Opinión | La vida moderna Merma

Odio

Odio. Un combustible con el que se mercadea principalmente con fines electorales y comerciales pero que está dejando una sociedad mala y sucia

ODIO

ODIO / Gonzalo León

Recuerdo hace unos años, puede que una década fácilmente, cuando escribí un día en la red social Twitter el respecto del que fue propietario del Málaga Club de Fútbol. Al-Thani. Y lo denominé «El moro del Málaga». En aquel momento no solo me parecía normal. Incluso motivo de sorna. Era un guiño para hacerme el gracioso trasladando al plano público expresiones coloquiales de las que hemos podido usar en alguna ocasión.

De igual modo recuerdo un chiste en el que, este mismo presidente en una rueda de prensa anunciaba «una bomba» en relación a un fichaje. Y me hizo gracia esa diferenciación habitual entre moro y árabe para dirigirse a una generalidad basados únicamente en el dinero. El pobre es moro y el rico árabe. Y me reía porque, en otras circunstancias sociales y económicas, una persona árabe dice en los medios que se acerca una bomba y seguramente no todo el mundo pensaría en lo mismo. El deporte.

Tiempo después, no mucho, aquel chiste fue motivo de chascarrillo y ataque por parte de algunos de los Hooligans que tenía el ex presidente del Málaga a través de redes sociales contra mí. Racista me llamaban. Fueron unos pocos comentarios pero que, automáticamente, me hicieron reflexionar al respecto. Y es que no siempre tiene que venir Séneca a impartirte unas clases magistrales para comprender algo. En otras muchas ocasiones de la vida, un bulto sospechoso también puede reconocerte, de manera acertada, a ti mismo como un palurdo. O simplemente como alguien poco inteligente. Y ahí estaba yo.

Yo no soy racista. O al menos no considero que lo sea. Pero con aquel comentario y esa broma pública es evidente que algo no iba bien. ¿Se puede denominar moro de manera coloquial a alguien por su color de piel u origen? Por supuesto. Pero hay tres asuntos que debes analizar: en primer lugar, que, quieras o no, estás usando una denominación de raza o religión de manera equivocada. Y en segundo que, si lo usas de broma, con tintes que buscan ridiculizar o son despectivos, sí, estás siendo racista. Le podemos poner tiritas al asunto con prefijos que suavizan mucho el tema y están de moda. Micro machismo. Micro racismo. Llámalo como quieras. Pero es evidente que el lenguaje se actualiza y en algunos casos -en otros muchos no- mejora. Y, en tercer lugar, es necesario analizar el foro donde lo haces. Y si en general no es acertado, si lo haces en público estás multiplicando por mil la gravedad.

Por eso, a pesar de reconocer que es fácil caer en el ámbito privado en el atractivo y facilón gordo, gafas, chino, fea… hay que procurar y trabajar por mantener el decoro y respeto públicos pues, de lo contrario, la esfera común se acaba convirtiendo en un lodazal zafio, burdo y, sobre todo, con muy poca clase y categoría.

Es por los demás. Pero también por uno mismo. Pues, de lo contrario, se rebaja el nivel de tal manera que se empobrece el mensaje, al interlocutor y a quienes lo presencian.

No pasa nada por reconocer que, sin serlo, puedes ejecutar acciones propias de perfiles sociales totalmente reprobables y que no valen la pena.

Lo del gato y que te llamen matagatos pero llevado al extremo. En cualquier caso, si no te cargas a ningún gato, seguramente te ahorres que te llamen de ninguna manera. Y si no juegas a cruzar la cuerda floja de lo políticamente incorrecto para hacer una gracia te ahorras que alguien te reconozca como un chalado. -Ojo que se está perdiendo la expresión «chalao perdío» y es muy buena-.

Por eso, hay que asumir que se hacen cosas mal. Y la sociedad actual está promoviendo todo lo contrario. Y eso nos lleva directos al abismo. Las redes sociales se han convertido en un ring de insultos sin límite ni control. Un reino de maleducados donde el líder es el que mejor insulta y deja en evidencia a otro. «Zasca». Una expresión que, usada de manera repetida, se ha convertido en redes en la plica para señalar dimes y diretes de un cuadrilátero de bazofia.

Hace un par de semanas un señor compartía algo que puse en redes sobre un asunto local y me insultaba. Directamente. En público. Y encima es alguien que participa de medios de comunicación de la ciudad. Y le daba igual. Era un ejemplo perfecto de la superioridad moral de los más limitados intelectualmente pues, solamente puede usar el insulto como elemento para conseguir reconocimiento público alguien que no se hace pipí encima por muy poco.

Pero así está el panorama. Y no se comprende. Pero el sistema está convirtiendo en vulgar hasta la crítica. Porque el lenguaje usado es pueril y cutre. Recuerden si no al gran borde contemporáneo de nuestro país, Fernando Fernán Gómez, que en un bochornoso espectáculo público reprendía airado a un señor y le decía aquello de «Vaya usted a la mierda». Un insulto reprobable, como todos, pero donde al menos lo trataban de usted. Pero ahora, entre la economía del lenguaje y el analfabetismo licenciado, se concentra todo en un vómito chabacano y patético.

Y detrás de todo esto no hay más que una cosa: odio.

Dice San Josemaría que la libertad es una planta fuerte y sana, que se aclimata mal entre piedras, entre espinas o en los caminos pisoteados por las gentes.

Y que los que se mueven por el odio se refuerzan en su aparente impunidad terrena, alimentándose de la injusticia.

Y está pasando. Y lo estamos viviendo y padeciendo. Odio. Un combustible con el que se mercadea principalmente con fines electorales y comerciales pero que está dejando una sociedad mala y sucia. Y lo más peligroso y triste: nuevas generaciones sin sentido alguno del ridículo, sin conciencia moral y con un gran desconocimiento del funcionamiento de la vida real.

Pero hay a quien le conviene todo esto. A extremistas que solamente pueden funcionar con vocabularios gruesos y golpes en la mesa para demostrar una supuesta masculinidad mal entendida que nos lleva irremediablemente al fracaso como sociedad y a la evidencia en singular de personas francamente válidas.

O comenzamos entre todos a cuestionar públicamente este sistema agresivo de odio y violencia en las redes sociales o acabaremos pasándolo muy mal.

Cuidado.

Viva Málaga.