Opinión | LA SEÑAL

Trabajos forzados

El aspirante a pensionista mira a los ojos a su ordenador y se dice a sí mismo… allá voy, y que sea lo que Dios quiera. Lo que el buen hombre desea no es más que solicitar una cita presencial en la oficina de la Seguridad Social que le corresponda para informarse de cuál es su situación laboral y qué documentos y requisitos precisa presentar y cumplir para jubilarse a la edad que le corresponda. Cliquea www.seg-social.es -también podría haberse dirigido por www.tu.seg-social.gob.es y su destino habría sido el mismo-. No hay apartado de citas. Ya empezamos. Lo que sobra es información tediosa, y alguna propagandística, que no le interesa, pero lo que busca no lo encuentra. Entra en el contenedor de sede electrónica, por si las moscas, y empieza a darse cuenta de que la Administración lo que pretende es que todos los trámites se realicen electrónicamente, ahorrándose personal aunque perjudique al ciudadano, de ahí tantas dificultades que, por otra parte, no han hecho más que empezar. Después de analizar las opciones que se le presentan se dirige a «solicitud y trámites de prestaciones de la Seguridad Social», sigue las migajas de pan que le han dejado en el camino y con el ánimo algo alborozado y a través de «Tu Seguridad Social» alcanza, fatigoso, «Interesado con DNI electrónico» que, afortunadamente, dispone de él -porque su hija, que ha estudiado Telecos, se lo ha trabajado, que si no pues tampoco-. Pero, maldita sea, le aparece la información relativa al tiempo que lleva cotizando y el que le resta, no lo que incansable busca. Va entonces a «pedir tu jubilación» -el tuteo siempre por parte de la Administración, tú a Ella no-, pero no le indican los trámites necesarios. Entonces descubre -y ya lleva un buen rato ante el dichoso artefacto- que al final de la página, para que no se advierta fácilmente, hay un faldón -ha escuchado que ahora le llaman banner- con dos teléfonos y un pequeño recuadro de «pedir cita previa». Y se interna tras esta puerta misteriosa pero, tras abrirla, queda estrellado contra un texto larguísimo que lee sin que le resuelva el problema que ya, lo nota, le pesa en su pecho… Ahora se encamina a «accesos a trámites»… y ve una lucecita en el negro horizonte que ya hace tiempo se le enfrenta a sus ojos tuneados con unas gafas que Rosa, su mujer, le regaló en los últimos Reyes, y marca «quiero la primera cita disponible en el centro más próximo a este código postal» -código que introduce para evitar represalias-, señala «solicitud de pensiones» y… «no hay citas para los próximos días», sin decir para cuándo. Exhausto, recuerda que en el rectángulo tenebroso de la base de la página vio dos teléfonos de la SS -vaya siglas de horror histórico-, y llama al primero de ellos, el 901106570. Después de cumplimentar nuevos trámites -que parece que mediante metástasis se extienden por doquier- ejecuta la marcación de su número de DNI, validación de protección de datos, número de teléfono, número del servicio que solicita, código postal… y escucha, incrédulo, una voz grabada -por supuesto, nunca habló con una persona sino con una máquina-, «no hay citas disponibles…». Vuelve a llamar al mismo número, diciéndose que esto no es posible ni sostenible, como un gretense más, y cumple de nuevo todas las exigencias que le espetan y, al final, escucha una desagradable voz, «este servicio está recibiendo una alta demanda, llame más tarde o diríjase a…» la misma dirección electrónica que escribió al inicio de su largo viaje hacia la nada. Instantes después se desplomó sobre el ordenador, víctima de un fallo cardiaco, que más parecía una eutanasia asistida, provocado por sus infructuosos esfuerzos. Diez minutos después, su esposa encontró el cuerpo, ladeado sobre la mesa, y en la pantalla del ordenador pudo leer: «Ingreso Mínimo Vital: Compruebe si puede beneficiarse de esta prestación a través del Simulador del Ingreso Mínimo Vital. Acceso a la solicitud del Ingreso Mínimo Vital en la Sede Electrónica de la Seguridad Social…», y abrazó a su marido, que todavía mantenía abiertos sus ojos como si no hubiera dado crédito a lo que había visto.

Jorge Guillen había sentenciado:

La ley levanta

frente al oficial cacumen

la sacrosanta

letra que todos consumen.

No se interprete la Letra.

Su cuerpo mismo es sagrado.

Si una mente la penetra,

se nos desploma el Estado.