Opinión | ARTÍCULOS DE BROMA

Makoki, María y Gallardo

La vida del ilustrador e historietista Miguel Gallardo, que acaba de morir, va de Makoki y María. “Makoki” era un chaval con el cerebro frito por electroshocks, tocado por un casco de electrodos y cables. En 1977, aquella historieta de “Disco Express”, dibujada al estilo de Popeye pasado por el underground, inició una repercusión inusitada: tuvo dos canciones -una de “Paraíso”, fundadores de la movida; otra de “Electroshock”- algún corto, su propia revista y un vocablo en el diccionario de argot de entonces, cuando todo el mundo tenía un conocido que era “un makoki”. Miguel Gallardo, máximo exponente de la “línea chunga” (el dibujo puerco del underground que se identificaba con el tebeo “El Víbora”) empezó a dibujar demasiado bien y derivó con su propio estilo, paródico y pop, coloreado a la témpera, tramado por miles de referencias de tebeos, televisión, diseño, arte, publicidad, ilustración y portadas de discos, acabó en las revistas más modernas derivadas de “la línea clara” que reponía a Hergé y sus discípulos. Adiós a la Basca, al Emo, al Cuco, al Abraira, al Morgan y al Niñato.

María es la hija autista de Gallardo y la coprotagonista de la obra más importante de su segunda etapa como autor, cuando contrató como guionista a su vida. “María y yo”, un libro abocetado y manuscrito es un viaje a los archipiélagos de las Canarias y del autismo con su hija de 12 años, hecho con humor bienhumorado, observación atenta, sentido testimonial, valor informativo y tono incorrecto, alejado a la severidad hiperprotectora habitual. Mostró la enfermedad, rompió mitos, ganó premios, provocó un documental y se prolongó en otro volumen cuando María cumplió 20 años.

Confirmó a Gallardo en el arte urgente del cuaderno de viaje de su vida. Lo último editado, “Algo extraño me pasó camino de casa”, es el relato de su tumor cerebral operado en pleno Covid, que resumió, contra toda la oncoépica de guerreros y vencedores, en “boniato en la cabeza+ pandemia + confinamiento”. Con esa ligereza llegó a la muerte.

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