Opinión | 725 palabras

La creatividad, esa cosa...

Casi la totalidad de las decisiones del hombre alrededor de sus dudas, de sus miedos, de sus inseguridades... conllevan un íntimo soliloquio alrededor del porqué de cada asunto, cada vez. La dilucidación de los porqué desde la duda y el miedo son generadores de angustia en el individuo, simple y llanamente, porque el poliedro vital que influye en los resultados de las decisiones cada vez muestra más facetas y más interacción entre todas ellas. El miedo al fracaso cada vez nos encorseta más y como resultado de ello la creatividad verdadera se va convirtiendo en un ansiado bien, como las perlas, cada vez más escaso.

Los más de cuarenta y tres trillones de permutaciones posibles en el denominado Cubo de Rubik se quedarían en matillas si la creatividad fuera parte esencial de las decisiones del sapiens, pero no es así porque la creatividad se ha convertido en un palabro prostituido que demasiadas veces se confunde con la originalidad. Craso error, porque la originalidad es una cualidad y la creatividad una capacidad, un talento, que pervive más allá de la imaginación y que nace más allá de los límites del sentido común, que están acotados por el conservadurismo. Ay, el sentido común..., ese comunal sentido que demasiadas veces actúa como el más poderoso antídoto bloqueante de la creatividad.

El sentido común y la creatividad son caminos perpendiculares que se cortan en un punto accidental irrepetible, especialmente porque la creatividad no es compatible con el miedo al error y porque el sentido común es uno de los hornos en el que se fabrican los miedos irracionales. Por expresarlo por analogía, la creatividad es al cenit, lo que el sentido común es al nadir, y viceversa.

Refiriéndose a la escritura creativa, Flaubert, don Gustave, nos legó que «escribir es el arte de descubrir aquello en lo que creemos» y con ello señaló parte del intríngulis del asunto, porque, en primera instancia, ¿cuántos nos hemos realmente preguntado en qué creemos sin traspasar las infinitas fronteras establecidas por la fe, esa herramienta polivalente venida para cobijar a lo inexplicable? Y, en segunda instancia, ¿cuántos nos hemos respondido?

La creatividad que, en síntesis, requiere no aceptar nada de segunda mano, en los últimos tiempos ha venido a formar una extensísima familia compuesta por miembros de muy distinta naturaleza. Así, es de progres divinos de la muerte el referirse a la escritura creativa, a las relaciones creativas, al sexo creativo, a las soluciones creativas, a la novela creativa, a la política creativa... El concepto «creatividad» se ha vulgarizado in extenso hasta el punto de haberse convertido en el superperejil multiuso del refuerzo comunicacional válido para todo lo hablable y escribible, hasta en braille.

La política profesionalizada es un manantial de creatividad, pero, en este caso, no en su parte esencial y enjundiosa, sino en el blablablá palabrero de de sus profesionales que, en permanente fase creciente, ejercen de voceros de una supuesta pseudocreatividad discursiva, que ya, ya...

Si Castelar levantara la cabeza se convertiría en avestruz inmediatamente. «No está prohibido por la ley, y, por lo tanto, valga el pareado, ‘porque no es delito, no dimito...’» forma parte de la cotidianidad discursiva del profesional político moderno que se precie, desde el azul más oscuro hasta el morado más puro. En el fondo es como si brindar ventosidades sonoras y silentes a tutiplén o practicar ejercicio espeleológico por sus intersticios nasales desde el más alto atril del Estado fuera lo común, porque no está prohibido y porque el simple hecho de ser humanos les otorga el derecho de uso ilimitado y libre de la descortesía y la mala educación... ¡Vivan los pedos, pues...!

Decía Saint-Exupéry por boca de su sesudo principito alienígena de ojos azules y rizos dorados, que lo esencial no es visible con los ojos. Y yo, que lo asumí ya la primera vez que leí a don Antoine en el primer cuarto de mi vida, me inquieto porque del nefando postureo generalizado infiero que la creatividad, esa cosa no bien comprendida por todos como un valor esencial del ser humano, nunca será un valor alcanzable por el hombre político. Diríase que ser creativo es un valor exclusivo de las artes en todas sus vertientes y que el arte de la política fue otra de las inútiles paridas de Platón que solo hizo historia por la casual sonoridad de su nombre...

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