Opinión | El contrapunto

Viñetas de Estonia, en una agenda de finales del siglo

Rafael de la Fuente con  Ago Silde en Kehtna.

Rafael de la Fuente con Ago Silde en Kehtna. / L. O.

Nos acercábamos a los finales del siglo XX. Sin duda para Estonia aquellos fueron unos buenos y emocionantes tiempos. ¡En realidad, más que buenos, fueron unos gloriosos tiempos! Que incluso nos permiten, en momentos de sombría inquietud, como los actuales, el contemplar el futuro de nuestra amada Europa con esperanza, gratitud y orgullo.

Según las notas que conservo en aquella amarillenta agenda, el lunes 9 de febrero de 1998 volé de Málaga a Jyväskylä, en Finlandia. Con escalas en Barcelona, Copenhague y Estocolmo. Jyväskylä es la ciudad que concentra más instituciones docentes en la siempre modélica Finlandia. Tenía allí unas citas importantes. En la admirable Escuela de Hostelería. Pero mi misión no terminaba allí. En realidad sería la antesala preparatoria de un posterior encuentro con una delegación proveniente de un interesante país vecino, Estonia. Aquel pequeño y valeroso país, recientemente incorporado al Occidente libre y democrático. Pues desde septiembre de 1991 la República de Estonia había dejado de ser parte de la antigua Unión Soviética.

Allí conocí a mi interlocutor: Ago Silde, en aquella época director de una importante escuela estonia de hostelería. La de Kehtna. Éste era un personaje vinculado a las más destacadas instituciones docentes de Estonia. Desde el Fondo Social Europeo le habían sugerido que se pusiese en contacto con dos prestigiosas escuelas de hostelería de titularidad pública de la región de Andalucía: las escuelas de hostelería de Málaga (La Cónsula) y Benalmádena (La Fonda). Ambas estaban consideradas como dos instituciones claves, con una muy alta rentabilidad social. Situadas en el sur de un país con una gran solvencia turística: España.

También fue importante la intervención de Finlandia. No en vano ese país nórdico siempre fue un protagonista clave en todo el proceso del desarrollo turístico del sur de la Península Ibérica. En el que las escuelas de hostelería siempre habían tenido un papel fundamental. Sin olvidar que los fineses tradicionalmente solían prestar su ayuda a sus vecinos los estonios, a los que consideraban, étnica y lingüísticamente, sus primos hermanos. Era obvio que estábamos entre buena gente y posibles buenos amigos. Las vibraciones no podían ser mejores.

Ago Silde creía que en el futuro Estonia debería hacer todo lo necesario para convertirse en un gran destino turístico. Le dije que estaba totalmente de acuerdo con él. Los primeros estonios que conocí me dejaron una excelente impresión. Eran cultos, amables, diligentes. Sobre todo sentí que se podía confiar en ellos. En cuanto a las adversidades y las tragedias de su reciente pasado, era obvio que éstas sin duda les habían curtido.

En mis lejanos años de juventud, gracias a aquellos turistas suecos de la España de los años sesenta, aprendí cosas muy importantes. Estudié y practiqué con cierta soltura su idioma, el sueco, que me sigue encantando, aunque quizás esté ahora algo oxidado. Con sus vecinos del Báltico, los estonios, esto no sería posible. Ya no soy tan joven y además el estonio no pertenece a ninguno de los grupos de lenguas que ya conocía. Hasta que quizás llegara una próxima reencarnación, no habría atajos. De todas formas, creí que había llegado el momento de devolverles a mis amigos del Báltico algo de lo mucho que yo había recibido de aquella fascinante parte de Europa.

Las reuniones con Ago Silde y sus colegas fueron muy bien. En muy poco tiempo diseñamos las estructuras formativas necesarias para hacer viable un acuerdo de colaboración internacional entre la escuela de Kehtna y sus hermanas malagueñas. Conservo los datos en mi sufrida agenda: el sábado 14 de febrero de 1998, a primera hora, volamos desde Jyväskylä, en tierras de Finlandia, a la capital de Estonia, la misteriosa Tallin. Ago Silde nos acompañó todo el tiempo. El almuerzo que nos ofreció el ministro de Educación de su país fue perfecto. Por deformación profesional, conservo el nombre de aquel acogedor restaurante de la capital: ‘Möörkkala’. Al final brindamos por España y por Estonia.

Con nuestro amigo Ago y sus colaboradores trabajamos duro durante todo ese fin de semana. Era obvio que los estonios y los andaluces compartíamos con alegría algo muy importante. Aquello que nos dijo Dostoevsky en su ‘Diario de un escritor’: «La creatividad y la emoción de la dignidad personal realizada se consiguen sólo a través del trabajo y el esfuerzo».

Al final, los colegas de Ago quisieron hacernos una foto en la puerta de su escuela. Se lo agradeceré siempre. Al fin y al cabo esa semana había sido un emocionante capítulo en la pequeña gran historia de Europa. Mi amistad con Ago Silde se asentó sobre pilares muy sólidos. Él fue una persona insustituible en el mundo del turismo y la formación de los jóvenes de su país, Estonia. Algunos de aquellos flamantes profesionales siguen escribiendo páginas ejemplares en la historia de la nueva Europa. Que ahora también es la de su hermoso país. En la actualidad es uno de los estados soberanos que forman parte de la Unión Europea.

Ago Silde y su familia conocen ahora muy bien a España. Y nos aprecian como lo que son, unos grandes y leales amigos nuestros. La carrera profesional e institucional de Ago sigue cosechando momentos de gran brillantez. Entre los que destaca su merecido nombramiento como gobernador de la hermosa provincia de Ida-Viru.