Opinión | El jugador número 13

Todo parece peor

Alfonso Queipo de Llano, durante el homenaje que se le tributó en el Carpena hace unos meses.

Alfonso Queipo de Llano, durante el homenaje que se le tributó en el Carpena hace unos meses. / Álex Zea

La costumbre de escribir esta columna desde hace años hace que espere los acontecimientos del fin de semana. Esta vez la cosa iba cargada, el partido del Unicaja en Bilbao, más el que tuvo el martes pasado en la FIBA BCL, la lesión de Micheal Eric, el no fichaje de Devin Williams, la incorporación de Dejan Kravic… todo ello sin reparar en lo que no es baloncesto y la enésima hazaña de Rafa Nadal. Pero al final, la vida es la que realmente te marca la agenda y prioriza los eventos al margen de lo que pienses. Es así.

Poco después de almorzar el domingo, saltó la noticia del fallecimiento de Alfonso Queipo de Llano, alguien que, aún teniendo 84 años, si lo veías, decías lo bien que estaba, simplemente, no hacía falta decir «para la edad que tiene», Alfonso nos parecía inmortal.

Al bueno de Alfonso lo conocía todo el mundo y todo el mundo le debía algo, aunque fuera un rato de diversión mientras hablabas con él, el baloncesto, el flamenco, los verdiales, la vida…

Si alguien comienza a enumerar anécdotas de o con Alfonso, no tendría suficiente espacio ni en la versión de papel, ni en la web.

He tenido la suerte de compartir muy estrechamente con él los últimos 22 años. Recuerdo que en abril de 2001, Paco Rengel (otro imprescindible que se fue demasiado pronto) me llamó para ver si podía acudir a la cadena COPE para una tertulia por la final de la Copa Korac, era el tiempo en que José María García había dejado la emisora y había arrasado con todo, así que una onubense, Manoli Chico, era la nueva jefa de deportes y con el apoyo de Antonio Martín Navarrete intentaba abrirse paso en el deporte malagueño.

Tras el verano, me llamó Manoli comentándome la intención de hacer de la tertulia de baloncesto algo semanal y me dijo que le habían hablado de Alfonso Queipo de Llano para contar con él. Yo le dije que, si cualquier día no podía hacer el programa, Alfonso la supliría sin ningún problema. A ella y a todos los invitados a la vez.

Y así ha sido hasta ahora, habiéndonos mantenido en la emisora con los cambios que hubo y con el paso de varios responsables de deportes. A Alfonso ya lo conocía de antes, pero hacer periódica una reunión con ese monstruo ha sido de lo mejor que me ha podido pasar en mi vida.

Tengo todas las anécdotas del mundo para recordar y contar, pero ahora mismo lo único que puedo tener es pena por no haber tenido otro rato con él, y un agradecimiento infinito de haberlo tenido en la cercanía durante tanto tiempo, de haber sentido su cariño para conmigo y mi familia, de hacernos sentir que no sólo nos quería, sino que le salía del corazón ese afecto.

Quizá de lo poco destacable de este curso 2021/2022 que ha podido hacer nuestro Unicaja ha sido dedicarle un merecido reconocimiento en forma de homenaje a Alfonso, algo que ya recordé el pasado 7 de diciembre de 2021 en mi columna «Gracias, maestro». Pensaré siempre que el club malagueño ha cometido muchos pecados, pero prescindir de gente como Alfonso en su momento tiene una penitencia larga y penosa de pagar. Por lo menos ha intentado paliar ese gravísimo error que algunos perpetraron.

En uno de los innumerables ratos de tertulia o retransmisión recuerdo haber dicho «Yo, de mayor, quiero ser como Alfonso». Y sí, siempre ha sido así, por la alegría y la vitalidad que mostró en todo momento ante la vida, porque era capaz de sacarte una sonrisa de dónde fuera y porque te llamaba a las 12 de la noche en mitad de una velada con Pepe Laso para preguntar cualquier cosa sobre Rony Seikaly, o te lo encontrabas con Emiliano Rodríguez y le hacía creer al mito madridista que era afortunado por conocerte.

Ahora que Alfonso nos deja, reconozco que todo esto me parece peor, como ha dicho mi hijo Carlos. Es ese tipo de persona que no es de tu familia, pero como si lo fuera. Y sí, se ha ido algo nuestro.