Opinión | Espejo de papel

Afecto y genio de Almodóvar

Que en los Goya este director haya sido esquivado es una desvergüenza sonora que desluce el, por otra parte, muy digno palmarés

Pedro Almodóvar, con los nominados al Oscar Javier Bardem y Penélope Cruz, en la gala de los premios Cesar de 2018.

Pedro Almodóvar, con los nominados al Oscar Javier Bardem y Penélope Cruz, en la gala de los premios Cesar de 2018. / Benoit Tessier

Cuatro artistas españoles viajan en pos de los Oscar de Hollywood y ojalá cada uno de ellos se traiga a casa su estatuilla. Esta es la mejor noticia, en cuanto a premios, que ha recibido en años la cultura española, y no se percibe ese ruido unánime que recibe, por ejemplo, a los nadadores o a los futbolistas o a los tenistas cuando ellos vencen en tierra extraña y acuden aquí con sus trofeos.

El cine español no tiene suerte en el país en el que se produce, porque sobre esta industria (que origina un arte que en un tiempo fue de masas) pesan sospechas que también son viejos prejuicios.

Entre esas sospechas, basadas en la realidad, por cierto, están las que arrojan sobre el cine aquellos que quisieran que ni los actores ni los directores expresaran en público, ni en privado, sus tendencias progresistas, si las tienen.

Aquel NO a la guerra, que coincidió con la entrega de los premios Goya y que fue seguido por los más importantes representantes del cine, sigue siendo materia para que la derecha (gobernante o a la espera) mire de lado a la industria del cine, y sobre todo a sus directores o intérpretes.

La tibieza rayana en el silencio de los representantes de la derecha nacional es un retrato triste de la envidia del éxito o del desprecio del arte"

Ahora se han dado los premios Goya, y la injusticia ha sido perpetrada, además, con mala educación. Que Almodóvar haya sido esquivado es una desvergüenza sonora que desluce el, por otra parte, muy digno palmarés. Pero estábamos con el desdén que recibe el cine en España y cómo éste es recibido en el extranjero... Esta última noticia que llenó de júbilo a los cuatro aspirantes seleccionados para competir en Hollywood, fue recibida con alegría por amplios sectores de la sociedad, por sus colegas y por los medios de comunicación. La tibieza rayana en el silencio con que la recibieron representantes de la derecha nacional es un retrato triste de la envidia del éxito o del desprecio del arte. O de la mezquindad política.

Capítulo aparte ha sido, casi desde sus comienzos como director de cine, lo que representa Pedro Almodóvar. Creador originalísimo, que ha contado España como pocos lo han hecho en la historia contemporánea (no sólo en el cine: también en cualquiera de las restantes artes), ha ido recibiendo en este país los efectos de la envidia propia, mientras que en el extranjero (en Hollywood, pero también en los más ilustres países de Europa) ha sido aplaudido como un digno heredero de los mejores. Si hoy hubiera esa fotografía que acoge a Buñuel en la meca del cine (norteamericano) seguramente ahí estaría, rodeado del afecto que él transmite desde que era un muchacho. Este cineasta exigente ha inventado un género que algún día será celebrado como se merece en su tierra natal. Sin reticencias, con la alegría de contar entre nosotros con uno de los grandes de la historia del cine, como aquellos que acudieron a la cita a la que fueron Hitchcock y Luis Buñuel.

El cine de Almodóvar es un cine de afectos, de relaciones humanas. Refleja la historia de España desde esos puntos de vista. Él mismo representa, en su manera de ver la vida, las ansiedades españolas, también las que tienen que ver con un carácter que nos distingue, esquivo y desabrido, melancólico y tronante.

Esa crónica general que constituye la manera que tiene Almodóvar de referirse a la vida refleja su genio, la esencia de su arte, en la que lo preceden personajes como Goya o como Miguel de Unamuno. Él es genio y afecto, falta que aquí dejemos de mirarlo de reojo.   [Esto, que escribí antes de la noche de los Goya,se reveló profético. Y qué rabia da acertar cuando lo que se adivina es algo que tiene dentro de sí la identidad del desdén].