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Así es la tabernafobia malacitana

¿Cómo se puede tener la cara tan dura como para pretender tambalear negocios honestos, que generan puestos de trabajo?

Terrazas del Centro de Málaga.

Terrazas del Centro de Málaga. / Gonzalo León

Ninguno esconde que nuestra ciudad tiene un trajín de personal extranjero impresionante. Es una evidencia y nuestra economía se sustenta en buena parte en todo un circuito de empresas que se dedican a atender sus necesidades.

No es malo. O sí. Pero es el sistema establecido, funciona y genera riqueza. No es el más estable y la pandemia lo ha dejado claro. No es el más enriquecedor pues el perfil que demanda laboralmente es distinto al que puede requerir la ingeniería aeronáutica. Pero funciona.

Málaga es un destino cada vez más atractivo. Sin los condicionantes de Cataluña y sus independentistas y con una oferta cultural y turística estable, solvente y con garantías. Además, en los últimos años, estamos observando cómo se desarrolla un nuevo perfil de forasteros que pretenden culminar su carrera laboral en Málaga gracias a los nuevos formatos. Personal cualificado que tiene su sede vital en nuestra ciudad y trabaja en remoto con capitales europeas. Un festín para cualquier desubicado de nivel pues nuestra ciudad ofrece unos niveles y estándares de calidad de vida muy por encima de la media europea y mundial.

A eso le sumamos el asentamiento de nuevas bases de grandes corporaciones que han coincidido en elegir Málaga como ciudad dormitorio de subsedes en las que montar experiencias piloto que, Dios lo quiera, van a dar un empujón definitivo a nuestra ciudad. Asunto, por cierto, que hay que agradecer en buena parte a nuestro munícipe por antonomasia, Francisco de la Torre; pues ha conseguido atraer lo mejor en tiempos en los que muchos ya lo daban por perdido como mandatario y le recomendaban únicamente que se fuera a nadar al Club.

Esta nueva realidad urbana trae cosas buenas y malas. Y entre las segundas encontramos el impacto estético de algunas zonas del centro que se han convertido en verdaderos decorados para turistas. Lugares que son atrezzo de una realidad que no existe. Bares que parecen de siempre, pero son de hace unos meses -literal-, con fotos colgadas con gente sacaba de bancos de imágenes intentando vender un pasado que es tan irreal como su cocina. La quinta gama elevada a su máxima expresión para ofrecer la nada a un nutrido grupo de personas día tras día.

Eso lleva a que haya corrientes locales que alcen la voz ante esta circunstancia. Pero poco se puede hacer. Llevamos toda la vida lamentando el cierre de comercios y locales de siempre, pero compramos por Amazon. Lloramos la bajada de la persiana de Pérez Cea pero todos comprábamos las maletas en el corte inglés. Sea como fuere, la vida tiene un componente de incoherencia en el mundo occidental con el que, demostrado ha quedado, tenemos la obligación de convivir. Asumir la posición en la que nos encontramos y, tras el pataleo lógico, entender que las oportunidades son limitadas para cambiar el mundo.

En redes sociales, sin embargo, se plantean escenarios del todo irreales pero que suele generar aplausos y ser populares entre la gran masa. De entre ellos, existen en nuestra ciudad ciertos movimientos que se dedican últimamente a repetir de manera continuada el mantra de la fobia hacia el turismo, los guiris y sus zonas de confort.

Y, oiga, me parece estupendo. Pero quizá cambiar el modelo productivo de una de las grandes capitales europeas desde el inodoro o el sofá de su casa mientras tuitea no tenga la solidez suficiente como para que esto funcione.

La cuestión es que esas corrientes que últimamente hacen denuncias públicas sobre la ocupación por parte de bares acaban concluyendo que toda la hostelería en general es malvada. Es un sector nocivo, feo y que además aporta poco. Un discurso pueril y que únicamente demuestra el desconocimiento de una realidad que, bien gestionada, aporta muchísimo a la ciudad.

Ejemplo curioso el de hace pocos días donde un reconocido y recientemente inaugurado negocio de hostelería del centro era apaleado en redes sociales por una foto malintencionada donde parecía ocupar el total de un callejón sin salida durante una noche.

Y fue tal el bochorno que entendí perfectamente que hay numerosos discursos de odio, malintencionados y con un mandato claro de demonizar ciertos sectores como el de la hostelería. Y lo más curioso de todo es que, muchos de estos gurús, participan de círculos nacidos de la ilegalidad como es el caso de La Invisible.

¿Cómo es posible que haya gente en redes sociales apedreando a un bar porque ha puesto unas sillas de plástico una noche en un callejón y lo tachan de ocupación siendo ellos los responsables, promotores y defensores de la okupación ilegal de un inmueble en su totalidad donde hasta el agua o la luz se conseguía de manera extraña?

¿Cómo se puede tener la cara tan dura como para pretender tambalear negocios honestos, que generan puestos de trabajo en estos momentos tan difíciles y ponen nuestra ciudad en buena posición?

¿Quién es el valiente aquí? ¿El majara que teoriza sobre lo permisivo que hay que ser ante la ocupación de un edificio si dentro se hace cultura pero después pretende arruinar a una familia valiente que pone todo su esfuerzo en sacar adelante una empresa malagueña que tributa, contribuye, forma a sus empleados y genera riqueza?

¿Qué clase de engendros que viven en un mundo paralelo están generando esos discursos tóxicos de odio y clasismo? Curioso que los adalides de la liberta y el respeto sean los que okupan edificios privados, señalan con el dedo a quien no piensan como ellos y encima tienen la cara dura de dar lecciones.

Gracias a la Divina Providencia, el mundo sigue adelante y cada mañana son muchos los que se parten la cara por sacar su empresa con valentía, esfuerzo y soportando a la manada de tontos con la que tenemos que bregar.

La pena es que las redes los alientan. Se retroalimentan entre ellos y llegan a creerse la cantidad de tonterías que dicen. Pero en ocasiones hacen daño. Espero que, al menos, alguno que otro no duerma con la conciencia tranquila por el daño que provocan a la gente de bien.

Viva Málaga.

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