Opinión | Málaga solidaria

Crisis sanitaria, desigualdad social

Desde la crisis de los tulipanes de 1637, todas las crisis han ayudado al enriquecimiento de unos pocos y al empobrecimiento de la mayoría.

Afortunadamente, el nacimiento de la sociedad de bienestar a mediados del siglo XX, permitió suavizar el impacto de las crisis energéticas, políticas, bélicas, religiosas, y un largo etcétera.

La crisis financiera del 2008 cambió esta situación, generando una desintegración de dicho estado de bienestar.

Pero la actual crisis sanitaria y la subsiguiente crisis económica derivada de ella, está siendo mucho más demoledora para los ciudadanos de a pie.

En estos días asistimos estupefactos a los datos que los diferentes análisis de las entidades sociales están haciendo público sobre el incremento de la pobreza de forma generalizada y en contraposición a ello, el vergonzante incremento de la riqueza de unos pocos.

Y lo que es más doloroso. Ante esta situación de creciente desigualdad social que nos retrotrae a finales del siglo XIX, la mayoría de las organizaciones políticas y económicas permanecen inmóviles, paralizadas, exentas no solo de acciones sino de ideas para revertir esta trágica situación, que está hundiendo en la pobreza a cientos de miles de familias y condenando el futuro de millones de jóvenes y niños.

Es urgente una redistribución eficaz de la riqueza. La renta mínima vital podría ser un buen mecanismo para ello, si la administración fuera medianamente eficiente en su distribución. La modificación de los sistemas fiscales, también podrían ayudar en la tarea, si los responsables económicos acabaran con los mecanismos de evasión tributaria y la sangrante existencia de los paraísos fiscales. Y, sobre todo, si dejáramos de considerar las políticas sociales como un gasto, enfocándolas cómo una auténtica inversión, por su claro impacto directo en el PIB y en la creación de riqueza.

Hacer realidad los cacareados Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, podría ser un marco adecuado de compromiso social, si conseguimos que sean algo más que un pin en la chaqueta.

Desde Cruz Roja, junto con otras organizaciones sociales, hace décadas que trabajamos en hacer que los dos primeros objetivos de los ODS desaparezcan de la lista: Fin de la pobreza y Hambre cero, de la mano de los programas de alimentos y de empleo. Intentamos que el objetivo número 7 de Energía asequible, sea también una realidad, trabajando contra la pobreza energética de miles de familias en un año caracterizado por una vergonzosa subida del precio de la luz. Que el objetivo 3 de Salud y Bienestar alcance a nuestros mayores, con programas para combatir la soledad en unos años de pandemia especialmente difíciles, o intentando romper la brecha digital que cada vez los aísla un poco más. Y así un largo etcétera.

En definitiva, es hora que la sociedad reflexione sobre el presente y el futuro que estamos construyendo, y en el que quizás, los valores y principios de Igualdad, Humanidad y Universalidad puedan servir para acabar con la creciente desigualdad social.