casi ausente, el advenimiento de esta invernada nos lleva a reflexionar en la buena fortuna como singular fórmula frente a tanto recelo. El recién estrenado solsticio – deriva del latín ‘sol’ y ‘sistere’: ‘permanecer quieto’ – nos alienta a la quietud, a una inmovilidad obligada en las relaciones sociales como en la profusión de pensamientos: cómo debe ser de álgido el invierno para aquellos que no tienen recuerdos cálidos. La austera sinceridad de este período en Málaga nos conduce a contemplar el retorno de la naturaleza -esa fuerza virtuosa que estructura todas las cosas, incluso en contra de nuestra voluntad-; a fomentar el regreso de los hábitos básicos y frugales entre los cuales podamos vislumbrar algunos momentos encantados: cuando somos felices no percibimos si es verano o si es invierno, las estaciones se nos presentan dibujadas por un componente mágico que llamamos suerte. Y hoy, precisamente hoy, después de una añada inquietante e irresoluta, todo cambio lo centramos en el azar, ese oculto plan que se manifiesta con los guiños del destino. La Lotería de Navidad, además de significar dinero, incluye algunas claves para la subsistencia: sueños y esperanza. De nuevo, introducimos las ilusiones en el interior de un bombo dorado, cuyas rejillas giratorias esperamos se abran para que el canto de unos niños nos complete una sonrisa inacabada. Cuídense. Feliz Navidad y suerte.