Opinión | Las cuentas de la vida

España se mueve

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / DAVID CASTRO

Mientras prosigue la invasión de Ucrania, con imágenes cada vez más duras y sangrientas, en España continúa moviéndose el escenario político. Como consecuencia de la guerra, la tirantez entre los socios de gobierno se ha intensificado. Coquetear con los enemigos de la democracia liberal –como han hecho y siguen haciendo los políticos extremistas– tiene sus consecuencias. La previsible recuperación económica, ya iniciada en estos últimos meses gracias a la relajación de las medidas anticovid y a los vientos de cola de los presupuestos comunitarios, amenaza con truncarse. La recesión, de producirse, afectaría especialmente a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La inflación es el gran impuesto de los trabajadores, que ven cómo se erosionan sus salarios y ahorros. Sabemos que la historia mira hacia un futuro aún por construir, pero la herencia recibida nos recuerda que nada es lo que nos gustaría que fuera. En estos próximos meses, cabe esperar más inflación –mucha más, sin duda– y menos empleo, lo cual evidentemente seguirá atenazando a un gobierno con varias almas y múltiples deudas. Porque, en España, hablar de almas políticas es hacerlo de redes clientelares y poco importa si nos referimos aquí a la izquierda o a la derecha.

A Sánchez –evidentemente– le incomoda la guerra en Ucrania, porque agranda la distancia entre el PSOE, de vocación europeísta, y sus socios populistas, que pertenecen más bien a otras tradiciones. A Sánchez, que le gustaría trabajar en Europa cuando termine su paso por La Moncloa, le irrita profundamente la desconfianza que su gobierno provoca en Washington y en Bruselas; un recelo que tiene su origen sobre todo en las amistades internacionales de sus socios. Dependiendo de lo que suceda en la guerra –y de lo que se alargue–, quizás veamos movimientos en el gobierno. España, lugar de tránsito obligado del gas argelino, vuelve a ser un país clave para Europa. Y no olvidemos que, económicamente, desde la crisis de 2008 y el posterior rescate bancario, se ha convertido en un protectorado de la Unión Europea.

Decíamos que en Madrid se mueve el tablero político y que el PP no es una pieza menor. Tras la caída de Casado y la previsible llegada al mando del gallego Núñez Feijóo, los populares parecen haber desplazado su centro de gravedad desde la bisoñez de las Nuevas Generaciones al ritmo pausado del presidente gallego. Feijóo representa el alma menos ideológica del centroderecha español: es un gobernante al que le tienen sin cuidado las grandes batallas culturales de nuestra época (un campo sobre el que no tiene ideas bien definidas y en el que cree que sólo puede salir derrotado), prefiriendo centrarse en la gestión pura y dura. Esto lo vincula más con Rajoy –un presidente conservador casi puro, de instinto nítidamente prudencial– que con Aznar. A su favor juega una larga experiencia de gobierno (requisito que debería ser obligatorio para cualquier candidato a la Moncloa) y la previsible habilidad para formar equipos. Todo lo contrario de Casado, por cierto.

Feijóo llegará a Génova incontestado, pero con la dificultad de hacer frente a la crecida de Vox, cuyo eje de gravedad es esencialmente ideológico y que, por tanto, apela a emociones políticas muy distintas a las que suscita el político gallego. Astutamente, el futuro líder de los populares ha propuesto a Sánchez un pacto de apoyo a la lista más votada. ¿Es el inicio de una gran coalición con otros mimbres? Seguramente no, aunque en un escenario tan volátil como el actual ya nada es previsible.

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