Opinión | Control C + Control V

El cinturón blanco

Aprender a desaprender, volver al cinturón blanco, al inicio, al big bang que es un punto de no retorno, a la infancia, la escuela, a las primeras veces, recuperar esa sensación flamante del que no sabe que pasará a continuación, un precipicio, una puerta, la juventud frente a miles de puertas, y todas abiertas, o el primer amor, un juego, una sorpresa, en el trabajo, en la vida, hoy, siempre… Aprender, desaprender y después reaprender. De eso va lo de este finde y, como siempre, espero y deseo, de algo más.

Jorge Drexler lo ha vuelto a hacer. Ha sacado un tema, previo a su nuevo disco, sofisticado, folk, bello, siempre moderno, que se titula Cinturón Blanco, y que viene hablarnos de la necesidad de volver al punto de partida y reiniciarse. Drexler canta y siempre provoca una reflexión: «Para empezar tú y yo, de cero/ Como hace tanto, tanto/ Hasta que nos den a los dos, de nuevo/ El cinturón blanco». Y dice Drexler en su promoción: «esta canción habla de comenzar de nuevo, de encontrar un punto de partida tras momentos dolorosos». Un cinturón blanco que me lleva a mi época de tatamis y kimonos.

Durante años practiqué Judo y llegué a ser cinturón marrón. Mi profesor, Antonio, que era un bambú y un Séptimo Dan, me explicó esta historia como ahora lo hace Drexler. Me contó que un buen cinturón negro tenía que ser, a la vez, un buen cinturón blanco. Antonio, mi maestro, me lo dijo a su manera, más castiza y así: «Dicen que no se le pueden enseñar trucos nuevos a un perro viejo pero, Roberto, no es verdad». Mirar con ojos nuevos, desactivar los pilotos automáticos, reiniciar el sistema…

Cuántas veces he intentado recordar el vértigo de aquel primer directo en aquella emisora de radio del extrarradio. ¿Os imagináis la posibilidad inédita de volver a sentir algo por primera vez? Evocar las primeras veces y aprender de ello, romper con ciertas convenciones y recrear algo distinto, reconocer que no todo lo aprendido sirve. ¿Cuántas parejas hubieran sido mucho más felices si alguien les hubiese enseñado a desenamorarse? Desenamorarse sin complejos, sin prejuicios, por salud, porque es mejor. Conseguir que las cosas viejas parezcan cosas nuevas, de eso va la cosa.

Un tipo anda por una calle. Si parásemos la imagen nada parecería distinto a cualquier tipo de cualquier calle. Sin embargo, el tipo anda hacia atrás. Parece que flota, que vuela. Un tipo que baila sobre sí mismo y camina para atrás. El protagonista de este párrafo se deja ir por una inercia invisible, mágica, magnética… Todos al verle, en primera instancia, pensarían que está retrocediendo, que de alguna manera pierde terreno, que pierde el tiempo. Pero no es verdad, si te fijas bien, el tipo que anda hacia a atrás, avanza en su propio retroceso, aprende desaprendiendo, reaprendiendo, sintiendo la ciudad de otra manera. Digamos, que tiene un objetivo.

Escucho a Drexler y decido escribir esta columna que va sobre lo que hacemos y lo que no hacemos. Aprender a desaprender significa dejar ir las cosas que ya no nos sirven. Estar abierto a cambiar nuestras costumbres, incluso si se han vuelto cómodas y familiares, salir de la zona de confort. Reconocer que siempre podemos aprender algo nuevo, independientemente de la edad que tengamos. Aprender a desaprender es dejar de hacer lo mismo de la misma manera. Suena contradictorio, paradójico, pero suena tan bien, como ahora suena Drexler en mis auriculares, en mi pequeña burbuja.

Vivimos en burbujas. Solemos sentir el desacuerdo como una amenaza personal, en lugar de una oportunidad para aprender, y nos juntamos con gente con la que estamos seguros, gente que nos da la razón, cuando deberíamos acercarnos a quienes ponen en duda nuestras certezas y nos hacen crecer. Miquel Barceló, al que vuelvo estos días, estuvo solo una semana en la Escuela de Artes Decorativas en Palma, pero le costó cuarenta años olvidar todo lo que aprendió. Barceló, que es un cisne tímido, habla de desaprender manías y contradicciones y también sostiene que «es más importante desaprender, que aprender».

Monto en mi bici, pienso en Barceló y escucho a Drexler eso de «quiéreme hasta que me desoriente/ hasta que me desencuentre, hasta que me desaprenda/ quememos los álbumes de fotos/ desprogramemos pilotos automáticos y agendas». Me gusta Drexler con esa aparente sencillez, trabajando en el filo de lo complejo y lo profundo, convirtiendo la música en una experiencia, como Barceló con su pintura. Paro la bici e intento recordar la sensación de la vez que aprendí a montar en bici, acompañado por mi padre. Cierro los ojos, siento el levante. Él agarrado a mi sillín, yo a punto de volar. Después escribo en mi bloc de notas: «Habla como si tuvieras razón y escucha como si estuvieras equivocado». 

Aprender a desaprender, evocar el principio, cuando no había casi nada, rebobinar hasta aquel inicio, «hasta el mismo precipicio por el caímos juntos», como la canción, cambiar de paradigmas, redecodificar experiencias, ser capaz de desaprender lo mal aprendido durante años, enamorarse y desenamorarse, mirar distinto, sentir de nuevo, volver a empezar, redescubrir a Drexler, a Barceló, aprender, desaprender y después reaprender, conseguir de nuevo el cinturón blanco. De eso va lo de esta semana y, espero, de algo más…, y ya está.

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