Opinión | TRIBUNA

Lucas González Santa Cruz

Salud pública eficaz y sin efectos secundarios

Ciudadanos pasean sin mascarilla por el centro de Málaga. | ÁLEX ZEA

Ciudadanos pasean sin mascarilla por el centro de Málaga. | ÁLEX ZEA / Maru G.Robles / efe. santander

Dos años desde el inicio de la pandemia por coronavirus, muchos nos preguntamos qué hemos aprendido, y qué hacer ahora. Si los lectores tienen un rato, me gustaría contribuir con comentarios y preguntas desde mi experiencia como epidemiólogo retirado. Si no, el resumen es que podríamos optar a una salud pública sin efectos secundarios. Y ahora, los detalles.

Es obvio que hemos aprendido muy rápido. Por ejemplo, que el coronavirus produce no sólo infecciones sin síntomas y cuadros graves desde el principio, sino también cuadros persistentes con afectación de cerebro, corazón, pulmones, y numerosos otros órganos. Aún sin cifras sólidas de personas con persistencia, el registro de salud laboral de Dinamarca indica que el 1,5% de personas en edad laboral, con síntomas inicialmente leves en su mayoría, no se han incorporado a su puesto seis meses después del inicio de los síntomas, y parte de ellos mucho más tiempo. Y es que nadie sabe cuánto puede durar la persistencia, ni cuál va a ser la evolución de los enfermos de más larga duración, en especial con las reinfecciones que en muchos ocasionan empeoramiento. Esto preocupa especialmente en los que tienen más vida por delante, al menos mientras sigamos sin tener tratamientos eficaces.

Conocemos la capacidad de mutar del virus. Tras un periodo inicial de comportamiento estable, asistimos a un despliegue formidable de variantes, ayudado en parte por el escaso control de la epidemia en muchos países. Hemos constatado el aumento en la contagiosidad, cuyos mecanismos estamos empezando a entender, y el grado de escape inmunitario, si bien tanto las vacunas como la infección natural parecen proteger en buena medida de los cuadros de mayor gravedad. Esta inmunidad, tanto por infección natural como por vacunas, protege de manera incompleta frente a los cuadros más graves, y reduce pero no evita la contagiosidad. Con más retraso, iremos viendo cuánta persistencia producen las variantes nuevas y más contagiosas, si bien los datos iniciales no permiten esperar nada bueno en este aspecto.

La diversidad de enfoques preventivos en los distintos países ha permitido a los investigadores revelar cómo ocurre exactamente la transmisión. Sabemos, sin duda alguna, que el virus se transmite a partir de personas con y sin síntomas de todas las edades, y mayoritariamente de forma respiratoria, a través de partículas pequeñas que flotan durante un tiempo, tiempo que es más prolongado en interiores. Sabemos que estas partículas se diluyen con la ventilación, y que son filtrables con mascarillas de buena calidad y buen ajuste, y con aparatos de filtrado del aire cuyo costo está disminuyendo.

Hemos confirmado la utilidad de las pruebas rápidas para cortar muchas cadenas de contagio sin confinar a toda la población... si se usan. La experiencia colectiva ha permitido conocer qué influye en que la gente acepte las medidas. Por ejemplo, en las aplicaciones para teléfono móvil se ha corroborado la importancia de la privacidad, de la comunicación, y de aspectos técnicos que los informáticos entienden bien.

Los experimentos inesperados, como el fallo parcial de un sistema de trazado en el Reino Unido, han permitido estudiar qué pasaba con la transmisión en zonas con y sin trazado, y concluir que como mínimo reduce los casos a la mitad. Otros estudios han destacado la importancia de apoyar a quienes, mientras son contagiosos, se aíslan para proteger al resto de la sociedad.

Está por desarrollarse una reflexión pública profunda sobre nuestro propio comportamiento, desde los niveles internacionales al más local. Deben examinarse las ventajas de la humildad y la colaboración a través de las fronteras entre países y campos de conocimiento. Debemos examinar los efectos perjudiciales del enfrentamiento y la distorsión de la verdad, incluyendo la verdad de que hay cosas que, en cada momento, aún no conocemos y no sabemos resolver.

Han sido, hasta ahora, dos años de impacto, con enfermedad y fallecimientos pero también con los efectos indirectos de las restricciones intermitentes, sobrecarga sanitaria, y confusión y frustración en todos los implicados. Es comprensible el cansancio generalizado, y el ansia intensa, sentida por todos, por avanzar hacia algún tipo de normalidad, definida como «poder movernos y reunirnos». Mientras, quienes han perdido a familiares y amigos, los enfermos crónicos y sus familias, los sanitarios, y los que se han visto afectados por el embate de los efectos socio-económicos y psicológicos de la pandemia, necesitan apoyo.

La pandemia persiste, con nuevas variantes y lagunas en la inmunidad más básica, e incertidumbre frente al covid persistente. Por ello, es inaceptable que los países de nuestro entorno estén optando por dar por terminada la pandemia de forma prematura, dando vía libre a la infección, ignorando el riesgo de persistencia, y entendiendo, erróneamente, que endémico significa leve e inevitable. Tratar al coronavirus como si fuese una gripe estacional, es un error doble, porque la gripe estacional tiene un efecto no desdeñable, y porque el coronavirus es varias veces peor, incluso sin contabilizar la persistencia.

Así que, ¿qué podemos hacer ahora, aparte de escucharnos mutuamente, contabilizar y relatar el dolor y las victorias, y darnos oportunidades para descansar en profundidad?

Para empezar, podríamos abandonar las vanas discusiones sobre cuánto queda de pandemia y qué capacidad tiene el virus de mutar y escabullirse de nuestra inmunidad. Cualquier mejora que hagamos sirve a esta pandemia, a la gripe estacional, y a las futuras pandemias, así que, ¿para qué discutir?

En la práctica, podemos y debemos impulsar nuestros sistemas de salud pública, haciendo uso de lo aprendido para poner en marcha medidas simultánemente más eficaces y menos disruptivas para la sociedad.

Debemos abandonar el término ‘restricciones’ para centrarnos en mejorar las ‘protecciones’: mascarillas de buen filtrado y buen ajuste, tal vez de producción local y acelerada para poder hacer frente a nuevos desafíos. De igual forma, deben impulsarse las soluciones de ingeniería, tal como históricamente se mejoró el alcantarillado para controlar las enfermedades de transmisión digestiva. En el siglo 21, debemos centrarnos en los sistemas de ventilación y filtrado del aire guiados por medición de CO2.

Además, es posible mejorar mucho el uso de las pruebas diagnósticas individuales y colectivas (por ejemplo buscando el virus en aguas residuales), y reforzar el trazado de contactos.

El objetivo de todo ello es doble: reducir todo lo posible el impacto del virus, al tiempo que se facilita la libertad de movimiento y reunión en los lugares de pública concurrencia, incluyendo el ámbito docente y el sanitario.

¿Cuánto de esto haremos, con la ayuda de muchos? Para eso no hay respuesta todavía, pero sí mucha curiosidad, y nos veremos, si hay suerte, dentro de otros dos años.

Epidemiólogo

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