Opinión | Mis días marinos

Crimen y castigo

Crimen y castigo

Crimen y castigo / Mariano Vergara

La Plaza Roja estaba vacía… la Plaza Roja estaba blanca, la nieve era una alfombra…ella hablaba de la revolución de octubre…Nathalie…Moscú, las llanuras de Ucrania…» cantaba Gilbert Becaud en los años sesenta. Las llanuras de Ucrania como una inmensa Plaza Roja, que más que un color, significa bonita, la hermosa llanura.

La helada inmensidad de la Plaza Roja en Moscú provoca en el espectador que por vez primera recorre su pavimento adoquinado el vértigo del miedo escénico a lo incontrolable, a lo inasible, a lo inabarcable. Las chillonas cúpulas coloreadas de la Catedral de San Basilio recuerdan indefectiblemente al niño al que Wallace Stevens hace dejar caer su helado, al triunfo de la universalidad de la muerte en ‘El emperador de los helados’, aunque en su interior los popes eleven sus graves voces de alabanza entre nubes de incienso que producen el efecto de un sueño al resbalar por los altos muros dorados. La pirámide escalonada que contiene la momia rígida de Lenin recuerda en su helor la ambición de los tiranos por la inmortalidad de sus asesinatos. La Torre Spasskaya, rematada en nata, contrasta con el rojo de las imponentes murallas que encierran el poder absoluto, que guarda la memoria de algunos los más atroces crímenes cometidos en su interior y ordenados en el exterior. La inmensidad de esa plaza y sus imponentes edificaciones tienen la grandeza helada de la muerte, la belleza siniestra de los diamantes zaristas y los gorros de astracán comunistas, se palpa en el aire un vahído de maldad y se percibe el olor de la eterna carencia de libertad. Solo la pequeña Catedral de la Virgen de Kazán aporta un minúsculo rayo de esperanza y humanidad en unas mujeres arrodilladas ante el icono iluminado por las velas de llamas oscilantes. Algún día Rusia será libre.

Tras esos muros vive, hoy como ayer, el Raskolnikof de turno, pero sin esperanza, ni deseos de redención, el mal por el mal, la inabarcable sed de mal, disfrazada en la grandeza de una patria que necesita ser alimentada de sangre sin cesar como los dioses aztecas. Purgas, Siberia, deportaciones, Siberia, exilio, Siberia, gulags, Siberia, torturas, Siberia, ahorcamientos, Siberia, asesinatos, Siberia, fusilamientos, Siberia, prisiones, Siberia, un siglo tras otro del crimen elevado a la categoría de arte, elegantes y hermosos zares diamantinos y sacrosantos, grandes duques ambiguos, zarinas de orígenes prostibularios y hábitos licenciosos o monacales… burdos sátrapas comunistas de gordezuelas manos, narices de payaso, atavíos de guerra fría y rostros patibularios, zafios energúmenos golpeando con el zapato sobre la mesa funcionarial de la inútil Organización de Naciones Unidas en su risible denominación, padrecitos asesinos natos, causantes de varios millones más de muertos, que el psicópata pintor de brocha gorda de Berlín, discursos interminables, bellísimos desfiles militares de jóvenes, elevadas y orgullosas cabezas, ante una caterva de viejos babeantes, que no llegan a la categoría de ancianos, desconocedores de su destino en la máquina picadora de carne…aquí se mascó siempre la tragedia. Y ahora de nuevo. Porque aquí habita el monstruo sanguinario, el ogro de Moscú, el director de la orquesta de la muerte, que está interpretando en Ucrania la Danza macabra de Camille Saint-Saens. Si no fuera trágico, sería sarcástico que Valery Gergiev dirigiera la sinfonía Leningrado de Shostakovich, que compuso para el espantoso asedio de Leningrado por los nazis durante la II Guerra Mundial, que habían empezado al compás los colegas Hitler y Stalin invadiendo Polonia. Entonces se interpretó entre las ruinas de la ciudad de Pedro el Grande con altavoces, para que fuera escuchada por el ejército alemán sitiador, que quedó sobrecogido ante aquella música, salida de los instrumentos que difícilmente tocaban los hambrientos y famélicos profesores. Ahora, el amigo de Putin, expulsado de la orquesta de la Scala de Milán por negarse a condenar la bárbara agresión rusa a Ucrania, podría dirigirla gustosamente desde el centro de Kiev bombardeada y asediada por los nunca extinguidos soviéticos. A la bella Netrebko de voz inconmensurable no pienso volver a oírla nunca más. La decencia está por encima del arte.

