Opinión | 725 palabras

Contrastes

Un militar ucraniano.

Un militar ucraniano. / REUTERS

La guerra siempre me ha desquiciado. Supinamente, además, cuando la guerra es una guerra so pretexto de la paz, o sea un oxímoron que mata y minusválida a las personas. Si cada vida fuera la particular cinta métrica de cada cual, hoy algunos cumpliríamos centímetros, mientras que otros cerraríamos un ciclo vital cumpliendo con la muerte final, esa realidad que para algunas culturas es una alegoría de la «desvida» que viene a verificarse mediante un castizo «hasta aquí llegó y si te vi no me acuerdo».

Como contraste, para otros entendimientos, la existencia es una colección de tránsitos vigilados por un torno universal que controla las entradas y salidas de las muertes transitorias y contabiliza las reencarnaciones sobre las que tanto nos ilustró doña Helena Petrovna Blavatskaya, para el indeseablemente belicoso don Vladimir, ese personaje sociopático ultrarrígido de mirada torva y gesto displicente.

La Blavatsky, Madame Blavatsky para la crème de la crème de la Europa del siglo XIX, que casualmente fue defenestrada por los suyos como don Pablo, pero sin necesidad de ser escoltada hasta la puerta por un inoportuno don Teo, como don Pablo, uniendo en sesudo matrimonio a la ciencia, a la religión y a la filosofía, vino a explicarnos que, nosotros, los sapientes más listillos del universo, somos parte de un proceso durante el cual, de manera igual que la ciencia no fabrica las leyes del Universo, sino que simplemente las descubre y a veces hasta las explica, acumulando vidas consecutivas, vamos sabiendo y sabiendo ––del verdadero verbo saber––, la naturaleza sutil de la existencia y sus vericuetos. O dicho en román paladino, que según doña Helena la verdadera sabiduría se adquiere por acumulación de reencarnaciones.

De lo expresado en el anterior párrafo, sin ninguna posibilidad de error, se deduce que al presidente Putin deben quedarle varios miles de millones de reencarnaciones para llegar realmente a saber quién es, más allá de la fatua, ortopédica y peligrosa mismidad circense y deletérea del disfraz en el que ha terminado convirtiéndose. Respecto de mi máxima que expresa que la luz prevalezca y que la vida sea el proyecto, don Vladimir sigue siendo un indeseable contraste, porque es la vivísima imagen de la gente peligrosa y la vivísima antinomia de la humanidad sabia.

El claroscuro de la «buena fe» que don Vladimir proclama respecto de sus intenciones con el pueblo ucraniano se manifiesta como una especie de exacerbado solipsismo perverso que lo autodefine, sea, con la opacidad del trampantojo de un gran guerrero, sea, como un personaje extremadamente pernicioso y mortal. Y es desde este contraste que toca escoger, obviamente, asumiendo el argumento de que para explicitar el desafuero que está perpetrando en su calidad de presidente de la Federación de Rusia, quizá sea bueno acudir a la mente preclara de Amit Ramy, al que parafraseo: «Los pájaros ucranianos estarán, o no, a salvo en su nido, pero sus alas no fueron pensadas para eso».

El contraste, como metáfora, viene a perpetuar en nuestro conocimiento el claroscuro que representa vivir, porque la muerte, en primera instancia, no es otra cosa que la justificación de la vida. Para algunas creencias, en singular, cuando se trata de la muerte definitiva, y para otras creencias, en plural, cuando se trata de muertes y vidas sucesivas por el proceso de la transmigración de las almas, creencia esta que viene desde antiguo. La metempsicosis expresada por Madame Blavatsky, salvo sutiles matices, no es cosa distinta de la Teoría de la Reminiscencia de Platón o del Samsara hinduista o de la Cábala judía...

Llegado a este punto y mirando hacia adentro, se me antoja que quizá sea la costumbre de escribir al dictado de un título que siempre nace mudo lo que ha hecho insalvable que el contraste, como título, hoy me haya llevado al binomio de la vida y la muerte que, en el caso de don Vladimir, en mis letras trata de la vida arrancada y de la muerte regalada y gratuita.

Respecto de los colores, que por próximos que sean entre sí siempre representan un contraste, decía Picasso que cuando no tenía azul ponía rojo, reafirmando con ello su arte y su inspiración al servicio de la creatividad, que, en su caso, cuando libremente fluía, a veces, lo hacía sin saber adónde iba.

Insisto, que la luz prevalezca..., que la vida sea el proyecto...

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