Opinión | La calle a tragos

Trance quijotesco en el barrio cervantino

Hay mimbres reales para que el Ayuntamiento esté a la altura del problema que sufre El Perchel. Ojalá también sirva para que se reflexione sobre el prohibitivo acceso a la vivienda

Concentración de los vecinos de El Perchel en la calle Montalbán.

Concentración de los vecinos de El Perchel en la calle Montalbán. / L. O.

En la misma ciudad mediterránea que fue desprendida de La Coracha y de numerosos vestigios de su esplendor industrial, El Perchel aún resiste como un laberinto atemporal que destila un licor ebrio de encantos pretéritos. En los callejones en los que antaño se secaba el pescado en perchas, se ha colgado una pancarta que clama a la geometría celestial bajo la que discurren con incertidumbre los días: «El Perchel no se vende; no a la especulación urbanística, viviendas dignas y accesibles». La acuciante situación en la que se encuentra medio centenar de sus vecinos invita, incluso, a un paralelismo que remite a otro de los hechos emblemáticos que emparenta a este microcosmos con la Historia en mayúsculas. El Perchel es el barrio cervantino de la geografía sureña en la que se aprecian, y no siempre se respetan, coordenadas entre las que también pervive el penúltimo grito de libertad de Torrijos. Sus habitantes andan inmersos en un trance quijotesco. Sin ir más lejos, «los percheles de Málaga» fueron evocados por Don Miguel de Cervantes y Saavedra en las páginas que bordaron las aventuras de Don Quijote de La Mancha. Y ahí no se queda la predilección por sus hechuras adictas al salitre del letraherido más ilustre del Siglo de Oro español. Según nos descubrió a muchos mi compañero de pupitre en el periódico Alfonso Vázquez, Cervantes también incluyó a un pescador perchelero en el nutrido coro de personajes que atraviesa otra de sus novelas, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

El legado de Cervantes, con esa espigada silueta de Alonso Quijano encarada ante los molinos de viento del acoso inmobiliario, puede intuirse en las retinas de ciudadanos que se han rebelado contra los avisos con los que una promotora les exige que abandonen sus hogares para derruirlos y acometer una ambiciosa operación urbanística. En esta vida, cada uno defiende lo poco -y lo mucho- que tiene. Ellos se juegan un alquiler de renta antigua y el hábitat que respiran casi desde siempre. Hay mimbres reales para que el Ayuntamiento de Málaga esté a la altura del problema. Ojalá también sirva para que se reflexione sobre ese prohibitivo acceso a la vivienda que, de un tiempo a esta parte, delata a este territorio.