Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Los males de la nación

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo. / David Castro

La sociología cambia con el paso de los años, al igual que muta la ideología de las masas. Con la llegada de Núñez Feijóo al timón de mando, se diría que vuelve el PP de cuño regionalista, alejado del centralismo de las elites madrileñas y más próximo a las tradiciones conservadoras de la derecha española, que son –y no sólo desde el carlismo– esencialmente territoriales. Con él viene también un equipo en el que prima la madurez sobre la juventud: aquel plus de experiencia necesaria para cifrar la “política para adultos” de la que hablaba Rajoy. No hay que engañarse en relación con los conceptos; la definición de política adulta para los populares no es excesivamente ideológica, sino que más bien arranca de un consenso económico: unos impuestos ligeramente más bajos, un mercado un poco menos regulado y unos presupuestos algo menos expansivos. Esto es lo que le iba al votante popular, al menos según la interpretación de Rajoy: nada de guerra cultural, alergia a las ideas, estabilidad económica y perfil bajo. La pregunta es si sigue siendo así o si el cambio generacional –y la llegada de los populismos– ha supuesto una mutación ideológica en toda la sociedad española. De entrada, parece que en la izquierda sí y que en la derecha, con el ascenso ya consolidado de Vox, también. La canibalización –tanto en los votos como en las ideas– a que se han visto sometidos los partidos centrales del régimen del 78 por parte de los extremos será un factor a estudiar dentro de unas décadas, cuando los historiadores analicen el proceso de erosión sistemática de los valores en la España que surgió de la Transición a causa no se sabe muy bien de qué, más allá del rencor cultivado por los fanáticos de cada época.

Si España se democratizó con éxito, fue precisamente porque dio la espalda al fanatismo de la pureza y aprendió a convivir de un modo razonable con la imperfección inherente al sistema parlamentario. Pero eso, que constituye una de las virtudes de la moderación y del centrismo, saltó por los aires cuando un nuevo relato de carácter extremista se dedicó a poner en duda los mitos centrales de la Transición. Los efectos perniciosos de este proceso los notamos ahora en forma de antieuropeísmo, políticas identitarias divisivas, derribo de la educación y empobrecimiento generalizado. Se diría, por tanto, que una política de adultos consistiría en hacer todo lo contrario: promover de nuevo el europeísmo, sustituir la guerra cultural por el debate público, elevar los estándares educativos y favorecer las políticas de crecimiento económico. ¿Está en ello Núñez Feijóo? ¿Y Pedro Sánchez? La respuesta es dudosa, porque ambos para gobernar dependen de sus alianzas con sus extremos. De hecho, la auténtica antiespaña se resume en la incapacidad de los dos partidos centrales para alcanzar acuerdos sólidos de gobierno y de futuro, frente a formaciones cuyo discurso se sustancia en imposibilitar los consensos.

Feijóo ha emitido ya algunas señales acerca de su disposición a colaborar con la Moncloa. Sabe que su partido necesita enviar señales de Estado para volver a significarse no sólo como partido de la oposición, sino como partido de Estado. ¿Será suficiente para frenar el deterioro en sus expectativas de voto? No lo sabemos. En todo caso, la gran coalición –ese acuerdo que hoy parece imposible– sigue siendo el mejor remedio a los males de la nación.

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