Opinión | La señal

Yo, Claudio

Tiberio Claudio César Augusto Germánico, más conocido como Claudio, fue el cuarto emperador del Imperio romano. Estuvo casado en segundas nupcias con su sobrina Agripina la Menor y sospechó que su mujer quería envenenarle para que su hijo Nerón le sustituyese. Esta es la razón que le decide a contar su historia. Claudio, cojo y casi sordo, era considerado por casi todos en su tiempo un inepto. Pero, como se verá, este no es el caso. Claudio escribe en mitad de la noche de un frío diciembre. 

Creen que pueden conmigo, y no pueden, inventan trampas en las que solo caen los que quieren. Es verdad que me equivoqué con el equipo de jugadores del circo, pero corregí rápido el error cuando vi cómo salía la jauría contra mí. Los mismos a los que he dado de comer durante tantos años. Bien sé que la vida es así, conozco la naturaleza humana, otros se creen que me conocen a mí, como ese muchachito que saca la cabeza y crea una plataforma, la llama así, él que todo lo hizo mal desde que pisó el Parque, y pudo llegar lejos, no digo que no, pero le puede su afán de protagonismo, quiere ser alguien y ahora a costa de mi cabeza. Pobre de él. No soy mejor que los demás, pero tampoco peor, eso lo tengo claro.

He tenido a muchos pelotas del poder que se arrastraban solo por unas migajas que les tiraba desde la mesa en la que comía y bajaban la cabeza agradecidos, guau, guau, y movían la colita. Le pedí a Dios que me protegiera de mis enemigos y fui perdiendo amigos, esa es la verdad, lo confieso. El poder es así, ¿qué creían? No han leído a Maquiavelo, ni a Shakespeare, solo les mueve la idea de derramar mi sangre por la calzada y teñirla de rojo al paso de las gentes. ¿Acaso no vimos cómo las redes solo se plantearon censurar al emperador cuando supieron que este iba a perder el poder? Siempre es así. Pero hay una diferencia. Yo no he perdido el poder, yo tengo el poder, yo soy el poder. Y van a descubrir que se estrellarán contra mi fortaleza, y lamentarán haber nacido. Sé, como Ovidio, que si el tiempo se torna adverso me hallaré solo. Claro que lo sé. Llevo mucho tiempo solo, sé bien lo que es la soledad, pero… me encuentro bien.

¿Quién fue el necio que se inventó eso de que me iba a llevar el Palacio fuera de esta provincia de Roma? Es absurdo, ni ellos mismos se lo creen, pero es verdad que aquí todos tragan con lo que les echen. Cuidado, que yo conozco el arte de la guerra…, pero si con un solo movimiento de mi brazo puedo barrerlos del escenario, serán… Y hay por ahí algunos que creen que la guerra es dulce, pero lo dicen porque no la han vivido, ahora comprobarán su sabor, yo sí lo he probado y quiero dárselo a conocer a estos enanos. 

Conozco el Estado y sus establos, llevo toda mi vida en esto, desde poco después que abandoné... ¡ah! Pero han pasado tantas cosas en mi vida. La fusión, aquella absurda imputación por fraude que se terminó archivando… he sorteado tantos peligros y conjuras... La que más me ha dolido fue la de mi mano derecha. Les diré una cosa, me gusta el tablero de ajedrez, y la partida no ha hecho más que empezar. 

Desde esta sala veo el mar, está bravo, y así es como me gusta, y los barcos son, desde aquí, solo unos puntitos de luz en el negro horizonte, alguno más próximo hace sonar la sirena. Pero yo no soy una luz que se apaga, que nadie se confunda, ¿saben acaso lo que sé de cada uno?, ese centurión, ¿cómo se llama?, ah, sí, Villarejo, ese sabe muy poco en comparación, ¿no han pensado en eso?, ¿quién está libre de polvo y paja? La Farola no se apaga, solo que su luz gira y vuelve para iluminar las sombras.

Lope de Vega lo decía así:

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, e ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en

pena,

y de serlo jamás arrepentirse (…).