Hace veinte años una chica ucraniana de ojos azul grisáceo y cabello trigueño llegaba a España entre otros miles de compatriotas que buscaban una vida mejor, un horizonte vital nuevo, un medio de vida decente y sólido, un futuro en el que creer. La URSS había colapsado diez años antes y Ucrania era independiente. Dejaba atrás todo lo que tenía. Su casa, su pueblo en el oeste junto a Polonia, su país, su madre, dos hijos pequeños. Su único equipaje una determinación absoluta, un valor sólido, una formación superior y la firme intención de no rendirse nunca. Y una historia como la de su país de horizontes abiertos y despejados, en la que la alegría de la risa se nublaba con las tristezas y el llanto. Su familia presentaba una brillante hoja de servicios en el altar sangriento de una nación mártir. Dos tíos abuelos fusilados jóvenes por los soviéticos. Otros dos tíos deportados a Kazajstán durante quince años por crímenes inexistentes. Un país extenso y rico, quizás por ello masacrado por nazis y comunistas. Desde la matanza de Babyn Yar, en que el ejército alemán asesinó a cien mil judíos, toda la población judía de Kiev, en pocas jornadas, hasta el Holodomor, cuando el amado padrecito Stalin exterminó a seis millones de ucranianos por hambre, cuando el trigo de Ucrania se llevaba directamente a Rusia desde los koljoz y las mujeres eran ejecutadas de un tiro en la nuca, o en el mejor de los casos enviadas a Siberia, por el crimen de ir a buscar, como las gallinas suelen hacer, los granos caídos durante la noche, ratas y gatos eran exquisitos manjares y se llegó al canibalismo de los cadáveres tirados en las calles. ¿Quién o en nombre de qué puede perdonar y absolver el hecho de llevar al ser humano a la degradación de las cavernas? Ese bagaje de dolor también venía en el equipaje de nuestra Larysa - que es su hermoso nombre - porque ella es una más de nuestra familia. Y su historia personal es como la de la mayoría de los que han llegado a Occidente, a Europa, a España en busca de la vida mejor a la que tienen todo el derecho del mundo a través de un trabajo incansable, la plena integración en nuestro mundo y ahora andan por calles y autobuses con ojos secos de lágrimas y corazones partidos, gracias a los sueños delirantes de un monstruo. ¿De verdad que se puede uno creer que la cuenta de resultados del turismo cultural puede hacer dudar de cortar de raíz cualquier relación con el Asesino?

Por razones que uno no recuerda a estas alturas, llegó a casa de mis padres. Había sido profesora de alemán, pero era más rentable ser asistenta interna en España, que profesora en Ucrania. No conocía ni una palabra en español y mi madre que hablaba en un tono de voz dulce, lento y apagado le hacía los comentarios de la vida diaria con frases largas y enlazadas, que ella era incapaz de comprender. Pero su inteligencia y brillantez hicieron que a su ucraniano, su ruso y su alemán, pronto se sumara un español casi perfecto, hasta el punto de que cuando mi padre, que la llamaba «niña», perdió la cabeza por su ancianidad, ella, que lo cuidó con amor y paciencia infinitos, marchaba por el pasillo de casa, diciendo exasperada «¡ay, Señor, qué cruz!». Para eso hace falta saber un idioma muy bien. Y era feliz, como todos los viejos, con la comida que ella le hacía, desde la cazuela de fideos a la porra antequerana. Una ucraniana malagueña, que canta en «si a tu ventana llega una paloma…».

Mantuvo, con la extraordinaria capacidad de trabajo de los pueblos del Este, a su madre, María, y les ha dado carrera en la mejor universidad privada de Ucrania a sus dos hijos, Arsen y Nazar, hoy en día ambos en edades militares y dispuestos a defender a su patria, que es su familia, su mundo y su hogar. Ella vive en el dolor, el miedo y la preocupación, en un llanto constante. Pero continúa en el trabajo sin cesar, en ser extraordinariamente activa en las redes sociales defendiendo ardorosa y valientemente la libertad de su patria y ayudando, junto con Sergio, su pareja, en los equipos de recogida de alimentos y medicinas para enviarlos a la lejana Ucrania, que contra todas las previsiones del sangriento espía del KGB, sigue resistiendo, liderada por un actor cómico que, como muchas veces ha ocurrido en la historia, escondía bajo su máscara de risa dolorida, un hombre de una entereza moral, una dignidad ética y una grandeza dignas de un héroe. Si uno compara el último discurso que ha pronunciado Zelenski con la vacuidad y en ocasiones desvergüenza e indignidad de muchos de nuestros líderes y lideresas, llega a la conclusión de que o estamos rodeados de idiotas elegidos y elegidas por nosotros mismos, o la extrema adversidad lleva al ser humano a dar lo mejor de sí mismo. No estoy muy seguro de que esto último sea posible en el caso de algunos y algunas.

El Crimen está siendo perpetrado concienzuda y sádicamente y es posible que llegue a mayores. Los más o menos creyentes rezamos sin cesar, pero sin grandes esperanzas, por el final de esta monstruosidad, que a algunos villanos a los que pagamos su sueldo con nuestros impuestos, no les parece condenable. Hace falta todo el esfuerzo de la corte celestial para acabar con un asesino de niños y ancianos, un tanque que aplasta a un coche que circula, o un envenenador de opositores políticos. Pero el Castigo llegará implacable. Y en este caso, no tendrá carácter redentor, como en el caso de Raskolnikof, por muy grande que fuera Dostoievski. Cuando llegue, será un castigo bíblico. Esperemos que el ajusticiado sea él solo.