Opinión | Tribuna

Harto de los cómicos que no pasan de ser 'bullies' de colegio

Will Smith golpea a Chris Rock, en la gala de los Oscar.

Will Smith golpea a Chris Rock, en la gala de los Oscar. / Reuters

A mí los límites del humor me los marcaron diáfanos, claritos hace casi 20 años, en 2004. Se estrenó en el Festival de Málaga León y Olvido, sobre la convivencia de dos hermanos mellizos, uno de ellos con Síndrome de Down. La película no me gustó, me resultó algo aburrida, poco emotiva. Mientras escribía la crítica en la redacción de repente me reí conmigo mismo con una idea que se me había ocurrido: «La película tiene mucho Down pero poco tempo». Sí, un jueguecito con la canción Woman del Callao, de Juan Luis Guerra y 4.40. Entonces tenía una especie de mandamiento personal: si algo mío me hacía mucha gracia, debía soltarlo, que seguro que les hace gracias a los demás. Y así lo hice. Al día siguiente, me avisaron desde la centralita del periódico: «Víctor, quiere hablar contigo la madre de Guillem Jiménez». Guillem Jiménez es el protagonista de León y Olvido, un actor con Síndrome de Down. Con gran amabilidad y paciencia pero también rotundidad e indignación, la señora me comentó que su hijo había trabajado muchísimo para poder rodar la película para que yo terminara convirtiendo todo eso en un chiste. A ver, como crítico me suele importar muy poco (y creo que debe ser así) el esfuerzo que se ponga en un filme; la entrada de cine cuesta igual para una megaproducción que para otra independiente, para una muy empeñosa y para otra hecha sólo para pagar facturas atrasadas. Pero aquello era diferente. «Es usted un insensible», me dijo la señora. Y me dolió más que cualquier insulto o grito que su exquisita educación le impedía proferir a aquella mujer. O que cualquier bofetada.

Recuerdo la peripecia estos días, cuando el affaire Will Smith-Chris Rock en los Oscar nos ha llevado a otro debate público sobre la comedia, de lo que debemos o no reírnos, ya saben. Leí en algún lado que los límites del humor están claros al referirnos a algo como una enfermedad (en este caso, la alopecia de Jada Pinkett-Smith): «Puedes hacer bromas sobre la enfermedad, siempre y cuando el enfermo no esté delante; entonces la risa se transforma en falta de respeto». Me parece bastante hipócrita, la verdad, además de impreciso: ¿qué es «estar delante» cuando hablamos de algo como una ceremonia de los Oscar, contemplada no sólo en el teatro donde se celebra sino a través de las pantallas y móviles de todo el mundo? ¿No se sentiría también interpelada una mujer con alopecia de, no sé, Bélgica que ve el show desde su casa?

Me interesó mucho más otra reflexión (en realidad, una pregunta). Les pongo en antecedentes. Una de las presentadoras de la gala, Amy Schumer (que, por cierto, dijo haber quedado «traumatizada» por el episodio de «masculinidad tóxica» protagonizado por Will Smith), reveló que la Academia no le permitió soltar este chiste: «No mires arriba es el título de una película, ¿verdad? Mejor No mires abajo del cañón de la pistola de Alec Baldwin». Se refería a la directora de fotografía de Rust, que murió durante el rodaje por un disparo aparentemente fortuito de Baldwin. Pues alguien en Twitter se preguntó algo así (perdón, por la falta de literalidad y acreditación): «¿Cuándo vamos a dejar de hacer chistes a costa de todo y de todos en ceremonias como ésta?». Una pregunta sencilla, clara, directa y pertinente. Amparados en la libertad de expresión y de creación, el mejor pasar la vida con una carcajada y todo eso, los cómicos llevan años y años riéndose de los demás como si fueran bullies en el recreo del colegio. Más allá del dudoso gusto de su cachondeo, lo que esconde ese «oooh, es un actor gordo, vamos reírnos de su obesidad» es una vagancia total o, directamente, una completa ausencia de creatividad. Me permito poner un ejemplo: eres Chris Rock, tienes ahí en frente a Will Smith, que recientemente confesó que durante una etapa de su vida vomitaba al tener un orgasmo, y a su mujer al lado, Jada Pinkett-Smith, ¿y lo único que se te ocurre es hacer una gracia sobre la alopecia de la actriz? Que sí, que lo de la pota del clímax es carne de diván y todo eso, pero es algo tan específico que parece difícil que resulte una ofensa universal y, por tanto, más reprochable.

Los cómicos, humoristas y demás deben trabajárselo bastante más. ¿Pueden perseguir la carcajada al hablar de asuntos espinosos, controvertidos? Por supuesto que sí, quizás hasta deban hacerlo. Pero eso exige, precisamente, un talento, un nivel, una creatividad que debe ir más allá del, repito, insulto de patio de colegio. Es muy fácil pasarse la vida riéndose de los demás, amparados en derechos (que respaldo total y absolutamente), pero soltando cosas como «es más fácil saltarla que rodearla» o «Jada, te amo, GI Jane 2, no puedo esperar a verla». Que las leyes te den derecho a hacer bromas sobre obesos y alopécicas no quiere decir que tengas que hacerlas. Ojo, no soy fan de eso que llaman humor blanco, me resulta una de las cosas más repugnantes del mundo, pero sí estoy convencido de que muchos cómicos, humoristas y dibujantes que emplean las herramientas de la comedia se escudan en el victimismo del supuestamente censurado o marginado cuando deberían asumir las consecuencias sociales de una falta de creatividad total a la hora de hacer reír.

El otro día, se me ocurrió el mejor titular posible para referirme a la rápida caída en desgracia de Will Smith en Hollywood. En serio, es bueno, muy bueno. He estado tentado de tuitearlo, para demostrar mi ingenio y tener algún que otro like; incluso, de ponerlo aquí, en estas líneas, como ejemplo de que sí, casi 20 años después, sigo batallando contra mis demonios, los que me traen las bromitas y los que se parten la caja con ellas. Pero, ¿saben qué? No lo voy a hacer. Si fueran ustedes mis amigos y me invitaran a un café, en privado, entre coleguitas, quizás lo deslizara en la conversación para que se rieran un rato conmigo. Pero en público, en la esfera que todos habitamos, no, ni en broma. No por una especie de acto de contrición o por el fanatismo antihumos que sólo puede tener el exfumador; tampoco por el shock y la vergüenza que sentí con la llamada de la madre de Guillem Jiménez. Ríete de lo que hace, no de lo que es, supongo, es mi mandamiento personal desde el 2004. A mí me funciona, desde luego.

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