Opinión | TRIBUNA

Eduardo Serrano / José María Romero

El Bosque Urbano de Málaga y la miopía política del Ayuntamiento

Es claro que el Ayuntamiento ha optado en el caso de Repsol City y su menguante parque, por una estrategia completamente opuesta a la que desean los habitantes de los barrios más cercanos, expresada en la iniciativa BUM

Plantaciones en los terrenos de Repsol realizadas por la plataforma del Bosque Urbano

Plantaciones en los terrenos de Repsol realizadas por la plataforma del Bosque Urbano / A.V.

En este artículo exploramos el modelo de ciudad diseñado por el gobierno municipal a través del proyecto urbano en los antiguos terrenos de Repsol, al oeste de la ciudad, un prototipo aplicable en otras partes de Málaga. Comparándolo con el BUM podremos entender qué implica dicho modelo. La ampliación de la perspectiva también nos permitirá considerar su estrategia poblacional. No tratamos aquellos aspectos que los vecinos ya han denunciado con ocasión de la iniciativa del BUM, que se pueden sintetizar en el agravio que supone reducir a un 38% de la extensión inicial el gran parque previsto en 1983 para servicio de barriadas, que sufren un enorme déficit de zonas verdes. Una escandalosa burla hacia los anhelos de sus habitantes por generaciones, que han visto cómo el Ayuntamiento ha negociado, redactado y aprobado, al margen de vecinas y vecinos, planes y proyectos que establecen de hecho un ámbito edificable con una capacidad de más de 177.000 m², ubicada en el 62% de su superficie.

En Málaga el impulso decisivo a la economía desarrollista y especulativa basada en el negocio inmobiliario ha venido de la mano del turismo, dado que produce un flujo económico muy superior al que proporciona el alquiler de media o larga duración. Construcción y turismo son las dos caras de una misma moneda: la primera proporciona los espacios físicos, la oferta del destino turístico, el segundo moviliza la demanda, los turistas. Pero ningún potencial de futuro, ni para sus trabajadores, ni para la sostenibilidad medioambiental, ni para una economía diversificada y no extractivista.

Y ahora aparecen los nómadas digitales, que comparten con los turistas el descompromiso con el espacio urbano y social que temporalmente les acoge. Es un nuevo y poderoso acelerador, tanto de las actividades inmobiliarias como de sus efectos negativos. Málaga ya no se ofrece solamente como un lugar de vacaciones, también como lugar donde residir y trabajar. Esta particular estrategia de intervención demográfica, activamente promovida por el Ayuntamiento (MalagaWorkBay) es incluso más ambiciosa que su conversión a principios de este siglo en una ciudad plenamente turística. Opera sobre la materia prima humana, en sus dos formas: los trabajadores de élite forasteros en sus burbujas y los lugareños en una ciudad cada vez más ajena.

Es un nuevo paso en la dirección que ya marcaba el turismo: algunos venidos de fuera traen las inversiones y otros las empresas (y ahora sus trabajadores); y por su parte Málaga pone el suelo, las playas, el sol, las infraestructuras y servicios, el escenario para su ocio y por supuesto la fuerza de trabajo subalterna.

La ciudad empresarial «Repsol City» se vende como el catalizador del futuro Silicon Valley español. Se proyecta como una burbuja autosuficiente, con sus espacios de trabajo, su comercio, su hotel y su jardín propio (el parque Repsol) y sobre todo con su propia población trabajadora o residente, los nómadas digitales. Para ello se facilita que los promotores particulares decidan con amplio margen la proporción de oficinas y uso residencial. Eso sí, el 30% de las VPO obligatorias según ley ya no estarán ahí, pues esa reserva «ya está ‘vendida’ dentro de la operación de obtención de los suelos de Arraijanal» (Málaga Hoy, 5 de febrero 2019): nada de mezclas sociales.

Esta población flotante y las empresas correspondientes es dudoso que cambien la orientación de la economía local, dado que dependen de empresas trasnacionales y del capital financiero global que está tras ellas. Pero lo que sí es seguro es que genera una mayor inflación del precio de acceso a la vivienda («La demanda de los nómadas digitales encarece un 40% los alquileres en Málaga», Canal Sur,13 de febrero 2022) y en el comercio en general. Y a largo plazo la expulsión de la población de los barrios próximos como se está comprobando en el centro histórico y zonas contiguas afectadas por el turismo. En definitiva una sociedad cada vez más desigual y polarizada. Igualmente es seguro el impacto medioambiental negativo de esta masiva promoción de lujo en su construcción y mantenimiento y por los hábitos de sus nuevos habitantes.

Es claro que el Ayuntamiento ha optado en el caso de Repsol City y su menguante parque, por una estrategia completamente opuesta a la que desean los habitantes de los barrios más cercanos, expresada en la iniciativa BUM. Así los intereses de las empresas tecnológicas y los nómadas digitales son satisfechos con largura, mientras que los de la población existente son ignorados. Además el modo de intervención urbana es el más contradictorio respecto a la situación de emergencia climática y ecológica, oficialmente declarada en Málaga el 31 de octubre de 2019, para la que el BUM ofrece una respuesta imaginativa, técnicamente solvente y ejemplar para toda la ciudad.

Un proceso típicamente tecnocrático, de arriba abajo, por parte de los responsables técnicos y políticos locales y desde la infinita e indiferente lejanía del dinero global. Que durante decenios han despreciado todas las propuestas de la ciudadanía malagueña y su deseo de participar en las decisiones que afectan directamente a la vida de la población, lo cual se expresa como un permanente compromiso con el lugar y sus gentes. Como se podrá comprobar en la concentración programada para el próximo 19 de marzo en los terrenos de Repsol para defensa de la iniciativa del BUM, con el apoyo de una gran cantidad y diversidad de colectivos.

Doctor arquitecto, y doctor arquitecto y vicepresidente de Rizoma Fundación, respectivamente

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