Opinión | De buena tinta

No me toque usted la honra

El oso perjudicado de la Cabalgata de Cádiz.

El oso perjudicado de la Cabalgata de Cádiz. / L. O.

Únicamente aquí, en el sur, somos capaces de sacar un oso sin cervicales en una cabalgata de Reyes y exprimir agua bendita en forma de memes y sana carcajada con la que disfrutar y reírnos de nosotros mismos hasta mediados del mes de abril. Que alguien intente empatarnos, si puede. Porque si bien es cierto aquello de que «el español, cuando canta, su mal espanta», yo añadiría que tanto más si lo hace por tanguillos.

Y es que la gracia no es una virtud que se aprenda, sino una sacramental unción de la tierra. Y si no, recuerden aquel infeliz que, por encima de Despeñaperros, quiso repetir el chascarrillo del andaluz que le cantó “agárrame los cojones” a quien prefirió nones antes que pares: cuando el norteño, poco acostumbrado al desparpajo, varió la rima y le preguntó a su vecino si par o impar, tan sólo supo concluir la ridiculez del amago sugiriéndole posteriormente que le tocara un testículo.

Pero, puestos a hablar de gracia en sentido amplio, es eterna la poesía y la copla que enraíza de forma ineludible bajo la tierra en la que reposan nuestros ancestros: «Granada, no tengas miedo de que el mundo sea tan grande, de que el mar sea tan inmenso, ¡tú eres la novia del aire!».

Sin duda alguna, replicando al poeta, Andalucía no se ha quedado sin nadie, pues no andan vacíos ni sus montes ni sus campos ni sus mares. Montes, campos y mares en los que aún resuena la nobleza de la Andalucía pescadora, labradora, agricultora y obrera que bracea bajo el cielo de Machado, Juan Ramón Jiménez, Velázquez o Picasso.

Pero es que, además, Andalucía es la tierra del humor que atesora entre la gracia de su particular ajuar al niño aquel de Paco Gandía, que lo llevaron a ver a Curro Romero a las tres de la tarde y justo después de endiñarse tres kilos de garbanzos con sus hojas de laurel y un par de cabezas de ajos como las bolas que sujetan bajo la zarpa los leones de las Cortes. Como también son patrimonio nuestro todos los ratones coloraos, las veinte paelleras mohosas y los seiscientos sacos de cemento de Juan Joya, el Risitas. Y suma y sigue, ¡arriba Málaga!, porque también contamos con el otro zagal que tenía, en este caso, dos pares de orejas como un ropero abierto y que enfriaba los cafés al furibundo desaire de la negativa paterna, como contaba Chiquito: “¡Ha salido el orejón!”.

Y es que la gracia no es tan solo la pamplina porque sí. Pues, si infinita sabiduría rebosa el conocimiento de aquel que se siente capaz de bajarse de los estrados para reírse de sí mismo y colocarse a la altura de cualquier paisano del ancho mundo, tanto más meritorio resulta que dicha capacidad esté grabada a fuego en las entrañas colectivas de un pueblo y que pueda servir, como en el carnaval, para dar guantadas sin mano a todo aquello que nos denigra sin motivo. A fin de cuenta, ya lo cantaba Sabina, hijo de Úbeda: “que el maquillaje no apague tu risa”. Una risa que, en medio de nuestra indiscutible gracia, en mitad de nuestras artes, de nuestra tierra, de nuestra historia, de nuestra literatura y de nuestro trabajo, sabemos esgrimir y tendríamos que seguir esgrimiendo frente a todas aquellas oscuridades que asolaron nuestro pasado, azotan nuestro presente y amenazan nuestro futuro. Oscuridades todas que, más allá de las penumbras personales y privadas, también toman cuerpo a nivel institucional en administraciones principales y paralelas que, a lo largo de la historia de Andalucía, han sido regidas por politicuchos de medio pelo que nos han robado y marcado con mil y una cicatrices a causa del expolio eterno que, desde Ayamonte hasta San Juan de los Terreros, aquí y allá, ha venido sufriendo esta buena tierra de corazón noble y alegre.

Y es por eso que, quizá, las ingeniosas ocurrencias de autocachondeo generadas frente a un disfraz de oso polar perjudicado, bien debieran hacer recordar al mundo entero que el andaluz es capaz de reírse de sí mismo, sí, pero cuidado: no me toque usted la honra, que diría el Duque de Rivas. Porque, también, de broma, como refería el otro, te derribo la «quijá».